En este domingo de la Santísima Trinidad celebramos en la Iglesia católica la Jornada “Pro Orantibus”, es decir, por aquellas y aquellos que oran, que dedican su vida a la plegaria por la Iglesia y por el mundo. Este año se ha escogido este lema: “Los monasterios: escuelas de fe en el corazón de la Iglesia y del mundo”.
El pasado día 23 de mayo visité el carmelo teresiano de La Roca del Vallès para presidir el capítulo de elección de una nueva priora de la comunidad. Considero un aspecto importante de mi servicio como obispo las visitas a las comunidades monásticas de nuestra diócesis. Procuro hacerme presente en todas ellas, aprovechando todas las ocasiones que encuentro para hacerlo.
Durante la visita, las carmelitas me explicaban que en los últimos años se han construido unas nuevas vías de circulación que pasan muy cerca del cenobio, por lo que en el día a día de su vida contemplativa no falta como telón de fondo el ruido del tráfico, sobre todo en algunas horas concretas. No protestaban por este hecho. La reflexión nos llevó a la conclusión de que han de ser contemplativas en medio del asfalto, y que este hecho les recordaba su vocación de orar a Dios por las necesidades de este mundo en que ellas y nosotros vivimos.
Desde el recuerdo de esta visita reciente, y en la celebración de esta jornada de las religiosas y los religiosos de vida claustral o contemplativa, creo que es justo recordar que estas instituciones honran a la Iglesia y prestan un gran servicio al mundo. El Concilio Vaticano II lo dijo claramente: “Los institutos que se ordenan íntegramente a la contemplación, de suerte que sus miembros se consagran sólo a Dios en soledad y silencio, en asidua oración y ferviente penitencia, mantienen siempre un puesto eminente en el Cuerpo místico de Cristo, en que no todos los miembros desempeñan la misma función (Rm 12, 4), por mucho que urja la necesidad del apostolado activo” (PC 7).
Las mujeres y los hombres que viven esta vocación son un signo que apunta hacia la trascendencia y hacia Dios. En un mundo secularizado, que nos invita a mirar y a vivir a ras de tierra, ellas y ellos son una llamada constante a elevar la mirada, a mirar hacia el cielo y a levantar el nivel de nuestros horizontes vitales. Son testigos de Dios y maestros de la fe. Por esto los monasterios son escuelas de vida cristiana. Lo han sido en el pasado –piénsese en la influencia de los monasterios benedictinos o cistercienses en la configuración de Europa- y están llamados a serlo también en el presente. Ni espiritualmente ni humanamente están ociosas esas comunidades, sino que viven de su trabajo –según el clásico lema benedictino “Ora et labora”- y dedican muchas horas del día a la plegaria de alabanza a Dios y de intercesión por sus hermanos y hermanas del mundo.
Escuelas de fe en el corazón de la Iglesia y del mundo. Aunque pudiera parecer extraño a quien desconozca estas comunidades contemplativas, el Señor sigue llamando, y no faltan jóvenes que lo dejan todo por seguirlo a través de este camino, capaces de encerrarse en los muros de un convento para llevar una vida de trabajo y oración, con radicalidad y entrega sólo al servicio de Dios y de los hermanos desde la oración.
+ Josep Àngel Saiz Meneses
Obispo de Terrassa
El pasado día 23 de mayo visité el carmelo teresiano de La Roca del Vallès para presidir el capítulo de elección de una nueva priora de la comunidad. Considero un aspecto importante de mi servicio como obispo las visitas a las comunidades monásticas de nuestra diócesis. Procuro hacerme presente en todas ellas, aprovechando todas las ocasiones que encuentro para hacerlo.
Durante la visita, las carmelitas me explicaban que en los últimos años se han construido unas nuevas vías de circulación que pasan muy cerca del cenobio, por lo que en el día a día de su vida contemplativa no falta como telón de fondo el ruido del tráfico, sobre todo en algunas horas concretas. No protestaban por este hecho. La reflexión nos llevó a la conclusión de que han de ser contemplativas en medio del asfalto, y que este hecho les recordaba su vocación de orar a Dios por las necesidades de este mundo en que ellas y nosotros vivimos.
Desde el recuerdo de esta visita reciente, y en la celebración de esta jornada de las religiosas y los religiosos de vida claustral o contemplativa, creo que es justo recordar que estas instituciones honran a la Iglesia y prestan un gran servicio al mundo. El Concilio Vaticano II lo dijo claramente: “Los institutos que se ordenan íntegramente a la contemplación, de suerte que sus miembros se consagran sólo a Dios en soledad y silencio, en asidua oración y ferviente penitencia, mantienen siempre un puesto eminente en el Cuerpo místico de Cristo, en que no todos los miembros desempeñan la misma función (Rm 12, 4), por mucho que urja la necesidad del apostolado activo” (PC 7).
Las mujeres y los hombres que viven esta vocación son un signo que apunta hacia la trascendencia y hacia Dios. En un mundo secularizado, que nos invita a mirar y a vivir a ras de tierra, ellas y ellos son una llamada constante a elevar la mirada, a mirar hacia el cielo y a levantar el nivel de nuestros horizontes vitales. Son testigos de Dios y maestros de la fe. Por esto los monasterios son escuelas de vida cristiana. Lo han sido en el pasado –piénsese en la influencia de los monasterios benedictinos o cistercienses en la configuración de Europa- y están llamados a serlo también en el presente. Ni espiritualmente ni humanamente están ociosas esas comunidades, sino que viven de su trabajo –según el clásico lema benedictino “Ora et labora”- y dedican muchas horas del día a la plegaria de alabanza a Dios y de intercesión por sus hermanos y hermanas del mundo.
Escuelas de fe en el corazón de la Iglesia y del mundo. Aunque pudiera parecer extraño a quien desconozca estas comunidades contemplativas, el Señor sigue llamando, y no faltan jóvenes que lo dejan todo por seguirlo a través de este camino, capaces de encerrarse en los muros de un convento para llevar una vida de trabajo y oración, con radicalidad y entrega sólo al servicio de Dios y de los hermanos desde la oración.
+ Josep Àngel Saiz Meneses
Obispo de Terrassa
+ Josep Àngel Saiz Meneses
Obispo de Terrassa