Ser o no ser “misioneros de la fe”

La Jornada Misionera Mundial, llamada también Domingo Mundial de la Propagación de la Fe, y conocida entre nosotros como el Domund, adquiere  este año una relevancia especial. La celebración del quincuagésimo aniversario del inicio del Concilio Vaticano II, la reciente apertura del Año de la fe y la celebración del Sínodo sobre “La Nueva Evangelización para la transmisión de la fe cristiana” contribuyen a reafirmar la voluntad de la Iglesia de comprometerse con mayor empeño tanto en la llamada “missio ad gentes”, es decir a los que todavía no conocen a Cristo, como en la misión ante quienes consideran que ya han conocido a Jesucristo y a su Evangelio, pero que prácticamente se desinteresan de vivirlo.

La verdad es que la Iglesia no tiene ante sí una tarea fácil. El teólogo Joseph Ratzinger, antes de ser Papa, escribió un libro sobre la manera de ser cristiano en una sociedad neopagana.  En aquellas páginas aborda con realismo la difícil misión de dar testimonio de la fe en nuestra sociedad. Acaso es más difícil evangelizar la sociedad neopagana que la sociedad pagana. Para los espíritus religiosos de ésta el Evangelio era nuevo; para muchos ciudadanos de hoy, el Evangelio les suena a algo “ya visto”. Buena cortada para la indiferencia y el desinterés.

La Iglesia no debe temer la situación de minoría, a la que parecen abocarla diversas circunstancias en sociedades en las que un día fue mayoría.  ¿Qué hemos de hacer, pues? He releído el mensaje que Benedicto XVI ha publicado con ocasión de este Domund de 2012. Afirma que proclamar el Evangelio y extender la fe en Jesucristo no es para la Iglesia algo facultativo, sino que es el principal deber que le incumbe, por mandato del Señor, a fin de que los hombres y mujeres de todos los tiempos crean y se salven.

¿Qué hemos, o qué podemos hacer? Me ha impresionado especialmente esta frase del Papa, que me parece una respuesta –mejor dicho, la respuesta- a la pregunta que acabo de hacer. Cito textualmente estas pocas palabras suyas: “Necesitamos retomar el mismo fervor apostólico de las primeras comunidades cristianas que, pequeñas e indefensas, fueron capaces de difundir el Evangelio en todo el mundo entonces conocido mediante el anuncio y el testimonio”.

Este es el doble compromiso del Domund. Primero, reconocer, agradecer a Dios y ayudar económicamente –en lo que podamos - a la tarea de nuestros misioneros y misioneras por medio de las Obras Misionales Pontificias, a las que va destinada la colecta del Domund que se realiza hoy en todos los templos.

Y, después, preguntarnos si cada uno de nosotros, según su vocación y sus posibilidades, en nuestra vida y en nuestros ambientes, somos “misioneros de la fe” (que tal es el lema del Domund de este año entre nosotros). Ante la descristianización, he recordado a veces un pensamiento del filósofo judío Martín Buber, un gran exponente de la filosofía personalista. Dice así: “Comenzar por uno mismo, esto es lo único que cuenta. El punto de apoyo de Arquímedes desde el cual puedo levantar el mundo desde mí mismo, es la transformación de mí mismo”.

Apliquemos esto a nuestra condición de cristianos y tendremos una buena respuesta a la pregunta que nos hemos planteado.

 

Josep Àngel Saiz Meneses

Obispo de Terrassa

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