Cuaresma del Año Sacerdotal

El Santo Padre Benedicto XVI ha declarado un Año Sacerdotal en ocasión del 150 aniversario de la muerte –que para nosotros los cristianos es un dies natalis, un nacimiento definitivo- de San Juan María Vianney, el famoso párroco del pueblito francés de Ars. La finalidad es “contribuir a promover el compromiso de renovación interior de todos los sacerdotes, para que su testimonio evangélico en el mundo de hoy sea más intenso e incisivo”.

Hallamos tres conceptos en esta breve enumeración de la finalidad de este Año sacerdotal que me agradan en particular: “renovación interior”, “intenso” e “incisivo”. Estos deseos se armonizan muy bien con el tiempo de Cuaresma que estamos iniciando y tienen validez no sólo para los sacerdotes, sino también para todos los cristianos. Para poder ofrecer un testimonio intenso e incisivo, antes es necesario dejarse renovar en profundidad por Cristo.

Todos los cristianos, en este tiempo de preparación para la Pascua, estamos llamados a acompañar a Jesús al desierto, a vencer nuestras tentaciones con la fuerza de la oración, con la guía de la Palabra de Dios y con el don de la fe en Dios.

En este “tiempo fuerte” de la Cuaresma y la Pascua del Año Sacerdotal, quisiera proponer en estas reflexiones semanales algunos elementos de la carta pastoral “La alegría del sacerdocio”, que he publicado en este curso 2009-2010 con motivo de haberse cumplido los 25 años de mi ordenación sacerdotal.

La intención de esta carta pastoral es invitar a todos los diocesanos a dar gracias a Dios y para valorar y pedir el don del sacerdocio, un don que Cristo hace a su Iglesia hasta el final de los tiempos, como expresión de su amor.

Por eso, invito en especial a los diocesanos, en este tiempo de Cuaresma, a rezar por mí, por los sacerdotes y por las vocaciones sacerdotales. También os invito a dar gracias a nuestros sacerdotes por su trabajo pastoral, por su entrega generosa, por la fidelidad incondicional y el gozo que llena su ministerio.

En mi carta pastoral he mencionado tres dimensiones del servicio de los sacerdotes al pueblo de Dios. El sacerdote es, ante todo, ministro de la Palabra de Dios, enviado para anunciar a todos el Evangelio del Reino, llamando a cada persona a la conversión y conduciendo a los creyentes a un conocimiento y comunión cada vez más profundos del misterio de Dios, revelado y comunicado a nosotros en Cristo.

El presbítero es también ministro de los sacramentos. Por el bautismo introduce a los cristianos en el pueblo de Dios. Por el sacramento de la penitencia reconcilia a los pecadores con Dios y con la Iglesia, con la unción alivia a los enfermos, con la celebración de la eucaristía se actualiza el sacrificio redentor de Cristo, el Señor se hace presente en la historia con toda su fuerza salvadora y reúne a su pueblo y edifica la Iglesia.

Finalmente, el sacerdote también hace el servicio de guiar y servir a la comunidad eclesial. De manera especial se entregará a los más pobres y pequeños. Ha de reunir la comunidad como una familia y la ha de conducir, yendo él delante, como el Buen Pastor, Jesucristo, de quien ha sido constituido representante.

El Santo cura de Ars decía que “un buen pastor, un pastor según el corazón de Dios es el mayor tesoro que Dios puede otorgar a una parroquia y uno de los dones más valiosos de la misericordia divina”.

+ Josep Àngel Saiz Meneses

Obispo de Terrassa

+ Josep Àngel Saiz Meneses

Obispo de Terrassa