Continuamos la reflexión iniciada el pasado domingo sobre la comunidad cristiana. La comunidad no es una realidad externa que recoge y ampara las personas, sino que consiste principalmente en la comunicación espiritual. Jesucristo formaba comunidad con los apóstoles y no tenían techo ni reglamento ni horario… El libro de los Hechos de los Apóstoles da razón de por qué los primeros cristianos eran una auténtica comunidad: “Tenían un solo corazón y una sola alma” (4,32) y “perseveraban en la comunión” (2,42).
¿Cuándo podemos nosotros decir que se tiene un solo corazón y una sola alma? En primer lugar cuando hay conocimiento y amor mutuos, no un mero conocimiento de tipo biográfico. Tener un solo corazón y una sola alma es compartir, tener los mismos sentimientos, como quienes viven la amistad o el clima de familia, o tienen el mismo proyecto de vida inspirado en Jesús y en su Evangelio, quienes llegan a compartir los bienes materiales y las situaciones interiores, aquellos que se responsabilizan mutuamente unos de otros.
La comunidad nace cuando se llegan a vivir sobre todo tres actitudes: En primer lugar, el sentimiento del nosotros, que significa haber hecho el paso del yo y el tu hacia el nosotros. Ello significa compartir, hacer propias las situaciones de los demás miembros del grupo. La comunidad nace cuando los individuos se sienten mutuamente acogidos y aceptados.
En segundo lugar, la comunidad nace si existe un sentimiento de interdependencia que puede expresarse con este lema: “Yo soy guardián de mis hermanos y ellos lo son de mi” Ser comunidad es identificarse todos los miembros del grupo con un proyecto común que establezca relaciones de interdependencia. Esta permite la comunión. Ser comunidad es ser interdependientes y ello significa saber responsabilizarse unos de otros.
Y, en tercer lugar, el sentimiento de participación activa, expresado en estas palabras: “Yo tengo mi lugar”. Cada uno tiene su puesto. Cada miembro ha de ser consciente de desempeñar un papel en el grupo. Cada uno ha de sentirse útil y ha de saber que aporta su colaboración a la obra común. Un deseo desmesurado e impaciente de eficacia puede llevar frecuentemente a concentrar tareas y cargos en los más dotados para llegar así a resultados inmediatos. Ello provoca inhibiciones en los demás e impide a otros miembros desarrollar su personalidad y su capacidad ya que ello es imposible sin responsabilidad y participación.
En esta comunidad, la confianza es el alma. Por el contrario, la desconfianza es la negación radical de la comunidad. Cuando hay confianza las relaciones son transparentes, cálidas, espontáneas. Cuando no hay confianza las relaciones son ficticias, falsas… La confianza se gana a base de fidelidad. Pero a veces hemos de comenzar apostando por la otra persona de buen principio. La confianza debe darse, debe fortalecerse y debe curarse por medio del perdón mutuo y del diálogo franco.
Los cristianos tenemos ciertamente una especial vocación de hacer comunidad. Y sabemos que podemos hacerlo desde la confianza porque todos, en la vida comunitaria, estamos llamados a no buscar otra cosa que la gloria de Dios y que Cristo sea conocido, amado e imitado. Así mismo estamos llamados a servir a los hermanos, especialmente los más necesitados. La confianza, entre cristianos, debe darse siempre por supuesta.
+ Josep Àngel Saiz Meneses
Obispo de Terrassa
+ Josep Àngel Saiz Meneses
Obispo de Terrassa