
Un año más, celebramos la solemnidad de Corpus Christi, el Día de la Caridad, y en esta ocasión lo hacemos tres días después de celebrar el segundo aniversario de la creación de nuestra diócesis. Ya llevamos dos años de camino compartido, de vida y colaboración, de fundamentación diocesana sobre la roca firme que es Cristo resucitado. La presencia de Jesús constituye el punto de fundamento y el principio de unidad de nuestra Iglesia local. La fundamentación en Cristo constituye la unidad con los hermanos. El Espíritu Santo es el principio que dinamiza a la comunidad diocesana y nos impulsa a vivir con "un sólo corazón y una sola alma".
La construcción de nuestra diócesis es un don de Dios y es responsabilidad de todos. En esta construcción, María es la Madre que nos reúne y nos muestra el camino. Así como ella reunía a los primeros discípulos en los inicios de la Iglesia, nos congrega también en nuestros inicios como Iglesia local. Ella nos ayudará a permanecer unidos en la enseñanza de los apóstoles, en la oración, en la eucaristía y en el compartir fraterno.
Los dos elementos de este día de Corpus Christi –eucaristía y amor fraterno- están admirablemente recogidos y desarrollados en la encíclica de Benedicto XVI Dios es amor. Esta encíclica nos invita a retornar a las fuentes más genuinas de nuestra fe cristiana. La afirmación que Dios es amor nos presenta lo que es más genuino en nuestra fe y, al mismo tiempo, nos ofrece la clave para penetrar en el misterio de Dios y en el misterio del hombre.
El amor de Dios se percibe especialmente contemplando a Cristo, que, por amor, da su vida por la salvación de todos. Esta entrega de Cristo, oblación de su persona por amor, se perpetúa a través de la eucaristía en la que nos unimos a Él y por la que nos convertimos "en un sólo cuerpo". De esta manera, el amor a Dios y el amor al prójimo se fusionan realmente. Jesucristo establece una conexión indisoluble entre el mandamiento del amor a Dios y el mandamiento del amor al prójimo. San Juan nos dice que el amor a Dios es pura ilusión si no estamos atentos a la situación del prójimo y, a la vez, el amor al prójimo podría convertirse en pura filantropía si no se fundamenta en Jesucristo y en el amor a Dios. Estos dos mandamientos no son realidades separadas. El cristiano ha de encontrar en el amor a Dios la fuerza para amar al prójimo y, a la vez, sólo puede llegar al encuentro auténtico con Dios si ama auténticamente a los hermanos.
A lo largo de toda la historia de la salvación encontramos testigos de este amor a los más necesitados. Son sobre todo los santos y las santas, a algunos de los cuales recuerda Benedicto XVI en su encíclica. Este mensaje tiene su culminación en la parábola del juicio final (Mt 25, 31-46). Es un texto que resume el espíritu de todo el Evangelio. Jesús pide un amor sin fronteras, sin diferencias de nacionalidad, raza o religión. Nos pide amar con obras al necesitado que encontramos en nuestro camino, sin condicionarlo a ninguna identidad concreta.
Cualquier ser humano que sufre es para los cristianos como una llamada, como un signo de Jesús. Lo que hacemos a uno de estos hermanos necesitados, es a Jesús mismo a quien se lo hacemos. Por lo tanto, este amor al necesitado comporta una relación de amor con Jesús y una realización del amor de Dios.
En esta solemnidad del Cuerpo y de la Sangre de Cristo, que prácticamente coincide con el segundo aniversario de la creación de nuestra diócesis, pedimos al Señor que nos ayude a vivir este amor, a Él y a los hermanos, y que seamos reconocidos precisamente porque amamos.
+ Josep Àngel Saiz Meneses
Obispo de Terrassa
Obispo de Terrassa
+ Josep Àngel Saiz Meneses
Obispo de Terrassa