Homilía de inicio de ministerio de Mons. Salvador Cristau Coll como Obispo de Terrassa S. I. Catedral Basílica del Santo Espíritu, 5 de febrero de 2022

Homilía de inicio de ministerio de Mons. Salvador Cristau Coll como Obispo de Terrassa. S.I. Catedral Basílica del Santo Espíritu, 5 de febrero de 2022

 

Estimados Sres. Cardenales, Arzobispos y Obispos, padres abades, sacerdotes, diáconos, seminaristas, miembros de la vida consagrada y laicos; miembros de los consejos diocesanos, delegados episcopales y representantes de instituciones eclesiales;

 

Sres. Alcaldes, Directora general de asuntos religiosos de la Generalitat de Cataluña, concejales, representantes de instituciones, autoridades académicas y miembros de los cuerpos de seguridad; representantes de otras confesiones cristianas y de otras religiones;

 

Un saludo especial a todos los que siguen esta celebración a través de los medios de comunicación,  el canal You Tube  del obispado de Terrassa, 13TV que la retransmite a toda España, un saludo especial para todos vosotros, y de a los demás medios de comunicación y redes sociales.

 

Hermanos y hermanas,

 

En primer lugar, quiero expresar una acción de gracias. Doy gracias a Dios por todo lo que me ha dado a lo largo de mi vida, desde mis padres hasta vosotros, que formáis también parte de mi vida.

 

Quiero dar gracias también al Santo Padre, Francisco, por la confianza que ha puesto en mí y que, si os digo que no la merezco, pensaréis quizá que estoy diciendo unas palabras protocolarias... Pero, es que no merecemos nada de lo que hemos recibido. Es Él, que como Padre bondadoso va conduciendo, alimentando y guiando nuestras vidas a través de personas y hechos concretos.

 

Las palabras de Jesús que hemos oído proclamar en el Evangelio, todo este capítulo 15 del evangelio de san Juan, en el contexto de la santa cena, en la intimidad de una celebración ritual pero familiar, son como el resumen de todo lo que el Señor nos ha querido comunicar con palabras y hechos a través de su encarnación y con su vida, que en ese momento se disponía a culminar con su entrega en la cruz.

 

La revelación del amor infinito y entrañable del Padre a su Hijo: “Tal como el Padre me ama, también yo os quiero a vosotros”, y del que ellos, el Padre y el Hijo, nos tienen a nosotros los hombres. El Hijo que lo recibe todo del Padre y se lo devuelve con un amor eterno e infinito también en el Espíritu Santo. Y aquí hemos entrado también nosotros, porque Dios se ha comprometido, nos ha querido implicar en ese amor.

 

La tentación de los hombres de todos los tiempos siempre ha sido la de hacernos, una religión a nuestro gusto, una relación con Dios que podamos controlar, que nos sea de utilidad. Y nos fijamos más en nosotros (nuestras necesidades, nuestros miedos...) que en Él y por supuesto que en los hermanos.

 

Pero Dios es libre, su amor es libre, resulta que nos ama, a pesar de nuestra pobreza, mezquindad y miseria. El amor de Dios es totalmente libre aunque nos cuesta mucho creerlo de verdad. El “hace salir el sol sobre buenos y malos, y hace llover sobre justos e injustos” (Mt 5,45)

 

En un mundo secularizado, en el que se quiere apartar el nombre de Dios, su presencia de todos los ámbitos: la sociedad, la cultura, la ciencia y la técnica, la educación... En un ambiente en el que se respira una atmósfera de materialismo y de consumismo que incluso ahora nos lo llevan todo a casa sin necesidad de ningún esfuerzo. En unos momentos en los que incluso los cristianos, en la Iglesia también, experimentamos un cierto cansancio por tantos hechos y situaciones dolorosas y duras que nos pesan, lo que necesitamos es, sobre todo, afianzar nuestra fe, afianzarla y reafirmarla, y llevarla al mundo a toda costa.

 

La evangelización debe ser un objetivo presente todos los días en nuestros proyectos, nuestras intenciones y nuestras actividades.

 

Hace mucho frío, hermanos, sí, y no me refiero al frío del invierno, porque estamos inmersos en un tiempo frío, pero no podemos quedarnos paralizados porque por otro lado vivimos unos tiempos privilegiados, son los tiempos que el Señor nos da. Él sigue presente y guiando su iglesia y nos da signos de su presencia: “Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28, 20).

 

Si en lugar de empeñarnos en hacer nuestra voluntad, nuestros proyectos ( "yo lo veo así, yo lo siento así, siempre se ha hecho así..."), si en vez de poner la esperanza en nuestras realizaciones, en nuestros esfuerzos, a menudo estériles, nos mantuviéramos más en el amor que nos Él nos tiene - "Mantenos en mi amor" - cumpliendo su voluntad, descubriríamos la alegría del evangelio, la alegría de ser amados tal como el Padre ama al Hijo, la alegría que nos falta muchas veces a los cristianos. Y la comunicaríamos al mundo. “Os he dicho todo esto para que mi alegría sea también la tuya, y tu alegría sea completa” (Jn 15, 11), acabamos de escuchar en el evangelio.

 

Pero Dios tiene siempre la iniciativa, Él nos va siempre por delante. ¡Él siempre es el primero! Ha llevado a cabo la creación con un designio de amor infinito, ha querido compartir su vida, su amor con nosotros sus criaturas, los hombres.

 

Nos ha elegido a cada uno y nos ha llamado a ser hijos suyos, a formar parte de su familia, nos ha abierto de par en par las puertas de su casa y nos ha invitado a quedarnos para siempre como hijos. Y nos envía a hacer crecer la familia buscando nuevos hermanos. Evangelizar es salir por los caminos y los cruces e invitar a todos los que encontramos en la fiesta del banquete: “El dueño dijo a su siervo: sale por los caminos y por los huertos e insiste en que venga gente hasta que se llene la casa” (Lc 14, 23).

 

El Señor nos invita a una fiesta, ¡debemos transmitir la alegría de ser invitados! Esto es lo que significa ser cristianos, esto es lo que es la Iglesia, esta es la llamada que hemos recibido en el Bautismo.“No me habéis escogido vosotros a mí; soy yo quien os he escogido  y os he confiado la misión de ir por todas partes y dar fruto,  un fruto que dure para siempre” (Jn 15, 16).

 

Hemos sido llamados, pues, a ser hijos; es la llamada a la santidad. Escogidos y enviados a ir por todas partes y dar fruto, ésta es la llamada a la evangelización. Y así Él ha forjado nuestra identidad: somos hijos, escogidos, amados, enviados.

Es una vocación, una identidad que supone también una misión. La misión, el fruto que el Señor espera, es el hermano, son los demás.

 

Invitar a un banquete, ésta es la tarea que se nos encomienda. Más aún: el ofrecimiento de una amistad, una amistad íntima y que nos hace participar de su relación con el Padre: “Ya no os digo siervos, porque el siervo no sabe qué hace su señor. A vosotros les he dicho amigos, porque os he hecho saber todo lo que he oído de mi Padre” (Jn. 15, 15). Una amistad que deben poder conocer y vivir todos los hombres y mujeres hermanos nuestros porque la casa de Dios, su hogar, su amor, son infinitamente grandes, cabemos todos...

 

Sin olvidar que entre los llamados hay también unos preferidos, unos predilectos del Padre, como lo fue María, cómo lo fue José y lo somos todos nosotros en cierto modo. Unos predilectos que requieren de nosotros una especial atención, son los más pequeños, los pobres, los más vulnerables, débiles o marginados. Los aquejados por la soledad (que es una auténtica enfermedad de nuestra sociedad), los ancianos a los que se desprecia como inútiles, los enfermos desahuciados, los que tienen condiciones de vida indignas y miserables, los angustiados y sin futuro aparente. También a ellos, puede ser especialmente a ellos, Jesús les llama amigos...

 

Y nosotros estamos llamados a acompañarlos sin pasar de largo como en la parábola del buen samaritano, a hacer presente la misericordia del Padre: “Ve, y tú haz igual” (Lc. 10, 37), resuena de nuevo en nuestros corazones.

 

Y ahora, en el momento concreto que vivimos, se nos presenta la oportunidad de mirar más allá de nosotros mismos, de nuestras fuerzas y nuestras pobres posibilidades. El Papa nos propone, un camino que llamamos “sinodal” y que significa que es un camino que debemos hacer juntos.

 

Si de verdad creemos que es el Espíritu Santo que mueve su Iglesia, la propuesta del Sínodo no puede ser un tema más que añadir a tantos que tenemos sobre la mesa, no se trata tampoco de abrir nuevos debates añadiéndolos a tantos otros que tenemos ya planteados.

 

Debemos creer que es la propuesta que el Espíritu nos hace a través de la Iglesia. La propuesta es caminar juntos, fieles y pastores, pero no de cualquier manera. Se trata de hacer juntos un camino a partir de un acto de fe en la fuerza el Espíritu Santo, pasando por la escucha atenta de la Palabra de Dios y de los hermanos también, un camino que deberemos acompañar con una intensa oración y que debe tener como objetivo abrirnos a la misión, a la evangelización.

 

Por eso pienso que, en el momento presente de la historia, de la Iglesia y del mundo, de nuestra diócesis de Terrassa, nuestro objetivo no puede ser otro que el de evangelizar, seguir evangelizando, dar a conocer a los demás que Dios los ama, y ​​hacerlo juntos.

 

Debemos hacerlo caminando juntos, sin excluir a nadie, y sin que nadie se desentienda tampoco.

 

El Sínodo, el camino sinodal, debe ser una oportunidad de gracia que no podemos desperdiciar. Y me atrevería a concretar estos pasos que tenemos que dar:

 

 

- Afianzar la fe, firmes en la fe. Porque «nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él» (1 Jn 4, 16).

 

- A la escucha de la Palabra, y de los hermanos... Porque si la palabra de los hombres nos transforma porque produce en nosotros reacciones de alegría o de tristeza, de paz o de inquietud, qué no podrá hacer la Palabra de Dios, qué no hará el que es la Palabra!

 

- En la oración, personal y comunitaria, porque sin ella no podemos caminar.

 

- Convencidos de la necesidad de la conversión. Palabra y Eucaristía nos llevan a la conversión. Sin actitud de conversión nada tendrá eficacia.

 

- Y así, haciendo juntos ese camino, abiertos a la misión evangelizadora de la Iglesia, que sale al encuentro de cada persona. “Id por todo el mundo y anunciad la buena nueva del evangelio a toda la humanidad” (Mc. 16, 15).

 

En este camino sinodal, debemos tener presentes como ya hemos dicho en primer lugar a los más pequeños, los más necesitados. Nosotros también somos pequeños y necesitados y Dios nos ha mirado con misericordia, y ha actuado, nos ha curado, ha pagado nuestro rescate con su vida.

 

Así lo ha hecho Él con nosotros y así debemos hacerlo nosotros con los hermanos. La evangelización es fruto del amor: “Este es mi mandamiento: que se quiera unos a otros tal y como yo os he amado” (Jn 15, 12).

 

Queridos hermanos y hermanas, en este inicio de mi ministerio de servicio como obispo, cuento con todos vosotros, con los sacerdotes y diáconos, que sois los colaboradores más inmediatos y a los que agradezco vuestra dedicación y entrega, a los miembros de la vida consagrada que hacéis presente el amor de Dios a través de tantas obras apostólicas y la vivencia de los consejos evangélicos, a los seminaristas, que sois esperanza de futuro para nosotros, a los laicos que sois fermento y levadura en medio del mundo a través de vuestro compromiso. Y os agradezco el afecto y la oración.

 

No puedo negar que esto produce una cierta inquietud, por eso necesito confiar en Él y en todos vosotros, en vuestra oración. . San Agustín lo supo expresar en uno de sus sermones: «Yo, ¿obispo vuestro? ¡Qué miedo! Pienso entonces: Tú estás con ellos, y eso me consuela. Para vosotros soy obispo; con vosotros, soy cristiano. Obispo, nombre de la carga; cristiano, nombre de la gracia. Al obispo, el peligro; al cristiano, la salvación» (Serm 340,1).

 

Una vez más un saludo y una bendición a todos los que habéis seguido esta celebración y me acompañáis a través 13 TV y de diversos medios de comunicación.

 

Pongo bajo la mirada maternal de maría esta nueva etapa que iniciamos juntos para que Ella nos proteja y nos lleve hacia Aquel que es la verdadera Salud de nuestras vidas y del mundo.

 

 

+ Salvador Cristau Coll

Obispo de Terrassa