Este año la Pascua llegará muy adelantada en el calendario: la celebraremos el día 23 de marzo. Por esto también se adelanta el tiempo de preparación, la Cuaresma, que comenzaremos el próximo 6 de febrero, Miércoles de Ceniza. He pensado, en estos escritos semanales, repasar durante unos domingos el sentido de este tiempo litúrgico y las prácticas cuaresmales, intentando subrayar el sentido que pueden tener para el cristiano de hoy, siguiendo, para hacerlo, el pensamiento de Benedicto XVI, sobre todo en su reciente encíclica Salvados en esperanza.
Y en este primer escrito me hago una pregunta: ¿Tiene todavía sentido la Cuaresma? ¿Qué sentido puede tener para el cristiano de hoy, para las comunidades cristianas actuales? Al comenzar la Cuaresma hemos de reflexionar sobre algunas dificultades para poderlas superar. Una dificultad es el escaso eco social que hoy tiene este tiempo, en contraste con otras épocas. Se ha hablado de una debilidad institucional de la Iglesia en nuestra sociedad, un hecho innegable que tiene muchas manifestaciones. Lo que hoy tiene resonancia social es el carnaval o carnestolendas, aunque pocas personas caerán en la cuenta del sentido etimológico, que nos remite a los ayunos y a la abstinencia de carne del tiempo de Cuaresma.
En este clima necesitamos evocar el sentido de la Cuaresma. En el mundo de hoy, lleno de perplejidades, de desencantos y de frivolidades, nosotros creemos que también este nuestro mundo encuentra la verdadera luz de la vida en los hechos y en el mensaje de Jesús. Y por esto creemos que cada persona y cada grupo humano, a pesar de las fragilidades y las tinieblas personales e institucionales en las que nos movemos, están llamados, también ahora, a acoger a Jesucristo y su Evangelio, a participar en la Pascua de Jesús y a encontrar en él la vida y la esperanza.
La Cuaresma es un tiempo de desierto espiritual, es una ejercitación de nuestra condición de cristianos. Es también un tiempo de conversión, una llamada a arrepentirnos y a convertirnos al Dios del amor y del perdón, que ha llevado a cabo su obra en Jesucristo para la salvación de la humanidad. Es un tiempo de reflexión y de austeridad, pero no por ningún sentido masoquista, sino con la finalidad positiva de reorientar constantemente nuestra vida hacia Dios y ante Dios.
La Cuaresma, en este sentido, es una llamada a plantearnos la cuestión fundamental como creyentes y como cristianos: el misterio de Dios. Las personas necesitamos tener esperanzas –más grandes o más pequeñas- que día tras día nos mantengan en camino. Pero también necesitamos vivir de una gran esperanza, que ha de ser superior a todas las demás. Como dice Benedicto XVI, “esta gran esperanza sólo puede ser Dios, que abraza el universo y que nos puede proponer y dar lo que nosotros por sí solos no podemos alcanzar. Dios es el fundamento de la esperanza, el Dios que tiene un rostro humano y que nos ha amado hasta el extremo, a cada uno en particular y a la humanidad en su conjunto” (Spe salvi, 31).
Para nosotros la conversión cuaresmal consiste sobre todo en volvernos hacia Jesucristo, en reorientarnos hacia él, en hacer que toda nuestra vida encuentre su sentido y un día su cumplimiento en la muerte y la resurrección de Jesús, de la que participamos por el sacramento del bautismo.
+ Josep Àngel Saiz Meneses
Obispo de Terrassa
+ Josep Àngel Saiz Meneses
Obispo de Terrassa