SEMANA SANTA

Comenzamos la Semana Santa, en que celebramos la pasión, muerte y resurrección del Señor. No se trata de hacer memoria de unos hechos históricos simplemente, sino de actualizar los misterios de la vida de Cristo con toda su fuerza redentora, capaz de transformar nuestra vida, aquí y ahora.

En cada celebración tenemos presente el Misterio Pascual en su totalidad, pero subrayamos especialmente los hechos que conmemoramos en cada oficio concreto. Lo más importante es que en cada oficio, en cada celebración, en cada práctica de piedad contemplemos el amor de Dios hacia la humanidad y el amor hacia cada uno hasta dar la vida por salvarnos. Esto es lo esencial. Nos encontramos en un año dedicado a la Eucaristía y también de especial relieve mariano. Por eso os sugiero que viváis esta Semana Santa, desde el Domingo de Ramos hasta el Domingo de Resurrección de la mano de María, deteniéndoos especialmente en la contemplación de la institución de la Eucaristía.

María es Madre y Maestra. De la Iglesia y de cada cristiano Jesús nos la da realmente como Madre desde la cruz: « Mujer, ahí tienes a tu hijo » dice a la Madre, y después dice a discípulo en quien todos estamos representados: "Ahí tienes a tu madre » (Jn 19, 26-27). Estas palabras determinan y expresan el lugar de María en la vida de los discípulos de Cristo. De la mano de la Madre y Maestra rememoraremos la entrada triunfal en Jerusalén el Domingo de Ramos y lo aclamaremos como Mesías Señor. El Jueves Santo contemplaremos emocionados la institución de la Eucaristía y del Sacerdocio ministerial, el lavatorio de los pies de los apóstoles y el mandamiento del amor. El Viernes Santo meditaremos su Pasión y muerte en la cruz, y desde la Vigilia Pascual, gozaremos celebrando su resurrección, su triunfo sobre la muerte y el pecado.

María, a lo largo de toda su vida, vive unida profundamente a Jesús, y se entrega en su colaboración única en la obra de la salvación. En el episodio de la presentación de Jesús en el templo de Jerusalén, María escucha del anciano Simeón que ese niño será Luz de las naciones y gloria de Israel, pero también que será un signo de contradicción y que a ella una espada de dolor le traspasará el alma (Cf. Lc 2,22 ss.). Quedaba anunciado el drama de la muerte de Cristo en la Cruz y el inmenso dolor que la Madre experimentaría en el Calvario al ver morir a su hijo crucificado. Un dolor maternal y profundo por su capacidad única de sufrimiento y de amor. Incomparable sería también el gozo del encuentro con el Hijo resucitado. No hay palabras para describir ese encuentro.

Vivamos estos días profundizando especialmente en la Eucaristía como memorial de la muerte de Cristo, de su pasión, muerte y resurrección que actualizamos en cada celebración eucarística. Recibamos también a María como Madre, Madre y Maestra que nos enseñará el camino del seguimiento de Cristo, de la unión con El. Acojamos el don de Cristo presente en la Eucaristía, presente en la Iglesia hasta la consumación de los siglos y acojamos el don de María, la Madre, presente también en la familia eclesial como lo estuvo en los inicios de la Iglesia, congregando, uniendo, acompañando a sus hijos.

+ Josep Àngel Saiz Meneses, Obispo de Terrassa

+ Josep Àngel Saiz Meneses

Obispo de Terrassa