Con el mes de septiembre se termina para muchos el paréntesis estival y las familias vuelven a la normalidad, sobre todo cuando los hijos retornan al horario escolar. También la diócesis y las parroquias e instituciones cristianas programan sus actividades para el nuevo curso. En este contexto, mi deseo es recordar algunos de los objetivos de nuestro Plan Pastoral Diocesano para los años 2007-2010. En concreto me voy a referir a algunos objetivos, naturalmente, del curso que comenzamos.
Nuestro Plan Pastoral tiene como título unas palabras de Cristo a los apóstoles: “Como el Padre me ha enviado a mí, también yo os envío a vosotros” (Jn 20, 21). Es bueno que, de buen comienzo, calibremos bien nuestra intención: se trata de esforzarnos por ser servidores fieles de Jesucristo y de su Evangelio en la Iglesia y al servicio del mundo en que nos toca vivir.
En este curso que va a estar, por deseo del Papa, especialmente dedicado a san Pablo, creo que es oportuno insistir en los objetivos pastorales del primer capítulo de nuestro Plan Pastoral, dedicado a “El anuncio de la Palabra”. San Pablo ha de ser nuestro modelo como el gran evangelizador que fue.
Tres objetivos se señalan en este apartado. El primero es formar colaboradores pastorales que puedan asumir tareas de responsabilidad en diversos ámbitos. San Pablo ya lo hizo en su tiempo. Hombres y mujeres le ayudaron en su tarea evangelizadora, porque ésta es un imperativo de todos los miembros de la comunidad cristiana.
El segundo objetivo se refiere a que hemos de ayudar a vivir y a transmitir la fe dentro de la propia familia. Se refiere a las ayudas que hemos de ofrecer a los padres para la educación cristiana de sus hijos entre 0 y 14 años. En estos tiempos de secularización, no podemos resignarnos a que las familias vivan en un silencio religioso, porque esto tiene unas consecuencias muy negativas. Hay que educar en la libertad, es cierto; pero la propuesta cristiana –humana, vivencial, amable- ha de darse desde la familia. Somos muchos los cristianos que recordamos toda la vida aquello que de la fe aprendimos de nuestros padres y de nuestras madres.
Como una concreción del objetivo anterior, el tercero propone implicar a los padres en el proceso catequético de los hijos; hacer que este proceso combine los elementos experienciales con los formativos; es decir, que no sólo atienda a las ideas o a la cabeza sino también a los sentimientos y al corazón; a aquello que en los medios católicos es conocido como la cultura del corazón, en la que han insistido e insisten todos los pedagogos de inspiración cristiana.
El objetivo alude a una progresión muy didáctica, que sin duda no ha pasado desapercibida para las personas que han leído nuestro Plan. Es una clara progresión formulada así: “Plantear la relación con los padres como un tiempo de evangelización (es el primer paso, hay que volver siempre, porque es fundamental); favorecer una renovada comprensión de los contenidos de la fe y de vivencia de las celebraciones (es la catequesis como un proceso y la vivencia de la fe en el ámbito del culto cristiano); y así llega a un tercer paso, que es la integración en la comunidad, en la parroquia.
Que san Pablo nos ayude a construir verdaderas comunidades educadoras de la fe, de esa fe que se comienza a vivir en familia y se prolonga en el proceso de la formación en la fe (catequesis), en las celebraciones de esa misma fe (liturgia), en la integración activa en la comunidad (parroquia) y en toda la educación católica de los hijos.
+Josep Àngel Saiz Meneses
Obispo de Terrassa
+ Josep Àngel Saiz Meneses
Obispo de Terrassa