Con el tiempo de Adviento comenzamos un nuevo Año Litúrgico. Es un momento propicio para reflexionar sobre el transcurrir de nuestra vida y sobre el espacio en que se desarrolla nuestro caminar. San Bernardo habla de las tres venidas del Señor, que la tradición de la Iglesia ha recogido: la primera fue en humildad y pobreza; la última será en gloria y majestad; entre la primera y la última tiene lugar lo que podemos llamar una venida intermedia, un hacerse presente el Señor en la Iglesia, de diversas formas: en la Eucaristía, cuando nos reunimos en su nombre, en los pobres, en los acontecimientos de nuestro peregrinar, etc. La Iglesia, Madre y Maestra, nos recomienda estar vigilantes, atentos a la venida del Señor, a su paso por nuestra vida, un paso siempre salvador, siempre liberador.
Ahora bien, los cristianos de hoy en día tenemos el peligro de sentirnos marginados e inútiles ante una sociedad que parece manifestar un desinterés ante Jesús y el Evangelio, como si se tratara de algo “ya visto”, de algo que ya no tiene futuro. A pesar de ello, somos muy conscientes de que Jesús ayuda al ser humano a descubrir el sentido de su propia existencia, la verdad más profunda sobre él mismo. Creemos que el Evangelio responde a las aspiraciones más profundas del corazón humano.
Además, el Evangelio ayuda a consolidar y defender la dignidad humana. El Evangelio de Cristo, confiado a la Iglesia, anuncia y proclama la libertad de los hijos de Dios; rechaza todas las esclavitudes que derivan en última instancia del pecado; respeta la dignidad de la conciencia y su libre decisión; advierte que todo talento humano debe fructificar al servicio de Dios y en bien de la humanidad. La misión que Cristo confió a su Iglesia no es de orden político, ni la Iglesia –como decía Benedicto XVI- debe convertirse en un “sujeto político”. El fin que el Señor le asignó es de orden religioso.
La Iglesia reconoce, además, cuanto hay de bien en el actual dinamismo social, sobretodo la evolución hacia la unidad y la integración a niveles de zona o de continentes, en el proceso de una sana socialización civil y económica. La Iglesia aporta a la sociedad muchas energías y muchos servicios sobre todo a través del cumplimiento de los deberes temporales de los cristianos. Los cristianos laicos no pueden evadirse de las tareas temporales, amparándose en la ciudad futura. Las enseñanzas del Concilio Vaticano II son muy claras en este sentido, de manera especial en la constitución “Gaudium et Spes” sobre la Iglesia en el mundo de hoy.
Para decirlo con las mismas palabras del Evangelio, aquello que los cristianos podemos aportar a la sociedad actual es ser sal, luz y levadura dentro de la masa del mundo. Respetando la autonomía del orden temporal, la Iglesia está llamada a ser signo de la trascendencia de Dios y de la persona. También está llamada a aportar unos principios morales fundamentales, en especial en lo referente al respeto de la persona y de la vida humana. Aquello que la Iglesia debe aportar a la sociedad es el inicio, ya en este mundo de los bienes del Reino de Dios que son la justicia, el amor y la paz. Todo el bien que el Pueblo de Dios puede aportar a la familia humana, en el tiempo de su peregrinación en la tierra, deriva del hecho de ser la Iglesia “sacramento universal de la salvación de Jesucristo” que manifiesta y a la vez realiza el misterio del amor de Dios al hombre.
Lo que los cristianos podemos aportar a nuestra sociedad se resume en Cristo, que es el objetivo final de la historia humana, el punto de convergencia hacia el que se orientan los deseos de la historia, el centro de la humanidad y de sus aspiraciones. Con el sentido del tiempo de Adviento os invito a abrir el corazón a Cristo, que viene a liberarnos.
+ Josep Àngel Saiz Meneses
Obispo de Terrassa
+ Josep Àngel Saiz Meneses
Obispo de Terrassa