
Empezaremos el mes de noviembre con dos celebraciones muy tradicionales: la fiesta de Todos los Santos, el día 1, y la Conmemoración de todos los fieles difuntos, el día 2. Ambas celebraciones nos ponen, por una parte, ante la verdad cristiana de la llamada “comunión de los santos” y, por otra parte, ante la realidad de la muerte.
En estas breves reflexiones quisiera recordar un artículo que un gran estudioso de la liturgia, el canónigo Martimort, publicó en el ya lejano 1955, en una revista de liturgia llamada La Maison-Dieu un artículo titulado Cómo muere un cristiano. Este trabajo ha sido recientemente reeditado por el Centre de Pastoral Litúrgica, en una publicación titulada “Cuadernos Phase”, que dirige el diácono Mn. Josep Urdeix.
La parte esencial del artículo lleva este título: “La muerte del cristiano, participación en la Pascua de Cristo”. El autor no esconde que la muerte es “la más terrible de las congojas humanas, una ruptura que divide al hombre y conmueve a la naturaleza”. Ahora bien, la muerte de Cristo es su victoria; muriendo destruyó nuestra muerte, mortem nostram moriendo destruxit, reza el prefacio de Pascua. La muerte no es una meta, sino un paso, una Pascua.
Escribía el canónigo Martimort que el primer discípulo de Cristo, cuya muerte nos es descrita en el nuevo Testamento, es la del diácono San Esteban. Muerte privilegiada ya que se trata de un testigo que ofrece el testimonio por excelencia: el martirio. “Veo el cielo abierto y al Hijo del hombre de pie a la derecha de Dios”. Esta solemne afirmación provocó su suplicio. Y mientras era lapidado, “Esteban repetía esta invocación: ‘Señor Jesús, recibe mi espíritu’. Luego, cayendo de rodillas, lanzó un grito: ‘Señor, no les tengas en cuenta este pecado.’ Y, con estas palabras, expiró”.
Lo que impresiona en este relato –escribía el liturgista Martimort- es la voluntad del narrador de remarcar el parecido entre la muerte de Esteban y la de Jesús. Como su Maestro, Esteban da su vida, reza y perdona a sus verdugos, como Jesús en el Calvario.
A partir de Esteban –sigue diciendo el profesor Martimort- lo cristianos se esforzarán por identificarse con Cristo en el momento de la muerte: esta es la primera característica que se desprende de la Tradición. Reflexionando, además, en el misterio de la muerte de Cristo, los primeros cristianos comprenderán que también para ellos la muerte es una Pascua, la participación en la única Pascua de Cristo. Por eso, a pesar del sufrimiento y las luchas, es una fiesta, y por ello es también un acto de Iglesia, de comunidad, un acto que está marcado por un sacramento: el de la comunión como viático con el Cuerpo y la Sangre de Cristo.
La palabra esencial y definitiva que sintetiza los sentimientos de Cristo al morir es ésta: “Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu”. Ésta es la forma de muerte que los primeros cristianos deseaban como gracia suprema, el martirio por la causa de Cristo. Y éste fue el primer modelo de santidad que la Iglesia propuso desde sus inicios.
Ante los primeros días de noviembre, invito a cuantos me leen a elevar plegarias por el eterno descanso de sus familiares y por el de todos los difuntos de nuestra diócesis. Deseo también dar las gracias a todas las personas –sacerdotes, diáconos, religiosos y religiosas, laicos, hombres y mujeres, sobre todo a las que trabajan en la atención religiosa de los moribundos- que ayudan a los cristianos y cristianas a morir como verdaderos cristianos. Éste es nuestro mayor consuelo –en la fe- ante la partida, siempre dolorosa, de aquellas personas a las que amamos.
+ Josep Àngel Saiz Meneses
Obispo de Terrassa
+ Josep Àngel Saiz Meneses
Obispo de Terrassa