En la homilía que pronunció en el acto inaugural del Año de San Pablo, Benedicto XVI escogió tres textos de Pablo que se encuentran en el Nuevo Testamento, en los que aparece su alma, su fisonomía interior, lo más específico de su carácter. Los propongo en este escrito para subrayar la actualidad que tiene el mensaje de Pablo para los cristianos de hoy.
En el primer texto, de la carta a los Gálatas, hace una profesión de fe muy personal, en la que abre su corazón a los lectores de todos los tiempos y revela cuál es la fibra más íntima de su vida: “Vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Ga 2, 20). “Todo cuanto Pablo hace –dijo el Papa- parte de este centro. Su fe es la experiencia de ser amado por Jesucristo de una manera totalmente personal; es la conciencia del hecho que Cristo afrontó la muerte no por algún objetivo anónimo sino por amor a él –a Pablo-, y que, como Resucitado, lo sigue amando en todo momento; que Cristo se entregó por él. Su fe nace del impacto del amor de Jesucristo, un amor que le impresiona en lo más profundo y lo transforma. Su fe no es una teoría, una opinión sobre Dios y sobre el mundo. Su fe es el impacto del amor de Dios en su corazón. Y por esto esa fe es también amor a Jesucristo”.
Pablo aparece así como un gran testigo de lo que los teólogos llaman cristocentrismo: que la fe cristiana es eminentemente personal por cuanto se centra y se resume en la Persona de Jesucristo, en el acontecimiento de lo que él es y de lo que él hizo y enseñó. Pablo fue un hombre conmovido por un gran amor, y todo cuanto hizo y cuanto luchó y sufrió se comprende únicamente a partir de este centro.
El segundo texto escogido por el Papa fue el de la conversión de Pablo, en el camino de Damasco. “Yo soy Jesús, a quien tú persigues” (Ac 9, 4s.). “Jesucristo – explica el Papa- se identifica con la Iglesia formando un solo sujeto. En esta afirmación del Resucitado, que transformó la vida de Pablo, está contenida en el fondo toda la doctrina de la Iglesia como cuerpo de Cristo”. De nuevo encontramos el cristocentrismo a que he aludido antes. En la Iglesia la causa principal de su ser y su misión es la persona misma de Jesucristo, que, como resucitado y mediante los sacramentos –en especial por la eucaristía-, sigue vivo y activo en ella. Y en ella todo cristiano está llamado a hacer y a vivir la misma experiencia de Pablo: “Él me amó y se entregó a sí mismo por mí”.
La tercera cita de Pablo glosada por el Papa fue la exhortación de un Pablo ya anciano y en la prisión por la causa de Cristo, que le dice a su discípulo Timoteo: “Soporta conmigo los sufrimientos por el Evangelio” (2Tm 1, 8). En la vida de Pablo la misión de anunciar a Cristo a los gentiles y el sufrimiento estuvieron unidos. Las palabras del Papa, llegado a este punto, fueron severas: “En un mundo en que la mentira es poderosa, la verdad se paga con el sufrimiento. Quien quiere esquivar el sufrimiento, tenerlo lejos de él, se mantiene alejado de la vida misma y de su grandeza; no puede ser servidor de la verdad y así no puede ser servidor de la fe Allí donde no hay nada que merezca que se sufra por ello, también la vida misma pierde su valor”.
Benedicto XVI terminó pidiendo a san Pablo el coraje de sufrir con Cristo y por él en este mundo. Y, en una breve plegaria final, pidió a Jesucristo que nos conceda actualmente “unos testigos de la resurrección, capaces de llevar la luz del Evangelio a nuestro tiempo. San Pablo, ruega por nosotros”.
+ Josep Àngel Saiz Meneses
Obispo de Terrassa
+ Josep Àngel Saiz Meneses
Obispo de Terrassa