
Mañana celebraré la Misa del Gallo en la Catedral a las 12 de la noche, como es tradicional. Por la tarde, como cada año desde que se creó la diócesis, celebraré también la Misa del Gallo en el Centro Penitenciario de Quatre Camins, y recordaré a los hermanos allí presentes, como cada año, que ellos también forman parte de la familia diocesana, y por eso celebro este momento tan entrañable y familiar con ellos. Recordaremos aquellas personas que están privadas de libertad y no pueden celebrar la Navidad con sus familias, a los que la celebran postrados en el lecho del dolor en los hospitales, o los que se encuentran desplazados y lejos sus hogares por diferentes causas, o las personas mayores que viven solas y que solas pasarán la Navidad, o las personas que han perdido el sentido de la vida, y teniéndolo todo en el orden material, han perdido la ilusión y la esperanza; intentaremos crear allí un pequeño espacio y ambiente navideño que recuerde y actualice el nacimiento de Cristo, que ha venido a salvarnos.
El mes pasado estuve unos días en México, en la diócesis de Querétaro. Participé en los actos de la 25.a Ultreya Nacional del Movimiento de Cursillos de Cristiandad de Méjico, invitado por el Obispo de aquella diócesis, el obispo que dio órdenes para que las instalaciones de las 117 parroquias fueran habilitadas como albergues para los migrantes provenientes de Honduras, El Salvador y Guatemala, que se dirigen hacia Estados Unidos en busca de un futuro digno para ellos y sus familias. Familias con niños pequeños que huyen de la miseria; y para mayor dolor, también se hacen presentes los agravantes colaterales que acompañan estos desplazamientos como son la acción de mafias, droga, prostitución, etc. Justamente aquellos días pasaba parte de aquella caravana por la ciudad de Querétaro. La Conferencia Episcopal de México emitió una nota en la que se establecía el compromiso de «recibir con caridad, acompañar, defender los derechos e integrar a los hermanos y hermanas migrantes que transiten o deseen permanecer con nosotros», porque «nos inquieta el grito estremecedor de nuestros hermanos de Honduras y de otros países centroamericanos que han emprendido una caravana en búsqueda de la supervivencia, un éxodo de liberación».
Esa imagen no se me va de la memoria. Son los heridos de la vida, los que han quedado huérfanos de alegría. En el otro extremo tenemos el occidente rico con su burbuja consumista, con el peligro constante en buena parte de la población del consumismo y despilfarro propio de los países ricos, que se convierte en una especie de religión porque se acaba centrando la vida en lo meramente material y programando la existencia directa o indirectamente, consciente o inconscientemente, como un culto a los objetos que nos presenta la sociedad de consumo con una perversa habilidad, de forma que lo que es realmente prescindible se llega a considerar como absolutamente imprescindible.
Pues bien, amigos y amigas, para todos llega la Navidad. En estos días hemos de apuntar a lo esencial, y recordar que en cualquier situación, por dolorosa que sea, es más fuerte el amor de Dios, y también ha de ser más fuerte nuestra solidaridad de hermanos para cambiar las cosas, para cambiar el mundo, porque esa es la voluntad de Dios. Celebramos la Navidad, el misterio de Dios hecho hombre. Como nos enseña san Gregorio Nacianceno en una homilía pronunciada el día de navidad: «El Hijo de Dios acepta la pobreza de mi carne a fin de hacerme entrar en posesión de las riquezas de su divinidad. Aquel que es la plenitud de la vida se anonada; se despoja de su gloria a fin de hacerme participante de su propia plenitud». Cristo viene a salvarnos, a ofrecernos una nueva vida, a enseñarnos a vivir como hijos de Dios formando una gran familia. Navidad es amor, paz, fraternidad. Que nada ni nadie nos robe la Navidad. ¡Feliz y santa Navidad!
+ Josep Àngel Saiz Meneses
Obispo de Terrassa
+ Josep Àngel Saiz Meneses
Obispo de Terrassa