En muchas ocasiones al saludar a grupos de personas, me brota una espontáneamente la siguiente expresión: « ¿qué tal, jóvenes?». La gente lo agradece, sobre todo si la media de edad del grupo en cuestión hace tiempo que se alejó de la juventud. En una ocasión con motivo de la Visita Pastoral, después de saludar así en una residencia de personas jubiladas, una señora me respondió agradecida: «¡Ay, señor Obispo, como se nota que estamos en el Año de la Misericordia!». Entonces le expuse lo que digo siempre, es decir, que dos características propias de la juventud son la insatisfacción y el inconformismo, y que un corazón insatisfecho e inconformista siempre es joven, sin importar lo que diga el DNI; y a la vez, un corazón satisfecho y conformista, que no lucha por cambiar las cosas en la propia vida, en la Iglesia y en el mundo, es un corazón envejecido.
Por eso me han resonado con particular agrado unas palabras del papa Francisco en la nueva exhortación apostólica. Dice así: «Ser joven, más que una edad es un estado del corazón. De ahí que una institución tan antigua como la Iglesia pueda renovarse y volver a ser joven en diversas etapas de su larguísima historia. En realidad, en sus momentos más trágicos siente la llamada a volver a lo esencial del primer amor» (Christus vivit 34). Por eso hay que evitar dos peligros: la actitud de refugiarse en el pasado por miedo al presente y más aún al futuro; o la actitud de adaptarse al mundo, a las modas, de pretender caer bien recortando el contenido del Evangelio. El Papa continua afirmando que la Iglesia «es joven cuando es ella misma, cuando recibe la fuerza siempre nueva de la Palabra de Dios, de la Eucaristía, de la presencia de Cristo y de la fuerza de su Espíritu cada día. Es joven cuando es capaz de volver una y otra vez a su fuente» (n. 35).
Se trata de renovarse para ser siempre joven ya que Cristo hace nuevas todas las cosas. La renovación se realiza en virtud de su misterio pascual, el misterio de su muerte y resurrección, y comienza en nosotros por el sacramento del Bautismo, que constituye el nacimiento a la vida nueva; por Él hemos sido constituidos criaturas nuevas: “toda persona que está en Cristo es una creación nueva” (2Cor 5:17). Una nueva creación que nos hace hijos de Dios Padre, miembros de Cristo y templos del Espíritu Santo. Somos hijos amados de Dios Padre y estamos llamados a vivir esa realidad filial en familia, en Iglesia. Dios Hijo, Jesucristo, nos llama a vivir en unión con Él y nos hace partícipes de su misión evangelizadora. Dios Espíritu Santo nos renueva, nos dinamiza e impulsa en dicha misión con su fuerza transformadora.
La Iglesia vive en renovación continua y su historia está jalonada por grandes momentos de renovación. Recordemos, por ejemplo, la fundación y la reforma de órdenes religiosas por parte de san Benito de Nursia en el siglo VI, san Bernardo de Claraval en el siglo XII, san Francisco de Asís y santo Domingo de Guzmán en el siglo XIII, santa Teresa de Ávila, san Juan de la Cruz, san Ignacio de Loyola, san Francisco Javier, san Carlos Borromeo y san Felipe Neri, en el siglo XVI. Se trata de personas que han dejado actuar al Espíritu Santo en sus vidas para la reforma de la Iglesia, para su renovación.
El tiempo pascual del año 2019 que estamos viviendo es único e irrepetible, y ha de ser un momento especial de gracia para cada uno de nosotros y para toda la Iglesia. Vivámoslo desde la esperanza, conscientes de que se puede producir un cambio significativo en nuestro interior; también en nuestra comunidad, en la Iglesia y en el mundo entero. Que María nos ayude a vivir intensamente el camino pascual y a prepararnos para recibir el Espíritu Santo en Pentecostés.
+ Josep Àngel Saiz Meneses
Obispo de Terrassa