Cristo resucitado es la verdadera novedad del mundo. Él siempre se hace presente en medio de nuestra vida y de la vida de las comunidades de sus discípulos. Pero de manera especial en este tiempo de Pascua. El evangelio de este domingo nos presenta a Jesús que sale al encuentro de sus discípulos cuando están ejerciendo su profesión de pescadores.
La Pascua nos aporta una nueva luz, una mirada nueva que, desde la fe, nos permite afirmar que Cristo está presente en nuestra vida. Él nos invita, también hoy, a celebrar una comida, como invitó a sus discípulos en la orilla del lago y nos abre los ojos de la fe para que le reconozcamos, como les abrió los ojos a los discípulos para que le reconocieran.
Quisiera con estas reflexiones transmitir esperanza ante las dificultades presentes, tan agraviadas para muchos en este tiempo de crisis económica. El Sínodo extraordinario del año 1985, en el veinte aniversario de la clausura del Concilio Vaticano II, en su declaración final nos invitaba a poner “la teología de la cruz y el misterio pascual en el centro de la predicación, de la celebración de los sacramentos y de toda la vida de la Iglesia. Una teología de la cruz es inseparable de una teología de la resurrección. “Cuando los cristianos hablamos de la cruz –decía este documento- no merecemos que se nos llame pesimistas, ya que nos situamos en el realismo de la esperanza cristiana”.
Tenemos necesidad de lo que este Sínodo definió como “una espiritualidad pascual”. Nuestra esperanza está basada en el hecho de que Cristo ha vencido el pecado, el mal y la muerte. Y por medio de la fe y de los sacramentos de la fe podemos reencontrar este nuevo aliento en nuestra vida.
El tiempo pascual es un tiempo de fuerte vivencia de la presencia del Señor resucitado en los signos sacramentales. Como afirmo en la carta pastoral para este curso titulada “La alegría del sacerdocio”, “la Iglesia vive y celebra el encuentro entre Jesucristo resucitado y los hombres a través de los sacramentos, que son acontecimientos en los cuales la gracia llega al corazón de la persona y la historia, por medio de las palabras y los gestos realizados según dispuso el Señor”.
Cristo es el sacramento de Dios y la Iglesia es el sacramento de Cristo. Los sacramentos son las realizaciones más intensas del encuentro con Dios en la Iglesia, Cuerpo de Cristo y templo del Espíritu. Los sacramentos alimentan la vida de fe en sus diferentes etapas, ya que a través de ellos Cristo Salvador se hace presente de manera eficaz en todos los momentos y situaciones de nuestra vida. La celebración de cada sacramento es un momento de gracia, un acontecimiento de salvación, una experiencia del amor de Dios y un encuentro con el Dios que da vida.
¿Qué nos pide esta “espiritualidad pascual”? Lo diré con las palabras de una reciente declaración de los Delegados diocesanos de Familia y Vida de las diócesis catalanas: “Consideramos imprescindible vivir la vida como un don, saboreando el gozo de tenerla y amándola plenamente como lo más grande que alguien puede poseer y la expresión máxima del patrimonio humano”.
Y acaban con un compromiso que me parece muy oportuno en estos momentos de tanto pesimismo y de tantos atentados contra la vida humana: “Constatamos la necesidad de dar a conocer y expandir la cultura de la vida desde la convicción de que la Iglesia ha de estar al servicio de la vida porque la ama”.
+Josep Àngel Saiz Meneses
Obispo de Terrassa
+ Josep Àngel Saiz Meneses
Obispo de Terrassa