Homilía de la Misa exequial de Concepción Meneses Jiménez

Homilía de la Misa exequial de Concepción Meneses Jiménez.  Catedral de Terrassa 30-04-07 1. Introducción   Benvolguts Sr. Cardenal, Srs. Arquebisbes, Bisbes, preveres concelebrants, diaques i religiosos; distinguides autoritats i representants d'institucions; benvolguts tots, germanes i germans en Crist presents avui en aquesta celebració; especialment benvolguts fills, nets, germans i familiars de la nostra germana Concepción Nos encontramos reunidos en la Catedral con esperanza y agradecimiento para orar por el descanso eterno de  nuestra hermana Concepción, que ya ha hecho su traspaso a la casa del Padre.  La celebración eucarística y la litúrgia del tiempo pascual nos reafirman en la certeza de que Jesucristo, el Señor, con su sacrificio redentor ha vencido a la muerte y por su resurrección nos abre las puertas de la vida inmortal. 2. Una vida de confianza en Dios. En la proclamación del evangelio  hemos escuchado las Bienaventuranzas, el programa de vida que Jesús ofrece a sus discípulos. Comienza la predicación de su reino poniendo el dedo en la llaga de todas las expectativas humanas: la felicidad. La búsqueda de la felicidad es el centro de la vida humana. Es justamente la felicidad, la plenitud, lo que Jesús anuncia y promete. Pero la sitúa donde el ser humano menos se podía imaginar: no en el poseer, ni en el dominar, ni en el triunfar, sino en amar y ser amado.   La primera de las Bienaventuranzas de alguna manera las sintetiza todas y nos da la clave de interpretación: "Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos". El problema de la riqueza no es la riqueza en sí misma, puesto que en sí misma no tiene connotación moral. El problema consiste en que desencadena unos mecanismos de seguridad que pueden llevar a pensar que cuanto más riqueza se acumule, más seguridad se alcanzará. El ser humano necesita seguridad y tiene el peligro de poner su seguridad, su confianza, en la riqueza y el poder en lugar de ponerlas en Dios. Sustituir a Dios por la riqueza del tipo que sea, viene a ser como una idolatría.   Los que no se detienen en la idolatría de las riquezas y sólo adoran a Dios, los que no confían en el dinero, ni en los hombres, ni en sí mismos, sino sólo en Dios, los que no están aferrados a ninguna propiedad, y por eso están siempre disponibles para Dios y para el prójimo, los que han elegido la libertad de no estar encadenados a nada de este mundo viven la felicidad de la confianza en Dios.   Confianza en Dios que no excluye la  confianza en las personas, ni la confianza en los talentos que Dios nos concede y en los bienes que con nuestro trabajo conseguimos, siempre que mantengamos clara la escala de valores, siempre que Dios ocupe el centro de nuestra vida, siempre que tengamos un corazón abierto para compartir con los demás.   La roca, el fundamento, la clave, el núcleo básico de la vida es que Dios existe y ha creado todas las cosas, y nos ha creado por amor, y ha salido al encuentro del ser humano que está llamado a una relación personal con El. Con Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo.  Esta vida de confianza en Dios es una característica que se percibía en la existencia de nuestra hermana Concepción y que procuró transmitir a sus hijos. Confianza en Dios en las grandes decisiones de la vida y también en el día a día, confianza en Dios a la hora de superar las dificultades y a la hora de disfrutar de todas  las cosas buenas y bellas de la vida.   3.  Desde la relación personal con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. La Buena Nueva del Evangelio consiste en que somos hijos de Dios, en que Cristo nos ha redimido, en que el Espíritu Santo nos guia a la Verdad y el Bien. Como  consecuencia de esa profunda realidad brota la contemplación agradecida del amor de Dios, de Dios que es Amor. También contemplamos la grandeza del ser humano, dignificado hasta el punto de ser constituido hijo de Dios, y llamado a formar una familia en fraternidad y comunión. Esta es la Buena Nueva que ella vivía y nos iba transmitiendo con su palabra y más aún con su ejemplo. De esa manera íbamos aprendiendo a vivir la actitud filial confiando  en el Padre y en su providencia amorosa, sabiendo que aunque el dolor y la cruz se hicieran presentes en la vida, "todo contribuye al bien de los que aman a Dios, de los que él ha llamado según sus designios"(Rom 8, 28), viviendo  las actitudes de confianza serena, de paciencia y fortaleza en las pruebas, y también de audacia, ya que "lo que es imposible a los hombres, es posible para Dios"(Lc 18, 27). En casa fuimos aprendiendo también a vivir la relación con Jesucristo, el Señor, el Maestro, el Buen Pastor que nos ama, que da su vida por nuestra salvación, que manifiesta su amor inequívocamente a través del dolor. Toda persona nacida en Sisante (Cuenca) lleva desde su tierna infancia una marca característica, la marca de la devoción y el amor a Nuestro Señor a través de la imagen de  Nuestro Padre Jesús Nazareno, una talla preciosa de Jesús con la cruz a cuestas camino del Calvario que se venera en la Iglesia del convento de las MM. Clarisas. De este modo, en la relación personal con Nuestro Señor Jesucristo, queda muy subrayada la contemplación de los sufrimientos de Jesús por nuestra salvación. Sufrimientos que son los signos elegidos por Dios para manifestarnos por ellos la realidad inefable del amor que nos tiene. Este es el modo en que  Dios ama a los hombres. Este es el modo en que Cristo ama a los hombres, según sus propias palabras: "Nadie tiene amor mayor que éste de dar uno la vida por sus amigos" (Jn 15, 13). Y podemos decir con toda verdad, como san Pablo, que Cristo nos ama a cada uno personalmente: "El Hijo de Dios me amó y se entregó por mí" (Gal 2, 20).  Y podemos decir: "¿Quién nos separará del amor de Dios?" En casa fuimos aprendiendo a dirigirnos en oración al Espíritu Santo, que habita en nosotros como en un templo, que nos da luz para entender y fuerza para actuar, que nos hace experimentar la filiación divina. En el seno de la familia fuimos aprendiendo a amar también a la Iglesia.   4. Una vida siguiendo el ejemplo de María.   Otro aspecto que destacaba en ella era su intensa vida de oración. Una vida de oración personal  impregnada de devoción a María. Participaba en la Eucaristía y recitaba diariamente su breviario, y rezaba las tres partes del rosario. Además de inspirarse en el ejemplo y las actitudes de María como criterios de actuación, nos inculcaba el amor a la madre del cielo. Los misterios de la vida de Jesús y de María eran el marco, la referencia, el criterio de interpretación en su vida. Eso le confería una gran consistencia personal. Consistencia significa solidez, firmeza, fortaleza, seguridad. También tiene un sentido de fuerza moral y de coherencia entre los elementos de un conjunto. Pues bien, nuestra hermana Concepción rezumaba consistencia en el  sentido de solidez, de estabilidad y coherencia. A pesar de sus defectos y limitaciones, que tenía como todo ser humano, se percibía en ella esa consistencia personal, la coherencia de su personalidad, de su vida,  la fortaleza en los momentos de tomar decisiones importantes, su confianza en la providencia que le ayudaba a no perder la calma aun en las circunstancias más difíciles. De ella fuimos aprendiendo que la oración cristiana  es una relación personal y filial con Dios, a la luz de la fe, en amor de caridad. Y que debemos estar unidos a  El  todo el día, ofreciéndole nuestras ocupaciones ordinarias, pidiéndole ayuda en todo momento para superar las dificultades, y dándole gracias por todo lo bueno y bello de la vida. Pero que también son necesarios largos ratos de oración, para centrar la vida entera en Dios. Ella nos enseñó a rezar, a acudir a Dios en todas las circunstancias de la vida, y con ella y nuestro padre rezábamos cada día en familia, de tal manera que yo mismo recuerdo que antes de aprender a leer o escribir en la escuela, ya sabía de memoria las letanías y los misterios del Rosario, porque cada noche se rezaba en casa junto al fuego del hogar. Nació en el mes de mayo, mes de María. Le pusieron por  nombre  Concepción. Ha finalizado su peregrinación terrena el día de la fiesta de la Mare de Déu de Montserrat. Coincidencias providenciales. ¡Cuantas conversaciones mantuvimos sobre la vida de María,  de Jesús y de José, sobre el hogar de Nazaret! ¡Cuántos diálogos sobre el anuncio del Ángel y la encarnación del Señor, y el camino de fe que emprende María, sobre el episodio de la huida a Egipto, o la pérdida de Jesús en el templo o el  de las bodas de Caná,  o sobre la fortaleza de María en el Calvario al pie de la cruz, o sobre el encuentro de Jesús resucitado con su Madre!   5. Una vida entregada hasta el final. Jesucristo es el grano de trigo que cae en tierra y muere y da un fruto abundante. Cercano el momento de su sacrificio redentor, dirá a Andrés y Felipe: «Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo de hombre.  En verdad, en verdad os digo: si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da mucho fruto. (Jn 12, 23-24) Como el grano de trigo, que si muere da fruto abundante, del mismo modo  sucede en nuestra vida. Jesús explica esta analogía aplicándosela a sí mismo y éste es también el camino de todo el que quiera ser su discípulo. El sentido de la existencia de un grano de trigo destinado a la siembra está en ser sembrado,  morir en el surco y  multiplicarse en una espiga repleta de nuevos granos. Si no es sembrado  se conserva, pero esa conservación no tendrá sentido ni dará fruto alguno. Asimismo nuestra vida tiene sentido desde la donación, desde la entrega, desde el gastarla y desgastarla  hasta morir y dar un fruto abundante. No tiene sentido que intentemos  reservarnos, cuidarnos…para poder así vivir muchos años. No se trata de añadir años a nuestra vida, sino vida a nuestros años. Vivir la vida intensamente, desde el amor, desde la entrega generosa, multiplicándola en fruto abundante, Y vivir los años que Dios quiera, sin intentar acortarlos ni alargarlos por nuestra parte.   Cristo muere  para resucitar. Desde la cruz renace a una vida nueva abundante que se convertirá en salvación para todos los hombres. También nosotros hemos de morir para resucitar. En los mártires, esta muerte es instantánea, pero en nuestro caso se da a través de un proceso. El grano muere poco a poco. La muerte a uno mismo ha de realizarse desde una asimilación personalizada y profunda del seguimiento de Cristo.   En la sala 16 del tanatorio de Les Corts, los restos mortales de nuestra hermana han estado rodeados de gran cantidad de flores, expresión de amor y agradecimiento. También había depositado sobre el féretro un ramo pequeño y discreto de espigas, cargado de significado. Por un lado apuntaba a sus orígenes, a sus raíces, a su lugar de nacimiento y a la tierra que durante generaciones la familia trabajó y en la que se cultivaba trigo. En segundo lugar, una significación eucarística, porque nuestra hermana ha sido una mujer profundamente eucarística y que en la comunión encontraba su fuerza. En tercer lugar, se refería también a su vida, porque también ella  ha sido un grano que se ha entregado, que ha muerto a sí mismo y ha dado un fruto abundante. Como esposa y como madre, como miembro de la Iglesia, su trayectória ha sido de entrega generosa, de fidelidad y de amor. Uniendo sus padecimientos a la cruz de Cristo y ofreciéndolos en estos últimos meses especialmente por los sacerdotes y por el seminario. 6. Final. Pidamos al Señor que la acoja en el banquete eterno, entre los bienaventurados, felices ya para siempre. Que descanse en la paz y el amor de Dios, en presencia de María, madre de bondad, tan amada por ella. Ofrecemos esta Eucaristía por su descanso eterno y por todos nosotros, que continuamos peregrinando hacia la casa del Padre. Que así sea.