
Hemos iniciado un nuevo año civil y todos nos deseamos prosperidad y felicidad, pero –en especial este año- somos conscientes de que nos esperan días nada fáciles. El que hemos empezado es un año en tiempo de crisis, ciertamente de crisis económica –con sus víctimas muy numerosas-, pero también un año de fuerte crisis en otros ámbitos, no tan cuantificables como la economía, pero muy decisivos para el bien de las personas y para el bien común de la sociedad en la que vivimos. Me refiero –lo digo para que no haya ninguna ambigüedad- en especial a la crisis de valores, a la crisis de ética y de valores morales.
Esta crisis está golpeando a muchas personas. Familias que quedan en situación de precariedad. Hombres y mujeres, jóvenes y adultos que pierden el puesto de trabajo, que no pueden llevar a cabo su proyecto de vida, que no pueden acceder a una dedicación profesional en aquello para lo que se habían preparado durante años con esmero, que no pueden ni remotamente llevar a cabo sus deseos. Todo ello supone una quiebra dramática de sus expectativas que puede llevar a una situación de vacío, de desánimo, de frustración personal. No obstante, en esta meditación de ningún modo quisiera quedarme en los sentimientos de frustración que, quien más quien menos, podemos tener ante el nuevo año. Mi deseo es comunicar esperanza, lo que me corresponde como servidor de Jesucristo y de la Iglesia.
En su carta encíclica sobre la esperanza, Benedicto XVI habla de las frustraciones que siempre acechan a nuestra actuación, y de cómo hemos de luchar para construir un mundo más humano y más luminoso, ya sea en las cosas pequeñas de cada día como en los grandes acontecimientos. Y en el contexto de las posibles frustraciones, el Santo Padre afirma: “Sólo la gran esperanza-certeza de que, a pesar de todas las frustraciones, mi vida personal y la historia en su conjunto quedan custodiadas por el poder indestructible del Amor, gracias al cual tienen para él sentido e importancia; tan sólo una esperanza así puede en este caso dar todavía más ánimo para actuar y seguir adelante” (Spe salvi, 35).
Por modesta que sea nuestra actuación, si la vemos a la luz de la fe, nos hace “colaboradores de Dios” y de su obra creadora y redentora. Recordando el ejemplo de los santos, el Santo Padre nos dice que “podemos liberar nuestra vida y el mundo de las intoxicaciones y contaminaciones que podrían destruir el presente y el futuro. Podemos descubrir y tener limpias las fuentes de la creación, y así, junto con la creación que nos precede como don, hacer lo que es justo, teniendo en cuenta sus exigencias y su finalidad”. Esto, remarca el Papa, continúa teniendo sentido aunque nos acechen las frustraciones y el desánimo, “aunque aparentemente no tengamos éxito o nos veamos impotentes ante la superioridad de fuerzas hostiles”. ¡Hoy son tantas las fuerzas hostiles a los valores del Evangelio del Reino de Dios, proclamados por Jesús!
Como conclusión de estas reflexiones, deseo a los que me leáis o me escuchéis que, tanto en los momentos buenos como en los malos del nuevo año que acabamos de estrenar, os acompañe “la gran esperanza fundada en las promesas de Dios”. Esta esperanza es la estrella que guió a los Reyes de Oriente hasta Belén. Ésta deseo que sea mi felicitación de Año Nuevo para todos.
+Josep Àngel Saiz Meneses
Obispo de Terrassa
+ Josep Àngel Saiz Meneses
Obispo de Terrassa