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El pasado 13 de diciembre, tercer domingo de Adviento, el Papa abrió la Puerta Santa de la Catedral de Roma, la basílica de San Juan de Letrán. Mientras, el cardenal Harvey, arcipreste de San Pablo Extramuros, lo hacía en aquella basílica. Y el día 1 de enero, solemnidad de Santa María Madre de Dios, el Papa abrió la Puerta Santa de la basílica de Santa María Mayor. El domingo día 13, por deseo del Papa, en cada Iglesia particular en la catedral, o en algún santuario o en alguna iglesia de significado especial, se abrió la Puerta de la Misericordia. Así lo hicimos también en nuestra Catedral de Terrassa. El Jubileo, por tanto, es celebrado tanto en Roma como en las otras Iglesias diocesanas de todo el mundo, como signo visible de la comunión de toda la Iglesia.
La Puerta Santa es uno de los signos más visibles del Año Santo. La de la basílica de San Pedro la abrió el Papa el mismo 8 de diciembre pasado. Atravesando esta Puerta Santa, el peregrino entra en la basílica de San Pedro. Y al acercarse al altar de la Confesión, donde se encuentra la tumba de Pedro, los cristianos están llamados a recitar la profesión de fe, el Credo. El Símbolo de la Fe es el punto en el que los cristianos, sean del país que sean, nos reconocemos como miembros de esa comunidad de fe en Cristo que es la Iglesia.
Es muy importante que en cada catedral y en cada Iglesia jubilar los cristianos den primacía a la profesión de fe, que nos identifica y tiene carácter normativo para nosotros como miembros de la Iglesia. Es la confesión de la fe que hacemos en cada misa los domingos y solemnidades pero que, en este caso, tiene una significación y una intensidad especial. Por eso, es bueno que esa profesión de fe se haga públicamente, es decir, comunitariamente. Es el “yo creo” y el “nosotros creemos”, que no se excluyen sino que se complementan. En las Confesiones de san Agustín narra éste la conversión del retórico Victorino. Y llegó el momento en que Victorino comprendió que su adhesión a Cristo tenía que expresarse en la profesión pública de la fe, tal como se hacía en Roma, “y él prefirió expresar su salvación en presencia del pueblo santo. Victorino hizo la profesión de la verdadera fe con gran entereza, y todos querían abrazarle dentro de sus corazones” (Confesiones, VIII, 2).
Desde los primeros siglos de la Iglesia es posible hallar las huellas del Símbolo de la Fe que tiene una estructura trinitaria y se utilizaba en la administración del bautismo. El Jubileo es, ante todo, una oportunidad para que, con la ayuda de la gracia de Dios, profesemos nuestra fe en medio de la comunidad cristiana. El signo de la Puerta Santa nos recuerda, en síntesis, que la puerta de la salvación es Cristo y que, siguiendo la invitación del Papa y de cada Obispo en su diócesis, profesamos con humildad y gratitud, nuestra fe en Él. El Año Santo es, ante todo, una llamada a vivir y a renovar la fe, a reavivarla.
La fe crece y se fortalece cuando se ejercita tanto en las pequeñas circunstancias de la vida de cada día como en las grandes ocasiones que también se presentarán a lo largo de nuestro peregrinaje. En toda ocasión es preciso confiar en Dios, abandonarse en sus manos de Padre. Más allá de una percepción periférica de la realidad, más allá de nuestras humanas evidencias, una cosa es cierta: que Dios es Padre, que nos ama infinitamente. Por eso, el hombre de fe procura ver todas las cosas en el amor de Dios, según la fórmula de san Pablo: “Todo contribuye al bien de los que aman a Dios, de los que él ha llamado según sus designios”.
+ Josep Àngel Saiz Meneses Obispo de Terrassa
+ Josep Àngel Saiz Meneses
Obispo de Terrassa