Decíamos la semana pasada que acoger y servir la vida es una obligación de todos y se ha de practicar sobre todo con la vida que se encuentra en condiciones de mayor vulnerabilidad, en particular la vida del no nato y en la enfermedad y la vejez. Dicha acogida y servicio comportan también el compromiso de consolidar una nueva cultura de la vida que defienda y promueva la vida de todos, que afronte y de respuesta a las dificultades que vayan surgiendo, que sea asumida con una convicción firme por todos los cristianos, y finalmente, que suscite un encuentro cultural serio con las distintas instancias de la sociedad. Este cambio cultural es urgente en el contexto social y político actual aunque su motivación última se encuentra en la misión evangelizadora de la Iglesia.
La cultura de la vida se construye con unos pilares sólidos. En primer lugar, la familia, verdadero santuario de la vida, el ámbito donde mejor puede ser acogida y donde puede ser protegida de la manera más adecuada ante los diferentes ataques a que está expuesta; la familia es el entorno en el que puede desarrollarse la vida según las exigencias de un crecimiento humano integral. En segundo lugar, hay que formar la conciencia moral de las personas de manera que adquieran un sentido crítico, capaz de discernir los verdaderos valores y exigencias. Para ello es preciso comenzar por la renovación de la cultura de la vida dentro de las mismas comunidades cristianas de modo que se evite caer en el subjetivismo moral que separa la fe cristiana de sus exigencias éticas con respecto a la vida.
Esta formación de la conciencia moral es el primer paso para llevar a cabo esa renovación cultural. Para ello es muy importante redescubrir el nexo entre la vida y la libertad; no hay libertad verdadera donde no se acoge y ama la vida, y no hay vida plena sino desde la libertad. También es decisivo en la formación de la conciencia el descubrimiento del vínculo entre la libertad y la verdad. San Juan Pablo II recordó en diferentes ocasiones que separar la libertad de la verdad objetiva hace imposible fundamentar los derechos de la persona sobre una sólida base racional y a la vez facilita el camino de los totalitarismos. Es también esencial que el ser humano reconozca su condición de criatura, que recibe de Dios la vida como don y tarea. Sólo admitiendo esta dependencia innata en su ser, puede desarrollar plenamente su libertad y su vida y, al mismo tiempo, respetar la vida y libertad de las demás personas. Cuando se niega a Dios y se vive como si no existiera, cuando no se tienen en cuenta sus mandamientos, se acaba por negar también la dignidad de la persona humana.
La renovación cultural nos exige revisar la escala de valores y asumir un nuevo estilo de vida en todos los niveles. Hay que recuperar y vivir la primacía del ser sobre el tener, de la persona sobre las cosas. Este nuevo estilo de vida implica también pasar de la indiferencia por el otro al interés solidario, y del descarte a su acogida. Las demás personas no son adversarios o enemigos de quienes hay que defenderse, sino hermanos y hermanas con quienes hemos de ser solidarios. Que el Señor nos conceda a todos acoger el Evangelio de la vida, celebrarlo con alegría, testimoniarlo con valor, y poder construir entre todos la civilización de la verdad y del amor.
+ Josep Àngel Saiz Meneses
Obispo de Terrassa
+ Josep Àngel Saiz Meneses
Obispo de Terrassa