Ponerse en camino (31/03/2019)

Charles Péguy declaró sobre la parábola del hijo pródigo que «ha sido contada  innumerables veces a innumerables hombres desde la primera vez que fue contada y, a  menos de tener un corazón de piedra, ¿quién sería capaz de escucharla sin llorar?... Desde hace muchos años viene haciendo llorar a innumerables hombres y ha tocado en el  corazón del hombre un punto único, secreto, misterioso, inaccesible a los demás... Es  célebre incluso entre los incrédulos, y ha encontrado en ellos un punto de entrada y quizás es  ella sola la que permanece clavada en el corazón del incrédulo como un clavo de ternura». 

       Esta parábola describe de modo admirable el itinerario existencial de un ser humano. Primero, abandona su hogar y marcha lejos para poder “vivir la vida” según él la entiende, descubriendo lugares en que podrá desplegar sus deseos y expectativas, donde nada ni nadie podrá coartar su libertad. Después vendrá la segunda fase, cuando se le acaban el dinero y los amigos, cuando termina sumido en la mayor de las miserias y degradaciones, cuando experimenta el vacío y la insatisfacción; entonces, el hambre le lleva a recapacitar, a recordar a su padre, bondadoso y comprensivo, y decide volver a  casa, para ser tratado al menos como un jornalero; y se pone en camino a donde estaba su padre. Por último, el encuentro con el padre, que le da un abrazo de perdón, de reconciliación, y que está tan feliz, que organiza una fiesta para celebrar que ha recobrado con vida a su hijo.

       Ponerse en camino. Volver a la casa del padre. Hay personas que se encuentran hundidas en la miseria, dilapidando o destruyendo la propia vida; otras tal vez caminan en una dirección equivocada y cuanto más distancia recorren, más se alejan de la fuente de la verdad y del bien; también es posible estar orientados en la buena dirección, pero por diferentes motivos, quedarse detenidos, o avanzar con un ritmo excesivamente lento. El tiempo cuaresmal es tiempo propicio para examinar la propia existencia a la luz de la Palabra de Dios, y preguntarse con valentía si se está satisfecho con la situación personal actual  y,  más aún, para responderse con sinceridad.

       El hijo pequeño, inmaduro y frágil, marchó de casa a tierras lejanas en busca de novedades, de sensaciones desconocidas, seducido por los  encantos  y placeres que esperaba descubrir, sin que le importaran los sentimientos de su padre. El hermano mayor no marchó de casa, pero su corazón también estaba lejos, porque no tenía conciencia de hijo, sino de empleado; era un trabajador  eficiente y fiel, pero no mantenía con su padre una relación filial ni de fraternidad con su hermano; por eso se indigna tanto ante la sorprendente magnanimidad del padre, que incluso mata el ternero cebado y organiza una fiesta. Por caminos distintos, tanto el uno como el otro han de aprender a  volver a la casa del padre.

       Y nosotros, cristianos del siglo XXI, en medio de las prisas de cada jornada, incapaces de procesar el alud de información que nos llega cada día a través de los medios de comunicación y las nuevas tecnologías, en plena revolución científico-tecnológica, ¿qué pensamos, qué sentimos al escuchar y meditar la parábola del hijo pródigo? ¿Se remueve algo en lo profundo de nuestro corazón, se ilumina algo en los recovecos de nuestro entendimiento, se reaviva la determinación de nuestra voluntad?  Para nosotros, también es hora de volver a la casa del Padre, es hora de reconciliarnos con él. Ya sea porque nos hemos alejado de su presencia, ya sea porque estando cerca, no vivimos plena y conscientemente como hijos suyos. Si embargo, Él nos espera siempre, siempre sale a nuestro encuentro para darnos su abrazo de perdón y de gracia. Pongámonos pues en camino.

+ Josep Àngel Saiz Meneses

Obispo de Terrassa