Homilía de Mons. José Ángel Saiz. TVE 2

Sant Cugat del Vallès (22 de marzo de 2009)

Lecturas del domingo IV Cuaresma, ciclo B

Saludos


"Dios ama tanto al mundo, que ha dado a su Hijo único, para que no se pierda nadie de los que creen en él, sino que tengan vida eterna".


Queridos presbíteros concelebrantes, comunidad de Dominicas, hermanas y hermanos presentes aquí y los que seguís la celebración por televisión, queridos todos.



Liturgia de la Palabra


El Evangelio que acabamos de escuchar presenta una noticia feliz: Dios ama al ser humano, hasta el punto de entregar a su Hijo para la salvación de todos los que creen en él. Jesús hace referencia a aquel episodio del pueblo de Israel en el desierto, cuando Moisès, siguiendo las instrucciones de Dios, elevó la imagen de una serpiente de cobre para que los que habían sido picados por las serpientes, al mirarla salvaran la vida (Nm 21, 8-9). Pues bien, este hecho es como una imagen de Jesucristo qué elevado en la Cruz salva la humanidad de todo mal. Sus palabras llegan hasta nosotros para que nos dirijamos con una mirada de fe al Señor elevado en la cruz y lo reconozcamos como lo único que puede curarnos de nuestras enfermedades y darnos vida eterna.


Dios ama infinitamente al ser humano, y le hace un ofrecimiento continuo de vida y de salvación. Esta oferta universal de salvación tiene su origen en el amor de Dios, que es eterno, infinito y personal. El objetivo de este ofrecimiento es la salvación universal, porque su deseo es que todos los hombres se salven. Ahora bien, a este ofrecimiento le corresponde una respuesta. El ser humano puede responder a Dios con la fe o con el rechazo de la incredulidad, tomador a Cristo o resistiéndose a su luz. La salvación tiene que ser acogida por cada uno. Él ha venido a llevar la luz, a iluminar nuestra existencia, para que nosotros podamos hacer el camino en la transparencia y en la verdad.


En el evangelio de Juan los términos "verdad" y "mentira" significan dos maneras de vivir, una según la voluntad de Dios y el otro de manera contraria al querer de Dios. Vivir en la verdad significa actuar con fidelidad y transparencia delante de Dios, delante de los otros y ante la propia conciencia. A pesar de nuestras infidelidades, Dios mantiene inalterable su oferta de amor, y siempre nos espera y nos da otra oportunidad. El amor de Dios nos precede y acompaña porque Dios es Padre, Padre por encima de todo.


En este cuarto domingo de cuaresma contemplamos a Cristo elevado en la cruz, crucificado, que da la vida por amor a todos y a cada uno. Pedimos al Señor la gracia de poder experimentar este amor. Y que el hecho de sentirme amados por Dios nos haga personas abiertas, positivas, optimistas, llenas de esperanza, portadoras y transmisoras de esta Buena Noticia que siempre es actual: Dios nos ama y nos salva a Cristo.


Día del Seminario


Hoy celebramos también el día del Seminario. El lema de este año se inspira en la figura de san Pau, en sintonía con el año paulino que S. S. Benet XVI ha declarado para toda la Iglesia. El lema, inspirado en sus propias palabras, es muy sugerente "apóstol para querer de Dios".


San Pablo acostumbraba a iniciar sus cartas presentándose como Apóstol de Jesucristo para querer de Dios. Y en otros momentos se presenta como apóstol por gracia de Dios (cf. 1Co 15,9-10). Reconoce de esta manera que es el Señor quien tiene la iniciativa, que es Dios quien lo constituye apóstol. Por lo tanto, el apostolado no es una tarea meramente humana, sino que brota de la voluntad de Dios y requiere la colaboración de las personas. Por eso la vida del apóstol está constantemente referida al Señor, en quien encuentra su sentido, su fortaleza y la gracia para llevar a cabo la misión encomendada.


El apóstol es por encima de todo un testimonio enviado. Testimonio es quien ve, quién escucha, quién experimenta. Él ha visto al Señor (cf. 1Co 9,1). Él ha sido testimonio del Crist Ressuscitat, que vive, la estima y opera en él. Sabiéndose escogido por el Señor, responde con su vida, de que entrega totalmente a la tarea encomendada: anunciar la Buena Nueva del Evangelio con su palabra y su vida por todo el mundo conocido, desde la vivencia de una unión con Cristo con tanta intensidad que lo empuja a decir: "para mí vivir es Cristo" (Flp 1,21); "ya no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí" (Ga 2,20).


Pablo no actúa por elección propia, ni en virtud de unos poderes propios, sino como mensajero de Cristo. Sus actitudes se refieren en primer lugar a quién lo envía, a Cristo; en segundo lugar, al mensaje que le ha sido confiado; y por último en aquéllos a los que es enviado. En tanto que es un enviado, no se anuncia a sí mismo, sino a quien lo envía. Anuncia el mensaje de su Señor, con fidelidad y coherencia, independientemente de si se lo quiere escuchar o no. Para cumplir su misión se verá obligado a proponer, a exhortar, a motivar, y en otras ocasiones a corregir, a enderezar, implicandose siempre con intensidad en el combate de la fe, combinando la mansedumbre y la humildad, con la firmeza en las convicciones, sin caerse nunca en el desánimo, y llenando de caridad su vida y su tarea.


Un día, camino de Damasco, el Señor resucitado irrumpió poderosamente en la vida del joven Saulo. Este encuentro con Cristo le cambió radicalmente la vida, le cambió el corazón. Pasó de ser perseguidor de cristianos a ser el gran apóstol de los gentiles y a fundar Iglesias por todo el mundo conocido. Desde aquel momento nada ni nadie fue capaz de alejarlo del amor de Dios, de mitigar la plenitud afectiva con que el Señor llenaba su vida. Desde aquel momento, ninguna dificultad, ninguna penalidad ni sufrimiento triunfaron a cogerle la verdadera alegría de su total consagración a Cristo. Y aquí y ahora, dos mil años después, el Señor continúa llamando, y haciéndose presente en el camino de muchos jóvenes con el fin de cambiarles la vida, con el fin de llenar del todo su corazón|coro por medio de un seguimiento en totalidad de tiempo, de fuerzas, y sobre todo de amor. Ojalá que su respuesta sea tan valiente y decidida como la de san Pablo.



Seguramente alguien pensará que no faltan motivos para caerse en el desconcierto e incluso en el desánimo al comprobar que en nuestro occidente rico se pierde el sentido de Dios, así como también la fe, y nos encontramos en una especie de sequía vocacional progresiva. Si nos cuesta presentar el mensaje del Evangelio, más difícil resulta todavía hacer una propuesta vocacional. Pero más allá de las apariencias y de nuestras constataciones, tenemos que tener una certeza clara: la iniciativa es de Dios, y Dios continúa llamando. En segundo lugar, la Iglesia tiene capacidad de suscitar, acompañar y ayudar a discernir a las personas en la respuesta. En tercer lugar, hacen falta testimonios de vida sacerdotal con identidad clara y una vida ejemplar.


La finalidad del trabajo vocacional con niños y jóvenes consiste a propiciar el clima adecuado para que tengan un encuentro con Cristo, una experiencia profunda de fe que dé una nueva orientación a su existencia. Una experiencia que los lleve a buscar la perfección que el Señor les ofrece participante también en la vida de la comunidad y en el compromiso en la acción evangelizadora de la Iglesia. Esta vocación a la santidad en el seguimiento de Jesucristo se especifica en diversas vocaciones laicales y de especial consagración: ministerio sacerdotal, vida consagrada, vocación misionera y vocación matrimonial. Tenemos que ayudar a descubrir a cada joven el camino concreto para|por el cual al Señor lo llama, y aquí se abre un apartado muy importante porque es en este itinerario de maduración de la fe que el joven puede descubrir su vocación sacerdotal.


Nuestra tarea consistirá a sembrar, acompañar el crecimiento y ayudar a discernir. Una siembra oportuna y confiada, abonado con la oración personal y con la oración de toda la Iglesia. Una siembra que empieza para el testimonio de vida de los propios sacerdotes, el testimonio que brota de una vida de plenitud y gozo en el Señor, y para una propuesta vocacional sin complejos ni reservas. Después vendrá el acompañamiento lleno de paciencia y de respeto. En este acompañamiento procuraremos que el joven vaya creciendo en el conocimiento de Dios, en la capacidad de amar y de actuar en correspondencia al amor recibido de Dios. Por último, ayudar a discernir, a descubrir la voluntad de Dios en la vida de la persona concreta de manera tal que dé una respuesta decidida.


Tenemos que confiar en que el amo del sembrado no permitirá que falten a la Iglesia segadores para sus campos. La iniciativa es suya, y es suyo el interés principal. Por parte nuestra hace falta que colaboremos con acierto. Es muy importante que nos impliquemos todos: pastores, sacerdotes, padres, catequistas, educadores, consagrados, todos unidos en oración profunda, con dedicación generosa, con imaginación y creatividad para el trabajo de promoción vocacional de manera tal que estos jóvenes a quienes el Señor sigue llamando en este ministerio descubran y valoren el don inmenso que supone esta elección en orden a la santificación personal, a la edificación de la Iglesia y a la transformación del mundo.


Que Maria, Madre y Maestra, nos guíe en el camino. Que el Señor nos bendiga con abundantes vocaciones.