Valor incomparable de la persona humana (10/06/2018)

Escudo Episcopal de Obispo de Terrassa Las recientes iniciativas legislativas sobre la eutanasia y el suicidio asistido me mueven a compartir algunas reflexiones a la luz del Magisterio de la Iglesia, especialmente de la Carta Encíclica Evangelium Vitae (el Evangelio de la Vida), que san Juan Pablo II nos ofreció el 25 de marzo del año 1995. Han pasado 23 años desde su publicación, pero mantiene la actualidad. Hoy me gustaría reflexionar sobre dos aspectos: por un lado, el valor incomparable de la vida humana; por otra parte, la existencia de una "cultura de la muerte". La persona humana está llamada a la participación de la vida misma de Dios, a una plenitud de vida que va más allá de las dimensiones de su existencia terrena; por eso tiene un valor incomparable. Esta vocación sobrenatural manifiesta la grandeza y el valor de la vida humana también en su etapa aquí en la tierra, desde el inicio hasta el final. Por eso la Iglesia se siente llamada a anunciar este «evangelio de la vida» a los hombres y mujeres de todos los tiempos y lugares. Se trata del Evangelio del amor de Dios al ser humano, de la dignidad de la persona y de la vida. Por otra parte no cabe duda que cada persona puede llegar también a descubrir en la ley natural escrita en su corazón el valor sagrado de la vida humana desde su inicio hasta su término y afirmar el derecho de todo ser humano a ver respetado totalmente este bien primario suyo. La convivencia humana y la misma comunidad política se fundamentan en el reconocimiento de este derecho. De hecho todas las culturas han reconocido el valor y la dignidad de la vida humana. Por otra parte el derecho a la vida y el respeto a la dignidad de la persona son valores que la Declaración Universal de los Derechos Humanos del año 1948 propone como fundamento para la convivencia. La vida humana, don precioso de Dios, «es sagrada porque desde su inicio comporta la acción creadora de Dios y permanece siempre en una especial relación con el creador, su único fin. Sólo Dios es Señor de la vida desde su comienzo hasta su término. Nadie, en ninguna circunstancia, puede atribuirse el derecho de matar de modo directo a un ser humano inocente» ( EV 53). Paradójicamente, a la vez, se va produciendo en nuestras sociedades más avanzadas un eclipse del valor de la vida, se difunde una «cultura de muerte». ¿En qué consiste esta cultura de la muerte? Se trata de una mentalidad, una manera de ver al ser humano y al mundo, que desde unos criterios pragmáticos y utilitaristas acaba fomentando la destrucción de la vida humana más débil e inocente. En la actualidad se dan diversas amenazas a la vida humana como consecuencia de la violencia, el odio, los intereses egoístas, etc. Fruto de ello se provocan sufrimientos, agresiones, desgracias, desplazamientos, homicidios, guerras y genocidios. Tampoco podemos olvidar la violencia y la explotación de millones de seres humanos, especialmente niños, abocados a la miseria, a la desnutrición y al hambre, a causa de una injusta distribución de la riqueza. En el contexto de este amplio conjunto de amenazas contra la vida humana quiero referirme ahora con especial preocupación a los atentados contra la vida del no nacido y contra la vida del enfermo terminal. En relación a los enfermos incurables o terminales, nuestra sociedad no puede resolver el problema del sufrimiento, anticipando la muerte, y provocándola en el momento considerado como más oportuno. Es preciso abordar las causas que originan esta "cultura de la muerte". Y éstas son principalmente tres: la crisis cultural; una interpretación puramente subjetiva de la libertad; y el eclipse del sentido del hombre y de Dios. En las próximas cartas continuaremos reflexionando sobre este tema.  

+ Josep Àngel Saiz Meneses
Obispo de Terrassa

+ Josep Àngel Saiz Meneses

Obispo de Terrassa