En el segundo domingo de Cuaresma la liturgia nos presenta en la celebración de la eucaristía, el relato de la Transfiguración del Señor en el monte Tabor, este año según la narración del Evangelio según San Marcos.
La Transfiguración constituye un momento decisivo en la vida de Jesús. Tiene lugar unos días después del primer anuncio de su pasión y muerte, un anuncio que provoca una crisis entre los apóstoles y los sume en el desconcierto. Y el hecho del Tabor tiene lugar también después de la instrucción de Jesús en la que les advierte que, si quieren ser discípulos suyos, tendrán que seguir el mismo camino de abnegación y sufrimiento, cargando con la propia cruz.
En esta situación, Jesús se lleva consigo a una “montaña alta” a sus tres discípulos más íntimos. Y allí, en el encuentro de Cristo con el Padre, se produce la Transfiguración, la manifestación de la gloria divina a través de la humanidad del Señor. La Transfiguración es, en el camino de la Cuaresma, como una luz que anticipa la Pascua, la gloria de la resurrección.
La finalidad de Jesús es preparar a los discípulos para que puedan afrontar los acontecimientos de su pasión y muerte, confirmarles su divinidad y fortalecer su ánimo para el seguimiento y la imitación, evocando la gloria que seguirá a la cruz y anticipando el misterio pascual.
Contemplamos este auténtico “misterio de luz”, recordando que el beato Juan Pablo II quiso introducir el acontecimiento del Tabor entre los misterios del santo rosario. La Transfiguración del Señor –en el clima espiritual de la Cuaresma- nos invita a contemplar el misterio de la luz de Dios presente a lo largo de la historia de la salvación que culmina en Cristo. El Padre hace una invitación a los tres apóstoles presentes: “Este es mi Hijo amado, escuchadlo”.
Escuchar a Jesús significa estar atentos a su palabra y ponerla en práctica; equivale a dejar que su luz ilumine enteramente nuestra vida; significa recibir de él –y del Espíritu Santo, enviado por él- la fuerza para ser sus testigos ante los hombres.
Para superar las crisis y los desconciertos, para superar el escándalo de la cruz, para ser discípulos fieles del Señor, para ser sus testigos ante el mundo, son imprescindibles momentos como el del Tabor. Momentos de encuentro con Cristo, de experiencia profunda de fe, de luz. Testigo de Jesucristo no es el que habla de memoria o de oídas; es necesaria una experiencia viva y personal de él. Necesitamos vivir la unión con Cristo a través de la oración, siendo unos auténticos “oyentes de la Palabra” y centrar toda nuestra existencia en la Eucaristía. Con un testimonio cristiano que transmita la alegría y la belleza de la vida y que sea una referencia en el camino que ayude a los demás a encontrarse con Dios.
En su mensaje para la Cuaresma de este año, el Papa comenta este versículo de la Carta a los Hebreos: ·Fijémonos los unos en los otros para estímulo de la caridad y las buenas obras” (Hb 10,24). El fruto de seguir a Cristo –nos dice Benedicto XVI- es una vida que se despliega según las virtudes teologales: se trata de acercase al Señor con corazón sincero y llenos de fe, de mantenernos firmes en la esperanza que profesamos, con una atención constante para realizar junto con los hermanos la caridad y las buenas obras. He aquí un buen programa para la Cuaresma.
+ Josep Àngel Saiz Meneses
Obispo de Terrassa
+ Josep Àngel Saiz Meneses
Obispo de Terrassa