Homilía de Mons. Josep Àngel Saiz en la ordenación diaconal de José Luis Navarro. Parroquia de Sant Oleguer de Sabadell.

Salutaciones iniciales:

 

Queridos: P. Provincial; presbíteros y diáconos, miembros de la Familia Salesiana, religiosos y religiosas; familiares del ordenando, queridos hermanas y hermanos en Cristo, especialmente, querido José Luis.

 

Las lecturas de la Palabra de Dios que hemos escuchado nos hablan de la llamada al servicio de Dios y de los hermanos; un servicio que hemos de desempeñar sin miedo, desde la verdad, anunciando siempre a Jesucristo y no a nosotros mismos, con humildad, dando la vida, como el grano de trigo que cae en tierra, como el pastor que da la vida por las ovejas.

 

La vocación sacerdotal

 

La vocación al sacerdocio ministerial comienza por un encuentro con el Señor, que llama a dejarlo todo y a seguirle, que quiere que su llamada se prolongue en una vida de amistad con él y una participación en su misión que compromete toda la existencia. En palabras del santo padre Benedicto XVI, «la vocación no es fruto de ningún proyecto humano o de una hábil estrategia organizativa. En su realidad más honda, es un don de Dios, una iniciativa misteriosa e inefable del Señor, que entra en la vida de una persona cautivándola con la belleza de su amor, y suscitando consiguientemente una entrega total y definitiva a ese amor divino (cf. Jn 15, 9.16)» .

 

La historia de toda vocación comienza con un diálogo en el que la iniciativa parte de Dios y la respuesta corresponde al ser humano. El don gratuito de Dios y la libertad responsable del hombre son los dos elementos fundamentales. Así lo encontramos siempre en las escenas vocacionales descritas en la Sagrada Escritura y así continúa a lo largo de la historia de la Iglesia. Las palabras de Jesús a los Apóstoles: «no sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido» (Jn 15, 16) reflejan esa primacía de la gracia de la vocación, de la elección eterna en Cristo (cf. Ef 1, 4-5) .

 

El objetivo de la llamada es doble: la comunión con él y la participación en su misión. Por eso enviará a los apóstoles a predicar con poder para arrojar los demonios «y curar toda enfermedad y toda dolencia» (Mt 10, 1). Los envía a anunciar el Evangelio, a llevar su mensaje por todo el mundo, a ser testigos suyos ante los hombres.  No son meros repetidores de una doctrina aprendida, sino comunicadores de su palabra, de los misterios del Reino, de Cristo mismo. Los envía para que den testimonio ante los hombres de lo que han visto y oído, de lo que han experimentado. Los envía a llevar la salvación a los confines de la tierra.

 

“Anunciem que Jesucrist és el Senyor, i proclamem que som els vostres servidors per amor de Jesús”

 

Un servicio que se lleva a cabo desde la parresía y la verdad, desde la humildad, desde la centralidad de Jesucristo. Los datos del Nuevo Testamento sobre el diaconado, aunque sumarios, presentan un ideal de servicio, inspirado en el ejemplo de Jesucristo.

 

En la última cena, según nos relata el evangelista san Juan, Jesús lava los pies a los apóstoles. Con este gesto les ofrece un ejemplo de servicio, les propone una actitud de servicio y les revela que el servicio es un rasgo esencial de su misión: «Yo estoy en medio de vosotros como el que sirve» (Lc 22, 27). Este gesto es un signo, un anticipo del gran servicio que Jesús hará a toda la humanidad: dar su vida en la cruz para la redención de todos.

 

El lavatorio de los pies viene a ser una especie de acto profético simbólico, que en la muerte en cruz y en la resurrección de Cristo encuentra su clave de lectura y su explicitación máxima, en definitiva, su cumplimiento. La participación profunda y sincera en la Eucaristía es generadora de amor a Dios y amor fraterno, especialmente a los más necesitados, y eso tanto a nivel personal como a nivel comunitario. La entrega de amor de Cristo hasta el extremo es el único paradigma, la única referencia válida para sus discípulos.

 

Por lo tanto, solamente podemos ser verdaderos discípulos de Cristo si hacemos del servicio a Dios y a los demás el eje central de nuestra existencia. El servicio materno de María consiste en vivir la actitud de sierva aceptando el plan de Dios y ofreciendo totalmente su existencia, viviendo una unión progresiva y perfecta con su Hijo, Jesucristo, desarrollando su maternidad espiritual sobre los discípulos y su función mediadora.

 

Somos los discípulos de Cristo, el Siervo de Yahvé que nos ha redimido, somos los hijos de María, la esclava del Señor. Tanto a nivel comunitario e institucional como a nivel personal no podemos vivir el seguimiento de Cristo sin hacer de la actitud y de la práctica del servicio uno de nuestros fundamentos.

 

El cristianismo es mucho más que un conjunto de doctrinas, de normas y de valores. La vida cristiana es ante todo un don: Dios nos ama infinitamente, nos llena de su amor y produce en nosotros una vida nueva. Desde ahí podemos entender el mandamiento nuevo que Jesús da a sus discípulos: «Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros. Que, como yo os he amado, así os améis también vosotros los unos a los otros» (Jn 13, 34).

 

“Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto”

 

Como el grano de trigo, que si muere da un fruto abundante, del mismo modo  sucede en lka vida deldiscípulo. Jesús explica esta analogía aplicándosela a sí mismo y éste es también el camino de todo el que quiera seguir su camino. El sentido de la existencia de un grano de trigo destinado a la siembra está precisamente en ser sembrado,  morir en el surco y  multiplicarse en una espiga repleta de nuevos granos. Si no es sembrado  se conserva, pero esa conservación es estéril, no tendrá sentido ni dará fruto alguno.

 

Asimismo nuestra vida sólo tiene sentido desde el servicio, desde la entrega, desde el gastarla y desgastarla  hasta morir y dar un fruto abundante. No tiene sentido que intentemos  reservarnos, cuidarnos…para poder así vivir muchos años. No se trata de añadir años a nuestra vida, sino vida a nuestros años. Vivir la vida intensamente, desde el amor, desde la donación generosa, multiplicándola en fruto abundante, Y vivir los años que Dios quiera, sin intentar acortarlos ni alargarlos por nuestra parte.

 

Este camino de servicio y entrega lo recorremos de la mano del Señor, Buen Pastor.

“El Señor es mi pastor, nada me falta”, hemos repetido en el salmo responsorial expresando alegría y gratitud porque Dios está presente en nuestra vida y cuida de nosotros. Dios cuida personalmente de cada uno, de la humanidad entera. No me ha dejado solo, extraviado en el universo y en una sociedad ante la cual uno se siente cada vez más desorientado. No es un Dios lejano, para quien mi vida no cuenta casi nada.

 

Me guía por el sendero justo, por el honor de su nombre. Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque va conmigo, porque su vara y su cayado me sosiegan. El pastor muestra el camino a aquellos que  le han sido confiados. Los precede y guía, les enseña a caminar por el camino de la vida. También en las “cañadas oscuras”, en las dificultades, problemas, crisis. Él está siempre a nuestro lado.

 

Ovejas llamadas a ser pastores de sus hermanos

 

Todos estamos llamados a imitar al Buen Pastor, todos ejercemos un pastoreo en sentido amplio, llos unos sobre los otros. Pero a algunos, el Señor les asigna esta tarea como deber primordial de sus vidas. El Señor escoge a algunos para se ocupen del cuidado de sus ovejas, con corazón de Buen Pastor. En la Ordenación se expresa que el sacerdote, mediante el sacramento, es insertado totalmente en Cristo para que, partiendo de él y actuando con vistas a él, realice en comunión con él el servicio del único Pastor, Jesús.

 

Se entra en el sacerdocio a través del sacramento, en el seno de la Iglesia. Somos pastores en vinculación al Buen Pastor, y con los otros pastores. Jesús quiere que tú seas el Buen Pastor. Él sigue siendo el Buen Pastor, pero su acción no es perceptible por los sentidos y te escoge a ti para que seas un Buen Pastor participando de Él. Quien te vea, tiene que ver en ti las características del Buen Pastor. Ser buen pastor implica una dedicación total de la propia vida. No unas horas determinadas, porque no somos funcionarios. Hemos de dar la vida por las ovejas y henos de oler a oveja, como dice el Papa Francisco.

 

Pastores que viven unidos a Cristo y que viven la unión con el Padre. Jesús estaba totalmente unido al Padre y rezaba larga y asiduamente. La insistencia de los evangelistas en presentarnos a Jesús rezando nos demuestra que les impresionaba. Los apóstoles sintieron deseos de rezar al ver a Jesús. Por lo mismo, todo sacerdote debe ser un maestro de oración. Pastores que dan la vida por las ovejas. El testimonio supremo y la prueba mayor de Cristo como Buen Pastor es el dar la vida por sus ovejas: lo cual realiza en la cruz, en la que ofrece el sacrificio de sí mismo por la salvación del mundo. Esta cruz y este sacrificio son el signo que distingue radical y transparentemente al Buen Pastor de quien no lo es, de quien sólo es mercenario.

 

Querido José Luis, has sido lladomado al servicio de Dios y de los hermanos a través de la vivencia del carisma salesiano

 

En las Constituciones de la Sociedad de San Francisco de Sales, se dice que los salesianos son "un vasto movimiento de personas que, de diferentes formas, trabajan por la salvación de la juventud" y especialmente los más pobres, abandonados y en peligro. El carisma salesiano se expresa a través de la misión a favor de los jóvenes especialmente los más pobres, abandonados y en situación de riesgo psico-social, realizada por las comunidades con una pedagogía y espiritualidad propias. Un carisma inspirado en Don Bosco, en sus grandes convicciones, en su pasión evangelizadora, en su amor a María, a María Auxiliadora.

 

La Familia Salesiana realiza su misión en la promoción humana, la educación y la evangelización. A través de esta presencia diversificada está atenta para a las necesidades de las personas concretas, de la Iglesia y de la sociedad. Esa será tu tarea especialmente aquí en Sabadell, en las obras que la Congregación lleva a cabo. Que el Señor te conceda la gracia de vivir con intensidad, con pasión, tu vocación sacerdotal y salesiana, que te conceda vivir el diaconado con la actitu de Jesús y de María. Como diremos en la entrega de los evangelios: Recibe el Evangelio de Cristo, del cual has sido constituido mensajero; convierte en fe viva lo que lees, y lo que has hecho fe viva enséñalo, y cumple aquello que has enseñado. Así sea.