La tarde del pasado día 19 de abril, una fumata blanca en el cielo de la Roma eterna y el repique alborozado de campanas por todo el orbe católico anunciaban el final de una espera, que sorprendentemente ha sido muy breve, y en definitiva la elección de un nuevo Romano Pontífice. La elección recayó sobre el Cardenal Joseph Ratzinger, que ha querido tomar el nombre de Benedicto XVI.
Los católicos de todo el mundo habíamos rezado incesantemente sobre todo en las misas para la elección del Papa para que el Señor nos enviara un pastor según su corazón, con anhelos de santidad, con celo pastoral, que edificara al Pueblo de Dios en la virtud y que nos iluminara el entendimiento con la verdad evangélica. Hasta el momento de la elección podíamos tener legítimas preferencias respecto a perfiles, sensibilidades, tendencias, etc. Una vez elegido, es el momento de la comunión en la vida y en la misión de la Iglesia. El elegido, fuere el que fuere, es el sucesor de Pedro, sobre el que el Señor edifica su Iglesia.
Es de sobras conocida su experiencia como profesor de teología, como teólogo perito en el Concilio Vaticano II, como arzobispo cardenal de Munich, como prefecto de la Congregación de la Doctrina de la Fe. Es proverbial su capacidad de análisis, su profundidad de pensamiento y su formación filosófica y teológica. A la vez, llama poderosamente la atención la humildad y sencillez de su figura y de su trato y, a la vez, la sensación de profundidad y espiritualidad.
Las primeras impresiones, las primeras palabras, el primer mensaje de un hombre público y con responsabilidades tiene mucha importancia y se cuida con esmero. Qué decir de quien preside a mil cien millones de creyentes católicos y cuya palabra influye en tantos otros millones. Por eso es muy significativo el tono y el contenido de su primera intervención: "Queridos hermanos y queridas hermanas, después del gran Papa Juan Pablo II, los Señores Cardenales me han elegido a mí, un simple y humilde trabajador en la viña del Señor. Me consuela el hecho de que el Señor sabe trabajar y hacer incluso con instrumentos insuficientes, y sobre todo me confío a vuestras oraciones, en la alegría del Señor resucitado, confiados en su ayuda permanente. Vayamos adelante, el Señor nos ayudará, y María, su Santísima Madre, está de nuestra parte." Profunda humildad, profunda confianza en Dios, en María y en la ayuda de todos los fieles. Y yo añadiría además un profundo coraje al aceptar coger el testigo de un predecesor tan grande como Juan Pablo II.
Desde su humildad y sencillez, desde su espiritualidad, desde su sólida formación, no tengo ninguna duda de que asumirá todos los retos del mundo actual: diálogo con la cultura contemporánea, diálogo con los nuevos avances científicos, diálogo con las confesiones cristianas y con las religiones. Diálogo con todas sus fuerzas y con todo su amor a las personas y a la verdad. El nombre elegido denota estilo propio, perfil propio, denota continuidad pero no continuismo, denota inquietud en la difícil tarea de la construcción de la paz a la que sin duda se aplicará con todas sus energías.
El día 26 del pasado mes de febrero, en el marco de la visita ad limina de los obispos de Cataluña, tuvimos un reunión en la sede de
+ Josep Àngel Saiz Meneses
Bisbe de Terrassa
+ Josep Àngel Saiz Meneses
Obispo de Terrassa