La escritora alemana Andrea Köhler reflexiona en su libro «El tiempo regalado» sobre la espera, uno de los aspectos más naturales de la existencia humana, y que tanto cuesta encajar en nuestro estilo de vida actual, tan cargado de prisas y que genera estrés. La vida se ha acelerado tanto que se pierde con facilidad la paciencia al quedar atrapados en un atasco de tráfico, se camina compulsivamente arriba y abajo en el andén cuando el tren se demora, o es preciso devorar con avidez las revistas en la sala de espera cuando se va a la consulta de algún profesional. Lo más frecuente ahora es echar mano del Iphone y llenar el tiempo de espera navegando por internet. Pero no podemos olvidar que desde el momento del nacimiento, nuestra vida es una espera hasta que llega la muerte, una peregrinación hacia el más allá. Mientras tanto, nuestra vida está compuesta de pequeñas y grandes esperas.
El hecho de esperar es una dimensión que atraviesa toda nuestra existencia familiar y social, que está presente en todas las situaciones, desde las más triviales hasta las más trascendentes. ¡Cómo poder expresar lo que sienten los esposos cuando esperan el nacimiento de un hijo! Pensemos también en la espera de un ser querido, familiar o amigo; pensemos en la espera del resultado de una prueba médica en el caso de una enfermedad grave, o de una entrevista de trabajo o un examen decisivo. También en nuestras relaciones personales hay esperas importantes, especialmente respecto a las personas que amamos. Y es que mientras hay esperanza, hay vida. El labrador espera el crecimiento de la cosecha, el padre o el educador, la maduración de los hijos, de los alumnos; el mediador espera que se resuelva el conflicto.
Hoy la Iglesia inicia un nuevo Año litúrgico con el primer Domingo de Adviento. Comienza una nueva etapa en nuestra peregrinación de fe, que conmemora un año más el misterio de Cristo y se prepara para su cumplimiento final. De hecho, los cristianos comenzaron a celebrar litúrgicamente la venida del Señor en el siglo IV de nuestra era. En primer lugar surgió la fiesta de la Navidad para celebrar la venida del Señor proclamando la fe de la Iglesia en su Encarnación y Nacimiento. Una vez establecida la celebración del Nacimiento del Señor, es lógico que surgiera también un tiempo para su preparación. El origen de esta costumbre se encuentra en la liturgia de las Iglesias de Hispania y de las Galias, y posteriormente se extenderá a Roma. De esta manera se fue configurando el tiempo litúrgico que hoy llamamos Adviento.
El tiempo de Adviento que precisamente hoy comenzamos es un momento propicio para revisar nuestras esperanzas y deseos, las aspiraciones más profundes de nuestro corazón. Podemos preguntarnos: en este momento de mi vida, ¿cuáles son mis expectativas? La misma pregunta nos debemos hacer a nivel de familia, de comunidad, de sociedad. ¿Qué esperamos, qué deseamos? En el pueblo de Israel era muy fuerte la espera del Mesías, que liberaría al pueblo de toda esclavitud e instauraría el reino de Dios. Pero nadie habría imaginado que el Mesías pudiese nacer de una joven humilde como era María, en Belén, en la periferia del Imperio romano. Tampoco ella podía pensarlo.
Un oráculo del profeta Miqueas que alude al nacimiento del Emmanuel, dice así: "Mas tú Belén de Efratá, aunque eres la menor entre las aldeas de Judá, de ti ha de salir aquel que ha de dominar en Israel, y cuyos orígenes son de antigüedad, desde los días de antaño. Por eso él los abandonará hasta el tiempo en que dé a luz la que ha de dar a luz..." (Mi 5 1-2). En estas palabras se anuncia un nacimiento rebosante de esperanza mesiánica, en el que se resalta el papel de la madre, recordada y exaltada explícitamente por tan admirable acontecimiento. En María se cumplen las promesas de los profetas. Aprendamos, pues, de ella a vivir el Adviento, con el sentimiento de una espera profunda, que sólo la venida de Dios puede colmar y saciar.
+ Josep Àngel Saiz Meneses
Obispo de Terrassa