La semana pasada acabábamos la carta diciendo que el reto de la inmigración puede ser y tendría que ser una ocasión de crecimiento y que inexorablemente nos confronta con diferentes perspectivas de diálogo: el diálogo de los hechos, de la solidaridad, de la acogida y el diálogo intercultural e interreligioso.
En primer lugar, el diálogo de los hechos, de la solidaridad, de la acogida, de la caridad. Es el trabajo para promover la justicia, defender los derechos de los inmigrantes. Tenemos que trabajar para que el fenómeno de una globalización que tiende a ampliar las diferencias entre países ricos y pobres y por consiguiente entre personas ricas y pobres se convierta en una globalización de la solidaridad y del compartir los bienes que Dios ha dado al género humano, a todas las personas sin distinciones.
Por otra parte, el diálogo intercultural e interreligioso. Cada vez es más urgente una pedagogía del diálogo y un esfuerzo constante por educar en el diálogo y para el diálogo, desde la infancia, en las familias, en las escuelas, en las parroquias, en los lugares de ocio. Tendremos que propiciar unos espacios de encuentro, de intercambio, de descubrimiento del otro, de respeto y de tolerancia. Hace falta una pedagogía que nos ayude a superar los miedos y a acoger al otro, que no es un extraño sino un hermano.
Y para acabar estas notas sobre la inmigración, querría expresar tres deseos: un corazón abierto y acogedor por parte de los autóctonos, un espíritu de integración por parte de los recién llegados y la colaboración leal por parte de las instituciones.
El primer deseo es que tengamos un corazón abierto y acogedor. Lo dije en la homilía de mi entrada en la diócesis y es para mí un compromiso constante: "Considero que tenemos que estar muy atentos a la Cataluña real, que tiene como fundamento la cultura cristiana milenaria en la cual se han ido integrando todas las aportaciones de los pueblos y de las inmigraciones a lo largo de su historia sobre la base de su humus propio y genuino, de su sustrato vital. Un sustrato vital con una excepcional capacidad integradora."
El segundo deseo es que las poblaciones inmigradas puedan vivir unos procesos de inserción social en todos los órdenes, de tal manera que se evite la formación de guetos culturales, lingüísticos o sociales. Es imprescindible, también, que el inmigrante que viene tenga una mentalidad abierta para asumir e integrar los elementos propios de la cultura y de la sociedad que la acoge. Sin perder la propia identidad, pero sin cerrarse a la nueva situación vital en que se encuentra. Con un esfuerzo personal, sincero y con la ayuda de los que lo acogen. En esta línea están ya trabajando responsables de nuestra tierra, que buscan plantearse este reto con lucidez, evitando por ejemplo los guetos urbanísticos. Éste parece que es un buen camino.
El tercer deseo es que haya una colaboración institucional efectiva entre las administraciones y las diferentes instituciones. En este sentido, nuestra diócesis, con sus parroquias, sus escuelas, sus obras sociales, sus movimientos de formación y sus grupos de voluntariado ha hecho y puede hacer una colaboración importante. Estamos al servicio de la Iglesia y de la sociedad, pero no como competidores ni como rivales. Simplemente, con una actitud de servicio y colaboración ante un reto de gran trascendencia para el presente y el futuro de nuestra sociedad.
+ Josep Àngel Saiz Meneses, Obispo de Terrassa
En primer lugar, el diálogo de los hechos, de la solidaridad, de la acogida, de la caridad. Es el trabajo para promover la justicia, defender los derechos de los inmigrantes. Tenemos que trabajar para que el fenómeno de una globalización que tiende a ampliar las diferencias entre países ricos y pobres y por consiguiente entre personas ricas y pobres se convierta en una globalización de la solidaridad y del compartir los bienes que Dios ha dado al género humano, a todas las personas sin distinciones.
Por otra parte, el diálogo intercultural e interreligioso. Cada vez es más urgente una pedagogía del diálogo y un esfuerzo constante por educar en el diálogo y para el diálogo, desde la infancia, en las familias, en las escuelas, en las parroquias, en los lugares de ocio. Tendremos que propiciar unos espacios de encuentro, de intercambio, de descubrimiento del otro, de respeto y de tolerancia. Hace falta una pedagogía que nos ayude a superar los miedos y a acoger al otro, que no es un extraño sino un hermano.
Y para acabar estas notas sobre la inmigración, querría expresar tres deseos: un corazón abierto y acogedor por parte de los autóctonos, un espíritu de integración por parte de los recién llegados y la colaboración leal por parte de las instituciones.
El primer deseo es que tengamos un corazón abierto y acogedor. Lo dije en la homilía de mi entrada en la diócesis y es para mí un compromiso constante: "Considero que tenemos que estar muy atentos a la Cataluña real, que tiene como fundamento la cultura cristiana milenaria en la cual se han ido integrando todas las aportaciones de los pueblos y de las inmigraciones a lo largo de su historia sobre la base de su humus propio y genuino, de su sustrato vital. Un sustrato vital con una excepcional capacidad integradora."
El segundo deseo es que las poblaciones inmigradas puedan vivir unos procesos de inserción social en todos los órdenes, de tal manera que se evite la formación de guetos culturales, lingüísticos o sociales. Es imprescindible, también, que el inmigrante que viene tenga una mentalidad abierta para asumir e integrar los elementos propios de la cultura y de la sociedad que la acoge. Sin perder la propia identidad, pero sin cerrarse a la nueva situación vital en que se encuentra. Con un esfuerzo personal, sincero y con la ayuda de los que lo acogen. En esta línea están ya trabajando responsables de nuestra tierra, que buscan plantearse este reto con lucidez, evitando por ejemplo los guetos urbanísticos. Éste parece que es un buen camino.
El tercer deseo es que haya una colaboración institucional efectiva entre las administraciones y las diferentes instituciones. En este sentido, nuestra diócesis, con sus parroquias, sus escuelas, sus obras sociales, sus movimientos de formación y sus grupos de voluntariado ha hecho y puede hacer una colaboración importante. Estamos al servicio de la Iglesia y de la sociedad, pero no como competidores ni como rivales. Simplemente, con una actitud de servicio y colaboración ante un reto de gran trascendencia para el presente y el futuro de nuestra sociedad.
+ Josep Àngel Saiz Meneses, Obispo de Terrassa
+ Josep Àngel Saiz Meneses
Obispo de Terrassa