
Cuando tengo una ocasión de reflexionar sobre el pasado de las relaciones entre la Iglesia y una determinada sociedad, casi siempre el recuerdo del pasado me lleva a la reflexión sobre el presente. Una de las últimas veces que me ha sucedido ha sido en la celebración del undécimo centenario -¡1.100 años, nada menos!- de la parroquia de L’Ametlla del Vallès, centenario que clausuramos el pasado 25 de agosto, fiesta de su patrón Sant Genís y fiesta mayor de esta localidad vallesana.
El Concilio Vaticano II aprobó un documento emblemático sobre este tema: la constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo, más conocida por las dos palabras con que comienza: Gaudium et Spes. Los números 40-44 presentan la misión de la Iglesia en el mundo contemporáneo. La Iglesia tiene una finalidad de salvación que sólo en el mundo futuro podrá conseguir plenamente, pero también está presente en esta tierra, está formada por hombres y mujeres de este mundo, comparte los avatares de la humanidad de la que forma parte. Las relaciones Iglesia-mundo, según Gaudium et Spes, funcionan claramente en dos sentidos: de la Iglesia hacia el mundo, del mundo hacia la Iglesia. ¿Qué servicios puede prestar la Iglesia a este mundo de hoy? La Iglesia puede, en primer lugar, ayudar a las personas a descubrir el sentido de su propia existencia, la verdad más profunda sobre la persona. La Iglesia responde a las aspiraciones más profundas del corazón humano.
En segundo lugar, la ayuda que la Iglesia procura a la sociedad es sobre todo de orden religioso. Pero de esta misión religiosa se derivan funciones y energías que pueden ser de una gran utilidad para establecer una comunidad humana a la medida de la persona y de su dignidad. La Iglesia puede y debe crear obras al servicio de todos, en especial de los más necesitados.
En tercer lugar, podemos decir que cada cristiano está llamado a ser una ayuda para la sociedad en la que vive inmerso. Los cristianos han de cumplir con fidelidad sus deberes temporales, guiados siempre por el espíritu evangélico. No se pueden evadir de las tareas temporales amparándose en la ciudad futura, y tampoco han de sumergirse en los negocios temporales sin ninguna referencia al Evangelio y a sus principios religiosos y morales. Este es un servicio que están llamados a hacer sobre todo los laicos cristianos, que tienen su misión más propia en medio de las realidades temporales.
Pero Gaudium et Spes es un documento original también por el hecho de reconocer la ayuda que la Iglesia recibe del mundo. Con este documento la Iglesia reconoce los muchos beneficios que ha recibido del género humano a lo largo de la historia. La Iglesia, desde el comienzo de su historia, aprendió a expresar el mensaje cristiano con los conceptos y en la lengua de cada pueblo. Procedió así para adaptar el Evangelio a las culturas de los diversos pueblos con los que entró en contacto. Esto no es algo que ya esté hecho de una vez para siempre. Todo lo contrario, inspirándose en el misterio de la encarnación de Jesucristo, esta asunción de las realidades humanas, purificándolas del pecado y elevándolas mediante la gracia de Dios, es un trabajo que nunca acabará mientras peregrinemos en este mundo.
Como nos ha propuesto nuevamente Benedicto XVI en su encíclica Dios es amor, la Iglesia respeta la autonomía del orden temporal y actúa desde su doctrina sobre la fe y la moral no con una actitud de querer dominar al mundo sino con una actitud de servicio, intentando imitar a Cristo el cual, siendo Dios, como decía Charles de Foucauld, “vino a ocupar el último lugar”.
+ Josep Àngel Saiz Meneses
Obispo de Terrassa
El Concilio Vaticano II aprobó un documento emblemático sobre este tema: la constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo, más conocida por las dos palabras con que comienza: Gaudium et Spes. Los números 40-44 presentan la misión de la Iglesia en el mundo contemporáneo. La Iglesia tiene una finalidad de salvación que sólo en el mundo futuro podrá conseguir plenamente, pero también está presente en esta tierra, está formada por hombres y mujeres de este mundo, comparte los avatares de la humanidad de la que forma parte. Las relaciones Iglesia-mundo, según Gaudium et Spes, funcionan claramente en dos sentidos: de la Iglesia hacia el mundo, del mundo hacia la Iglesia. ¿Qué servicios puede prestar la Iglesia a este mundo de hoy? La Iglesia puede, en primer lugar, ayudar a las personas a descubrir el sentido de su propia existencia, la verdad más profunda sobre la persona. La Iglesia responde a las aspiraciones más profundas del corazón humano.
En segundo lugar, la ayuda que la Iglesia procura a la sociedad es sobre todo de orden religioso. Pero de esta misión religiosa se derivan funciones y energías que pueden ser de una gran utilidad para establecer una comunidad humana a la medida de la persona y de su dignidad. La Iglesia puede y debe crear obras al servicio de todos, en especial de los más necesitados.
En tercer lugar, podemos decir que cada cristiano está llamado a ser una ayuda para la sociedad en la que vive inmerso. Los cristianos han de cumplir con fidelidad sus deberes temporales, guiados siempre por el espíritu evangélico. No se pueden evadir de las tareas temporales amparándose en la ciudad futura, y tampoco han de sumergirse en los negocios temporales sin ninguna referencia al Evangelio y a sus principios religiosos y morales. Este es un servicio que están llamados a hacer sobre todo los laicos cristianos, que tienen su misión más propia en medio de las realidades temporales.
Pero Gaudium et Spes es un documento original también por el hecho de reconocer la ayuda que la Iglesia recibe del mundo. Con este documento la Iglesia reconoce los muchos beneficios que ha recibido del género humano a lo largo de la historia. La Iglesia, desde el comienzo de su historia, aprendió a expresar el mensaje cristiano con los conceptos y en la lengua de cada pueblo. Procedió así para adaptar el Evangelio a las culturas de los diversos pueblos con los que entró en contacto. Esto no es algo que ya esté hecho de una vez para siempre. Todo lo contrario, inspirándose en el misterio de la encarnación de Jesucristo, esta asunción de las realidades humanas, purificándolas del pecado y elevándolas mediante la gracia de Dios, es un trabajo que nunca acabará mientras peregrinemos en este mundo.
Como nos ha propuesto nuevamente Benedicto XVI en su encíclica Dios es amor, la Iglesia respeta la autonomía del orden temporal y actúa desde su doctrina sobre la fe y la moral no con una actitud de querer dominar al mundo sino con una actitud de servicio, intentando imitar a Cristo el cual, siendo Dios, como decía Charles de Foucauld, “vino a ocupar el último lugar”.
+ Josep Àngel Saiz Meneses
Obispo de Terrassa
+ Josep Àngel Saiz Meneses
Obispo de Terrassa