El evangelio propio de la misa del día de Pascua (Jn 20,1-9) nos presenta dos escenas: la primera, con María Magdalena como protagonista, conduce a la segunda escena, con Simón Pedro y el otro discípulo. En la primera se destaca que estamos en “el primer día de la semana” o “el domingo”. También se destaca que “todavía era oscuro”, es decir, simbólicamente, que todavía no brilla la luz de la fe. María Magdalena, viendo que la piedra que cerraba el sepulcro de Jesús había sido removida, intuye alguna novedad y va corriendo a avisar a Pedro y al otro discípulo.
En la segunda escena, los dos discípulos, motivados por el aviso de María, salen corriendo. También quieren ver lo que ha sucedido. Y ven los signos de que Jesús se ha desligado de los vínculos de la muerte. María, Simón Pedro y el otro discípulo sólo ven el sepulcro vacío. Pero en este mismo momento, uno de ellos, el otro discípulo, lo vio y creyó. Los ojos de la fe y la luz de la palabra de Dios les permiten ver la resurrección de Jesús en el sepulcro vacío.
Que Jesús tenía que resucitar de entre los muertos es una enseñanza testimoniada en todo el Nuevo Testamento. Es la fe de la Iglesia apostólica, y durante este tiempo de Pascua la Iglesia nos propone en las lecturas de la misa dominical vivir en comunión profunda con esta fe.
También nosotros, personalmente y como comunidad eclesial, vivimos momentos en que todavía es oscuro; momentos de noche, momentos de prueba, momentos de duda, momentos de contradicción, momentos de sufrimiento físico o moral; en una palabra, momentos de muerte. Pero, en medio de esta oscuridad, hemos de pedir la luz de la fe.
Por esto necesitamos el don de la gracia de Dios, el don del Espíritu Santo. Todo el tiempo de Pascua surge de la alegría de hoy, el domingo primero entre todos los domingos del año, la Pascua florida, y avanza hacia la Pascua granada, la Pascua del gran fruto del don del Espíritu Santo que Jesucristo nos envía, sentado a la derecha de Dios Padre, como el primero entre una multitud de hermanos.
Esta Pascua del año de gracia de 2007 tiene una especial connotación juvenil. El día 26 de mayo, vigilia de Pentecostés, los jóvenes cristianos de nuestras diócesis tienen un encuentro en la ciudad de Tarragona: es el Aplec de l’Esperit. La transmisión de la fe a los jóvenes es uno de los retos más candentes de la Iglesia. El Aplec de l’Esperit es un encuentro excepcional –se celebra cada tres años-, pero hace visible el trabajo callado y paciente entre nosotros de los movimientos juveniles, las parroquias, las comunidades, los voluntariados y los colegios, trabajo que se va realizando día tras día. Un trabajo a menudo poco conocido, pero muy sólido. Un trabajo del que puedo dar testimonio como obispo encargado especialmente de la acción pastoral entre los jóvenes.
La atención religiosa a los jóvenes no ha de ser una isla en la vida de la Iglesia, sino una expresión más del compromiso de cada una de las comunidades cristianas también en este ámbito del que depende en buena medida el futuro inmediato de la Iglesia. Por esto he dicho que esta Pascua es una Pascua especialmente vivida de cara a los jóvenes. Que el Espíritu Santo los convierta en testigos de Jesús en medio de todos los jóvenes, y que sean los jóvenes cristianos los primeros evangelizadores de nuestros jóvenes.
El amor de Dios, que se nos ha manifestado en Cristo, es más fuerte que el mal y la muerte. A todos os deseo una santa y gozosa Pascua de resurrección.
+ Josep Àngel Saiz Meneses
Obispo de Terrassa
+ Josep Àngel Saiz Meneses
Obispo de Terrassa