La verdadera Alegria - 10/03/2024 -

La verdadera Alegria (10/03/24)

 

Este domingo celebramos el IV domingo de Cuaresma. Tradicionalmente este domingo es conocido por el inicio del introitus de la Misa, es decir, el canto de entrada: Laetare. «Alegraos, Jerusalén, y regocijaos por ella todos los que la amáis, llenaos de alegría por ella todos los que por ella hacíais duelo; de modo que maméis y os hartéis del seno de sus consuelos». Es un domingo que nos recuerda un elemento muy importante: la Cuaresma y, por lo general, toda la vida cristiana no es tristeza sino alegría.

 

Pero ¿es posible la alegría en medio de tantos problemas y sufrimientos como encontramos en la vida? Fácilmente podemos confundir alegría con felicidad. La felicidad es un estado del ánimo plenamente satisfecho. Y como todo estado de ánimo es muy voluble. La alegría es un sentimiento más profundo, que generalmente nace de una viva satisfacción del alma. Como sentimiento, tiene un carácter más estable que un estado de ánimo o emoción. Ahora bien, preguntémonos: ¿dónde encontramos esta alegría? ¿Dónde la buscamos?

 

La verdadera alegría es un fruto del Espíritu Santo (cf. Ga 5,22) y siempre va unida a la caridad. Quizá nos hayamos encontrado a personas que son profundamente egoístas, que no piensan en los demás y que están satisfechos. Pero probablemente no transmitirán alegría. Porque el Espíritu Santo nos inserta dentro de nuestra vocación más genuina: amar y ser amados. Por tanto, la alegría vendrá más de cómo yo quiero y me dejo amar que de condicionantes externos.

 

Seguramente conoceréis aquella anécdota de San Francisco de Asís hablando con el hermano León y cómo le explicaba qué era la verdadera alegría: « Vuelvo de Perusa y en una noche profunda llego acá, y es el tiempo de un invierno de lodos y tan frío, que se forman canelones del agua fría congelada en las extremidades de la túnica, y hieren continuamente las piernas, y mana sangre de tales heridas. Y todo envuelto en lodo y frío y hielo, llego a la puerta, y, después de haber golpeado y llamado por largo tiempo, viene el hermano y pregunta: ¿Quién es? Yo respondo: El hermano Francisco. Y él dice: Vete; no es hora decente de andar de camino; no entrarás. E insistiendo yo de nuevo, me responde: Vete, tú eres un simple y un ignorante; ya no vienes con nosotros; nosotros somos tantos y tales, que no te necesitamos. Y yo de nuevo estoy de pie en la puerta y digo: Por amor de Dios recogedme esta noche. Y él responde: No lo haré. Vete al lugar de los Crucíferos y pide allí. Te digo que si hubiere tenido paciencia y no me hubiere alterado, que en esto está la verdadera alegría y la verdadera virtud y la salvación del alma».

 

San Francisco nos enseña que si la cruz de la vida la vemos como una ocasión para practicar la paciencia —es decir, una oportunidad para amar al hermano—, y darnos cuenta de que también es un momento donde podemos unirnos a Cristo en su entrega en la Cruz, estaremos respondiendo a nuestra vocación más profunda. Si vivimos así la cruz de cada día, el mundo nos preguntará el porqué de nuestra alegría, a pesar de vernos a veces tristes y llorando, porque lo viviremos con la serenidad de estar respondiendo a la llamada a amar. Que esta Cuaresma nos ayude a experimentarlo así, y a evangelizar a nuestros familiares, amigos y conocidos viviendo con paciencia y alegría.

 

+ Salvador Cristau i Coll

Obispo de Terrassa