Del 23 al 25 del pasado octubre se celebró en Lérida un congreso de espiritualidad, centrado en la figura de Santa Teresa de Jesús, con motivo de clausurarse aquel mismo mes la celebración del quinto centenario del nacimiento de la gran mística y doctora de la Iglesia. Una de las constataciones del congreso fue que crece el interés por la espiritualidad en un tiempo como el actual, en que parece imparable el proceso de secularización; un tiempo en que predominan la indiferencia religiosa, el activismo y el ruido interior i exterior. Josep Otón, catedrático de Historia, escritor y estudioso de la espiritualidad no dudó en afirmar que “el panorama religioso actual permite situar la reflexión sobre el pensamiento de Santa Teresa en un contexto como el actual, marcado por una nueva inquietud espiritual de buscar a Dios, después de un tiempo, como fue la segunda mitad del siglo XX, que parecía llevarnos a un ciclo de indiferencia”.
Hoy la espiritualidad está en alza. Pero al parecer no siempre esa espiritualidad tiene una raíz religiosa. “Soy espiritual, pero no religioso”, respondía un ciudadano en una reciente entrevista publicada en la prensa. Este es el reto al que me refiero para este año que acabamos de comenzar: entroncar el deseo de espiritualidad con la fuente de la espiritualidad cristiana. O proponer la espiritualidad cristiana como respuesta a este deseo de muchos de nuestros contemporáneos.
El pasado 8 de diciembre, festividad de la Inmaculada Concepción, el papa Francisco abrió el Año Santo de la Misericordia, que se prolongará durante la mayor parte del año 2016, pues está prevista su clausura para el domingo de Cristo Rey del Universo, el 20 de noviembre próximo. Tenemos once meses por delante de celebración jubilar. ¿Cómo vamos a vivirla? Este es el reto que tenemos por delante.
Para plantear en nuestras parroquias y comunidades cristianas el actual Año Santo tenemos una ayuda extraordinaria: la bula de convocación publicada por el papa Francisco con el título de “El rostro de la misericordia”. Es un texto bellísimo, muy rico tanto en su teología como en su espiritualidad. Se intuye, de su lectura, que es un texto muy personal del Papa, que refleja a la vez su sensibilidad religiosa y sus preocupaciones de pastor.
Comienza con estas palabras. “Jesucristo es el rostro de la misericordia del Padre. El misterio de la fe cristiana parece encontrar su síntesis en esta palabra. Ella se ha vuelto viva, visible y ha alcanzado su culmen en Jesús de Nazaret”. Más adelante, en el mismo documento, encontramos esta lapidaria expresión: “La primera verdad de la Iglesia es el amor de Cristo”. Y añade el Papa: “De este amor, que llega hasta el perdón y el don de sí, la Iglesia se hace sierva y mediadora ante los hombres. Por tanto, donde la Iglesia esté presente, allí debe ser evidente la misericordia del Padre. En nuestras parroquias, en las comunidades, en las asociaciones y movimientos, en fin, dondequiera que haya cristianos debería poder encontrar un oasis de misericordia”.
Este es el reto para el año que comienza: vivir en nuestro corazón y en nuestras comunidades la misericordia de Dios; entrar por un camino de conversión permanente y duradera de tal modo que el eje vertebrador de nuestra vida sea Cristo, de forma que Él sea el centro al que subordinamos todos los demás elementos; propiciar en los demás el encuentro con Cristo, el único capaz de saciar la sed de sentido, de felicidad y de plenitud que habita en el corazón humano.
+ Josep Àngel Saiz Meneses
Obispo de Terrassa
+ Josep Àngel Saiz Meneses
Obispo de Terrassa