La liturgia de la Palabra del IV domingo de Pascua nos presenta cada año a Jesús como buen Pastor, y en este domingo celebramos la Jornada mundial de oración por las vocaciones, que siempre va acompañada por un Mensaje que envía el Santo Padre. En esta ocasión el papa Francisco recuerda al inicio de su reflexión que “la llamada del Señor nos hace portadores de una promesa y, al mismo tiempo, nos pide la valentía de arriesgarnos con él y por él”. La llamada se produce siempre a partir de un encuentro, tal como sucedió con los primeros discípulos junto al lago de Galilea, y siempre produce sorpresa y una alegría profunda desde la intuición de que se entra a formar parte de un proyecto capaz de llenar de sentido la existencia.
La llamada del Señor no es una especie de intromisión en nuestra vida que acaba eclipsando la libertad. La gracia de la vocación y la libertad personal en la respuesta no se oponen, y no sería válida la respuesta si no es desde la libertad, que el mismo Señor respeta. Se trata de la iniciativa amorosa con la que Dios viene a nuestro encuentro y nos invita a entrar en un gran proyecto. La historia de toda vocación cristiana y de toda vocación sacerdotal es la historia de un inefable diálogo entre Dios y el ser humano, entre el amor de Dios que llama y la libertad del hombre que responde. Este modelo de llamada y respuesta, de iniciativa de Dios y libertad responsable del hombre, aparece siempre en las escenas vocacionales a lo largo de la Sagrada Escritura y de la historia de la Iglesia. Ahora bien, hemos de subrayar que la iniciativa de la llamada pertenece a Dios.
El Señor no quiere que nos limitemos a recorrer el camino de la vida sin pena ni gloria, sin un ideal por el que valga la pena vivir y comprometerse con pasión. El Señor llama a cada joven a algo grande porque sabe que el corazón de los jóvenes está sediento de felicidad, y esa sed sólo puede ser saciada por Dios. El joven está sediento de bondad, de belleza, de autenticidad, en definitiva, de un ideal de altura capaz de colmar su anhelo de infinito. En ese camino de búsqueda de sentido, el encuentro con el Señor provoca un cambio radical porque se ha hallado el tesoro por el que vale la pena darlo todo (cf. Mt 13,44), y ese hallazgo produce plenitud y alegría, y llena de sentido la existencia.
La vocación es una invitación a seguir a Jesús por el camino que Dios ha pensado para cada uno, el camino en el que se encontrará la felicidad, la alegría, la plenitud, y el camino por el que mejor podremos servir a los demás. Pero toda elección comporta un riesgo, el desafío de adentrarse en lo desconocido. Esta elección implica el riesgo de dejar todo para seguir al Señor y consagrarse completamente a él, para convertirse en colaboradores de su obra. ¿Acaso no lo arriesgó todo Abraham dejando su tierra, su patria, su heredad, la casa de su padre, viviendo como un extranjero, hasta llegar a la tierra de la promesa? ¿Acaso no arriesgó María cuando recibió el anuncio del ángel, respondiendo con un sí confiado e iniciando una peregrinación de la fe que comprometió su vida entera? ¿Acaso no arriesgaron Pedro y Andrés, Santiago y Juan, y los demás apóstoles dejándolo todo y siguiendo a Jesús?
Y, sin embargo, nos dice el Papa, «no hay mayor gozo que arriesgar la vida por el Señor». Por eso hoy rezamos para que muchos jóvenes tengan el coraje de arriesgar la vida por Él, la valentía de responder con generosidad a la llamada de Aquel que ha dado la vida por la salvación de todos, que nos invita a trabajar en la construcción de su Reino, que nos promete el ciento por uno y la vida eterna, que nos concede el gozo desbordante de una vida llena de sentido y de amor.
+ Josep Àngel Saiz Meneses
Obispo de Terrassa