Hoy termino estas sencillas reflexiones a los jóvenes, que he formulado a partir del episodio del encuentro de Jesús con el joven rico. Estas últimas reflexiones van dedicadas a los jóvenes creyentes que además son practicantes.
Nuestra vida es búsqueda y encuentro. El encuentro con Cristo cambia la existencia, la hace nueva, le da plenitud, la transforma. El encuentro con Cristo nos hace testigos enviados a anunciar la Buena Nueva del amor de Dios, enviados por él a dar un fruto abundante y duradero. Sobre todo por la presencia y el testimonio en medio del mundo. El Concilio Vaticano II aporta mucha luz al respecto. La verdadera conversión a Cristo se manifiesta en especial en el testimonio, tanto personal como comunitario.
Se trata de un testimonio con las obras, con las actitudes, también mediante la palabra; en definitiva, un testimonio con la vida en su conjunto. Un testimonio variado en formas y contenidos. Una gran figura de nuestros días nos ilumina también sobre esto: el hermano Carlos de Foucauld, beatificado recientemente. Él nos enseña el valor del testimonio silencioso, de la amistad, de la ayuda fraternal. Carlos de Foucauld fue un verdadero hermano universal, viviendo su fe, su celebración y su adoración eucarísticas en medio del mundo musulmán, revelando así el amor de Cristo a todos.
Pensando en su vida, adquieren todo su sentido existencial estas palabras del Vaticano II sobre el testimonio: “La presencia de los fieles cristianos en los grupos humanos ha de estar animada por la caridad con que Dios nos amó, que quiere que también nosotros nos amemos unos a otros con la misma caridad. En efecto, la caridad cristiana se extiende a todos sin distinción de raza, de condición social o de religión; no espera lucro o agradecimiento alguno; pues como Dios nos amó con amor gratuito, así los fieles han de vivir preocupados por el hombre mismo, amándolo con el mismo sentimiento con que Dios lo buscó” (AG, 12).
Desde el realismo sincero hay que confesar que dar este testimonio hoy no es fácil y en algunos ambientes puede ser una actitud casi heroica, o sin casi, una actitud simplemente heroica. Pero repito que el testimonio es la prueba fehaciente de la autenticidad de nuestra conversión a Cristo, aunque nos suponga, a veces, burla, descrédito humano o marginación y persecución más o menos velada o manifiesta.
Por esto, deseo subrayar que el cristiano necesita el apoyo de la comunidad cristiana, de la dimensión que sea y tenga la forma que tenga. Pero la vida cristiana necesita alimentarse y profundizarse en la comunidad. Por eso, el Concilio Vaticano II, al hablar del testimonio, subraya su dimensión comunitaria. Mediante el testimonio, “la comunidad cristiana se hace exponente de la presencia de Dios en el mundo, porque ella, por el sacrificio eucarístico, pasa con Cristo al Padre; nutrida con la palabra de Dios, da testimonio de Cristo” (AG, 15).
El discípulo de Cristo da fruto colaborando en la construcción del Reino, siendo fermento en medio de la sociedad por la fuerza de Cristo, que está presente en su Iglesia y en sus comunidades. El cristiano puede vivir aislado o en situación de diáspora, como dijo el padre Karl Rahner, pero necesita y ha de saber encontrar el hogar de la comunidad, del grupo, del movimiento cristiano en el que alimente su fe y su testimonio en medio del mundo.
+ Josep Àngel Saiz Meneses
Obispo de Terrassa
Nuestra vida es búsqueda y encuentro. El encuentro con Cristo cambia la existencia, la hace nueva, le da plenitud, la transforma. El encuentro con Cristo nos hace testigos enviados a anunciar la Buena Nueva del amor de Dios, enviados por él a dar un fruto abundante y duradero. Sobre todo por la presencia y el testimonio en medio del mundo. El Concilio Vaticano II aporta mucha luz al respecto. La verdadera conversión a Cristo se manifiesta en especial en el testimonio, tanto personal como comunitario.
Se trata de un testimonio con las obras, con las actitudes, también mediante la palabra; en definitiva, un testimonio con la vida en su conjunto. Un testimonio variado en formas y contenidos. Una gran figura de nuestros días nos ilumina también sobre esto: el hermano Carlos de Foucauld, beatificado recientemente. Él nos enseña el valor del testimonio silencioso, de la amistad, de la ayuda fraternal. Carlos de Foucauld fue un verdadero hermano universal, viviendo su fe, su celebración y su adoración eucarísticas en medio del mundo musulmán, revelando así el amor de Cristo a todos.
Pensando en su vida, adquieren todo su sentido existencial estas palabras del Vaticano II sobre el testimonio: “La presencia de los fieles cristianos en los grupos humanos ha de estar animada por la caridad con que Dios nos amó, que quiere que también nosotros nos amemos unos a otros con la misma caridad. En efecto, la caridad cristiana se extiende a todos sin distinción de raza, de condición social o de religión; no espera lucro o agradecimiento alguno; pues como Dios nos amó con amor gratuito, así los fieles han de vivir preocupados por el hombre mismo, amándolo con el mismo sentimiento con que Dios lo buscó” (AG, 12).
Desde el realismo sincero hay que confesar que dar este testimonio hoy no es fácil y en algunos ambientes puede ser una actitud casi heroica, o sin casi, una actitud simplemente heroica. Pero repito que el testimonio es la prueba fehaciente de la autenticidad de nuestra conversión a Cristo, aunque nos suponga, a veces, burla, descrédito humano o marginación y persecución más o menos velada o manifiesta.
Por esto, deseo subrayar que el cristiano necesita el apoyo de la comunidad cristiana, de la dimensión que sea y tenga la forma que tenga. Pero la vida cristiana necesita alimentarse y profundizarse en la comunidad. Por eso, el Concilio Vaticano II, al hablar del testimonio, subraya su dimensión comunitaria. Mediante el testimonio, “la comunidad cristiana se hace exponente de la presencia de Dios en el mundo, porque ella, por el sacrificio eucarístico, pasa con Cristo al Padre; nutrida con la palabra de Dios, da testimonio de Cristo” (AG, 15).
El discípulo de Cristo da fruto colaborando en la construcción del Reino, siendo fermento en medio de la sociedad por la fuerza de Cristo, que está presente en su Iglesia y en sus comunidades. El cristiano puede vivir aislado o en situación de diáspora, como dijo el padre Karl Rahner, pero necesita y ha de saber encontrar el hogar de la comunidad, del grupo, del movimiento cristiano en el que alimente su fe y su testimonio en medio del mundo.
+ Josep Àngel Saiz Meneses
Obispo de Terrassa
+ Josep Àngel Saiz Meneses
Obispo de Terrassa