

Toda nuestra vida es una preparación para algo: Preparamos las pequeñas tareas de la jornada y también los grandes acontecimientos; se preparan las reuniones familiares y los encuentros multitudinarios; los profesores preparan sus clases y los alumnos sus exámenes; cada persona que trabaja prepara los instrumentos pertinentes para su actividad laboral; hay que preparar los actos más esenciales de la vida, como la celebración de un sacramento, el nacimiento de un hijo, o tantas intervenciones importantes en los diferentes ámbitos profesionales. En este segundo domingo de Adviento escuchamos la voz de Juan el Bautista, que nos exhorta a preparar el camino del Señor. A fin de cuentas, nuestra vida no es más que una preparación para el encuentro definitivo con el Señor.
Juan Bautista es el precursor del Mesías. Se trata de un profeta de fuego, una voz que clama en el desierto con libertad y valentía. Una piel de camello y un cinturón componen su indumentaria; se alimenta de saltamontes y miel silvestre. Libre de ataduras se aplica con todas sus fuerzas a la misión que ha recibido: preparar el camino al Señor suscitando la esperanza en el pueblo de Israel. Su predicación resuena directa y contundente llamando a la conversión para recibir el perdón de los pecados. Su figura es conmovedora y edificante por la humildad y por el amor que muestra a Aquel del cual no se considera digno ni de desatarle las sandalias. Prepara el camino, señala al Mesías y después desaparece discretamente. No busca el protagonismo en ningún momento, al contrario, se abaja a sí mismo con humildad para enaltecer a Jesús.
A los judíos fieles que esperaban la venida del Mesías les ayuda a centrarse en lo esencial, la conversión del corazón. A los que están apartados de Dios les persuade para que vuelvan al buen camino, a todos los exhorta a prepararse para el encuentro con el Señor que viene. Su grito profético sigue resonando a lo largo de los siglos y lo escuchamos también en nuestra época. El ser humano tiende con facilidad a alejarse de Dios, a quien no puede ver materialmente, y a apegarse a las criaturas y a las cosas, que puede palpar y que le rodean a todas horas. La llamada de Juan a la conversión, a preparar el camino al Señor, es una llamada a revisar quién ocupa el centro de nuestra vida, en qué se centran nuestros deseos y esperanzas, cuáles son nuestros ideales, en qué ponemos el corazón y las fuerzas, a qué dedicamos el tiempo. Preparar el camino del Señor es volver la mirada a Dios, ponerlo en el centro de la existencia. Preparar el camino al Señor es abrir el corazón a Dios y al hermano.
Somos hombres y mujeres del tercer milenio con sus características propias. El filósofo francés Gilles Lipovetsky analiza en sus obras, de modo particular en La era del vacío, algunas características de nuestra sociedad posmoderna: el consumismo, el narcisismo apático, el hiperindividualismo, el abandono de los valores tradicionales, el hedonismo instanteneísta, la pérdida de la conciencia histórica y el descrédito del futuro, la moda de lo efímero, el culto desmesurado al ocio, la cultura como mercancía, el ecologismo como disfraz y pose social, etc. Hace una disección muy interesante de esta sociedad, de la que todos formamos parte. Pues bien, a los hombres y mujeres de este tiempo nos llega un año más el mensaje del Bautista, que nos indica el camino del encuentro con el Señor, con nosotros mismos y con los demás. No tengamos miedo.
+ Josep Àngel Saiz Meneses Obispo de Terrassa.
+ Josep Àngel Saiz Meneses
Obispo de Terrassa