“La Iglesia debe servir siempre a los enfermos y a los que cuidan de ellos con renovado vigor, en fidelidad al mandato del Señor, siguiendo el ejemplo muy elocuente de su Fundador y Maestro”. Así comienza el papa Francisco el mensaje para la Jornada Mundial del Enfermo, que la Iglesia celebra el próximo domingo día 11. Este año se inspira en las palabras que Jesús, desde la cruz, dirige a su madre María y a Juan: «Ahí tienes a tu hijo... Ahí tienes a tu madre. Y desde aquella hora, el discípulo la recibió en su casa» (Jn 19,26-27). Las palabras de Jesús son el encargo de una nueva misión para María: ser la Madre de los discípulos de su Hijo, cuidar de todos ellos, en lo material y en lo espiritual. También los discípulos están llamados a cuidar unos de otros, y a cuidar de todas las personas necesitadas que encuentren en su camino.
Cuidar unos de otros, cuidar especialmente a las personas más necesitadas, cuidar a los enfermos, cuidar a los ancianos. La vida humana es digna del máximo cuidado en cada una de sus fases, y especialmente en las situaciones de fragilidad y de debilidad. Cuando una sociedad se deja llevar por un planteamiento puramente utilitarista, los que acaban sufriendo son siempre los más débiles, y en este caso, los enfermos tienden a ser considerados como un problema, como una carga de la que hay que liberarse. Para nosotros debe ser justo al contrario. La dignidad de la persona radica en su origen y su destino, en que ha sido creada a imagen y semejanza de Dios, redimida por Cristo, templo vivo del Espíritu, destinada a una vida eterna en comunión con Dios y los hermanos. La dignidad radica en la bondad y el valor de la persona considerada en sí misma, no por la utilidad que pueda ofrecer a alguien o algo.
Ahora bien, ¿qué lugar tienen que ocupar los enfermos y los ancianos en un mundo que funciona cada vez más con el criterio de la productividad? Si todo se va reduciendo a productividad y consumo, es muy probable que la persona que va dejando de ser “útil” se vuelva irrelevante y acabe siendo invisible. Esta es la realidad de no pocos enfermos crónicos y ancianos. A pesar de los grandes avances de la medicina, tarde o temprano la enfermedad se hace presente en la vida, como también llegará el momento de la muerte. El miedo a la enfermedad y a la muerte ha existido siempre, pero hoy tratamos de ocultar más que nunca el envejecimiento, la enfermedad y la muerte. Con todo, forman parte de nuestra existencia y resistirse a aceptar la realidad al final lleva a la frustración. Hay que aprender a asumir la enfermedad y también aprender a envejecer. Hay que descubrir el sentido profundo de la vida en cada situación concreta.
El Papa nos recuerda que a lo largo de la historia de la Iglesia esta misión de cuidar a los enfermos se ha materializado en muchas iniciativas de personas y de instituciones y continúa en la actualidad en todo el mundo. En los países que disponen de sistemas sanitarios públicos y adecuados, la Iglesia ofrece una atención médica de calidad, pone a la persona humana en el centro del proceso terapéutico y lleva a cabo una investigación científica desde el respeto de la vida y de los valores morales cristianos. En los países donde los sistemas sanitarios son inadecuados o no existen, la Iglesia trabaja para ofrecer la mejor atención sanitaria posible. La imagen de la Iglesia como un «hospital de campaña» es una realidad muy concreta, porque en algunas partes del mundo, sólo los hospitales de los misioneros y de las diócesis brindan la atención necesaria a la población.
Que la Jornada Mundial del enfermo, en el día de la Virgen de Lourdes, nos ayude a prestar atención y compañía a nuestros hermanos enfermos.
+ Josep Àngel Saiz Meneses Obispo de Terrassa
+ Josep Àngel Saiz Meneses
Obispo de Terrassa