Vamos avanzando por el camino hacia la Pascua. Esto es la Cuaresma, una ejercitación para prepararnos a celebrar la primera de las fiestas cristianas de todo el año: la Pascua de Jesús, su “paso” de la Cruz a la Resurrección y de este mundo al Padre. San Lucas es el evangelista que este año leemos en las celebraciones dominicales. Él pone el acento en la conversión, la reconciliación y la misericordia de Dios. Un tema que es especialmente oportuno en este mes de marzo en el que celebramos el día del Seminario y en este Año sacerdotal que el Santo Padre Benedicto XVI ha propuesto a toda la Iglesia. Nos referiremos a todo ello en los próximos domingos.
Este domingo el tema dominante es el de la conversión. Como Jesús nos da a entender en el evangelio de hoy, convertirse no es situarse por encima de los demás, sino situarse en el interior de la propia persona… Y sobre todo girarse hacia Dios. Es cambiar de mentalidad. Es, también, cambiar de actitudes. Si no hay un cambio, tanto personal como comunitario, no hemos logrado lo que Dios y la Iglesia nos piden como una “ejercitación” cuaresmal.
Ayudar a las personas a convertirse es propiciar que vivan un encuentro con Cristo que transforma la vida de cada cristiano –sea niño, sea joven, sea adulto- y le haga descubrir en Cristo la plenitud del sentido de su existencia. Lo dice Benedicto XVI en su primera encíclica con unas palabras que han sido muy citadas: “No se empieza a ser cristiano a partir de una decisión ética o de una gran idea, sino del encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con eso, una orientación decisiva” (Deus caritas est, 1).
Vivir el proceso de la conversión lleva a una identificación progresiva con el Señor y, en definitiva, a la santidad de vida. Como expliqué en la pastoral La alegría del sacerdocio, “este acontecimiento es por encima de todo obra de la gracia de Dios, pero –por la parte que nos pertoca- requiere un anuncio de la Palabra, explícito, personal y comunitario, con naturalidad, con la serenidad y con la fuerza de quien ha encontrado el sentido y el camino de su vida. Un anuncio centrado en la Persona de Jesucristo, y desde Cristo en el Padre y en el Espíritu Santo, en la Iglesia y en los sacramentos. Un anuncio convencido y convincente que se complementa con el testimonio de vida. En definitiva, un anuncio que interpela, que suscita una respuesta y que, en la fuerza del Espíritu, provoca la conversión”.
Convertirse es, a la vez, dar frutos. El evangelio de hoy así nos lo dice con gran claridad en la parábola de la higuera estéril. La higuera es, en la tradición del Antiguo Testamento, el símbolo de Israel. También la podemos considerar un símbolo de todos nosotros, de la Iglesia y de cada una de las comunidades cristianas.
Dar frutos, he aquí la finalidad de un árbol frutal. Hay una paciencia del viñador. Hay una paciencia de Dios con cada persona y con el mundo y con la misma Iglesia. Pero el viñador espera los frutos del árbol. Lo espera sobre todo de nosotros, los que hemos recibido el sacerdocio ministerial en cualquiera de sus tres grados: diáconos, presbíteros y obispos. Nosotros, como cristianos, estamos llamados a la conversión y como ministros de la Iglesia estamos llamados a convertirnos con las comunidades cristianas que nos han sido confiadas.
Así lo dice la oración de la fiesta litúrgica del santo cura de Ars, Juan María Vianney, cuando pide a Dios que nos conceda “por su intercesión y su ejemplo, ganar para Cristo a nuestros hermanos y alcanzar, juntamente con ellos, los premios de la vida eterna”.
+ Josep Àngel Saiz Meneses
Obispo de Terrassa
+ Josep Àngel Saiz Meneses
Obispo de Terrassa