
Estamos avanzando en el camino de la celebración de la Pascua del Señor. La Pascua nos invita a la confianza y a la esperanza: Cristo ha vencido el mal, el pecado y la muerte. De hecho, esta esperanza pascual contrasta con la realidad actual vivida por muchas personas, una realidad que conduce a muchas personas al desánimo y al desencanto. Es posible que nos sintamos cansados, pero hemos de pensar que ya los primeros cristianos sintieron el cansancio y necesitaron personas que les animaran a seguir adelante en su camino y a dar testimonio.
Ante la experiencia de la fragilidad de todas las obras humanas y de que nuestros esfuerzos tienen a menudo resultados efímeros, la Palabra de Dios leída en este quinto domingo de Pascua nos habla de un amor de Dios que nunca se agota y que perdura siempre. Un amor que, en palabras de Jesús, al despedirse de sus amigos, ha de ser como su herencia y el signo distintivo de sus seguidores.
El amor, dice san Pablo, no pasará nunca. Esto es lo que nos ha de aguantar en nuestra lucha pacífica en favor del bien y en el esfuerzo para vivir este amor en todo nuestro actuar. Una espiritualidad pascual es una espiritualidad de confianza en Dios y en la fuerza de la bondad y del bien, a pesar de todas las experiencias en contra.
Como afirmación de esto, quisiera aportar el testimonio de un gran maestro, el filósofo cristiano Paul Ricoeur, quien murió el año 2005 a la edad de 92 años. Ya anciano, este pensador, durante muchos años, acostumbraba a ir al monasterio de Taizé y allí, junto a los monjes y a los jóvenes, revivía su experiencia pascual. Me parece que nos puede ayudar el recordar un breve fragmento de una conversación del filósofo con el fundador y primer prior de Taizé, el recordado hermano Roger Schutz.
Decía este filósofo: “Vengo a buscar a Taizé una experiencia de lo que yo creo más profundamente, es decir, que esto que generalmente llamamos religión tiene que ver con la bondad. Lo tenemos un poco olvidado, particularmente en algunas tradiciones del cristianismo. Quiero decir que hay una especie de reducción, de cerrazón sobre la culpabilidad y el mal. No es que yo subestime este problema –seguía afirmando Paul Ricoeur-, del cual me he ocupado durante diversas décadas. Pero lo que necesito verificar, de alguna manera, es que, por muy radical que sea el mal, éste nunca será tan profundo como la bondad de los seres humanos, yéndolo a buscar allá donde a veces parece que se encuentra completamente escondido”.
Decía este pensador cristiano que en Taizé encontraba “irrupciones de bondad” –son sus palabras- en la fraternida entre los hermanos, en su hospitalidad tranquila y discreta, y en la oración de los monjes junto a miles de jóvenes, en los que este fino observador notaba algunas carencias pero sobre todo hallaba una fuerte inclinación hacia la bondad.
Ya sólo faltan veinte días para el encuentro, en nuestra ciudad de Terrassa, de miles de jóvenes cristianos que acudirán al “Aplec de l’Esperit” el próximo 22 de mayo. Confío en la intercesión de la Virgen María, ahora que iniciamos el mes dedicado a ella, que el “Aplec de l’Esperit” sea una experiencia parecida a la del filósofo Ricoeur en Taizé: una experiencia de fraternidad entre los jóvenes, y entre los jóvenes y los adultos, una experiencia de hospitalidad –vivida también por las familias acogedoras de los jóvenes- y una experiencia de esta convicción tan propia de la Pascua: que la bondad es más profunda que el mal, por profundo que sea éste. El “Aplec de l’Esperit” ha de ser para todos nosotros una llamada a la esperanza.
+ Josep Àngel Saiz Meneses
Obispo de Terrassa
+ Josep Àngel Saiz Meneses
Obispo de Terrassa