Hoy os invito a reflexionar de nuevo sobre el hecho de construir comunidades. “Construir”, este verbo de un sentido inmediato tan material, el Papa Francisco lo propuso a los cardenales poco después de su elección. Se trata de construir edificios –la casa de Dios y de la comunidad cristiana- pero hoy es urgente sobre todo construir comunidades.
La Sagrada Escritura nos muestra como Dios escoge un pueblo. Su designio es salvarnos comunitariamente y por ello reúne hombres y mujeres en un solo pueblo, el nuevo Pueblo de Dios que es la Iglesia. La Iglesia de Jerusalén, según el libro de los Hechos de los Apòstoles, es una comunidad que vive una gran comunión fraterna, que comparte, que ora, que evangeliza, que sirve, que escucha la Palabra, que celebra la Fracción del Pan (Eucaristía). Lo mismo podemos decir de la Iglesia de Antioquía, la principal entre las Iglesias nacidas en el seno de la gentilidad en los primeros tiempos.
Tal vez nos será útil reflexionar sobre algunas realidades humanas que aun teniendo elementos en común, no pueden considerarse propiamente una comunidad cristiana. La comunidad, en primer lugar, no es fundamentalmente una estructura externa sino una realidad interior, una forma de relación entre las personas. Tampoco es una realidad meramente jurídica. Estas cosas –también necesarias- por sí solas no crean vínculos de fraternidad.
La comunidad tampoco es una especie de club selecto de personas afines. Al contrario, la heterogeneidad y el pluralismo son condiciones esenciales para una comunidad cristiana. Jesús convocó personas diferentes en cuanto a edad, tendencias políticas, posición social, temperamento…
La comunidad tampoco es un equipo de trabajo, es decir, un conjunto de personas unidas por unos objetivos que, en principio, son externos a las personas. En realidad, la finalidad principal de la comunidad cristiana es la comunión profunda de sus miembros con Dios Padre, con Cristo, con el Espíritu Santo y entre sus propios miembros. En una comunidad cristiana lo más importante son las personas concretas, antes que sus funciones en el interior del grupo.
La comunidad cristiana no es un grupo terapéutico (aunque cure), no es primordialmente un grupo de soporte (aunque dé soporte), ni es sólo un refugio afectivo (aunque dé calor humano). Para que un grupo de personas llegue a ser comunidad es imprescindible que se sientan interdependientes. Los estudiosos del hecho comunitario afirman que para que un grupo de personas se convierta en una comunidad madura es imprescindible que se sientan interdependientes. Es preciso superar la dependencia como mera sumisión; la antidependencia como reacción adolescente por contraposición a la dependencia; la independencia que, en este ámbito sería una relación sin compromiso, para poder llegar a la interdependencia. En esta relación cada miembro del grupo tiene el mismo derecho a la individualidad y a la autodeterminación y da lo mejor de sí mismo a favor del proyecto común. Lo que es mío y lo que es tuyo se complementan en lo que es nuestro.
¿Qué es, pues, ser comunidad cristiana? Si volvemos a la Iglesia primitiva encontramos una buena definición en la Sagrada Escritura: ser comunidad es “tener un solo corazón y una sola alma” (Hech 4,32). Lo que ello significa será objeto de un próximo comentario semanal.
+ Josep Àngel Saiz Meneses
Obispo de Terrassa
+ Josep Àngel Saiz Meneses
Obispo de Terrassa