Homilía en la misa exequial en sufragio de Mn. Daniel Monserdà Tintó

Parroquia de San Fost de San Fost de Campsentelles 16 de octubre de 2015

Lecturas: Rom 14; Salmo 22; Lc 12, 35-40

Jesús nos invita a vivir "con el cuerpo ceñido y las luces encendidas", en espera de su venida. Se refiere a la última venida, en gloria y majestad, al final de la historia, y también en nuestra muerte, el momento decisivo por excelencia para cada uno de nosotros.

Estimados sacerdotes concelebrantes, familiares de Mn. Daniel, autoridades presentes, fieles de las parroquias de Sant Fost y de diferentes lugares de nuestra provincia eclesiástica, bienvenidos seáis todos, hermanas y hermanos.

Vigilancia activa y esperanzada

"Estad, con el cuerpo ceñido y las luces encendidas". Jesús nos enseña que nuestra fe debe ser activa y vigilante. Es la actitud de los sirvientes que esperan que vuelva su dueño. Con otra imagen nos hablará también del administrador que debe estar preparado para dar cuentas de su gestión a cualquier momento.

Vivimos en nuestra sociedad una especie de absolutización del presente, que rompe el equilibrio de los tres tiempos del ser humano: el pasado, el presente y el futuro. Parece que para muchos de nuestros contemporáneos no interesa demasiado el pasado ni tampoco preocupa el futuro. Es como si sólo tuviera valor el presente, del que hay que disfrutar siguiendo un ritmo de vida frenético. Este estilo de vida dificulta la referencia a la tradición y incapacita para mantener una memoria portadora de sentido para el presente y de orientación para el futuro.

Jesús nos recuerda que debemos estar a punto. Tenemos que vigilar, tener las luces encendidas para el encuentro con el Señor, porque no sabemos ni el día ni la hora. Hay que tener la mirada puesta en los bienes de arriba, no dejarse deslumbrar por los atractivos de este mundo, que es lugar de paso, camino y no meta final. Debemos ser conscientes de que nuestra estancia aquí en la tierra no es definitiva, aunque la tenemos que vivir con intensidad y comprometidos en la construcción del Reino de Dios, para conformar el mundo a su voluntad.

Se trata de una vigilancia activa y esperanzada. Vigilar es vivir atentos, es saber priorizar, dando importancia y relieve a las realidades que la tienen de verdad. Somos peregrinos que van haciendo vía. No nos desentendemos de los problemas del mundo, al contrario, luchamos para resolverlos. Pero a la vez somos conscientes de que nuestro destino definitivo es la Casa del Padre.

Las Sagradas Escrituras nos exhortan en muchas ocasiones a vivir en esta vigilancia activa. Es la actitud del que sabe que el Señor volverá y querrá constatar en nosotros los frutos de su amor. La fe, la esperanza, el amor, son los dones fundamentales que nadie puede dejar de hacer fructificar. También las otras virtudes y talentos que el Señor nos ha dado para que los ponemos al servicio de los hermanos. Podemos decir que Mn. Daniel ha sido un sirviente fiel, al que el dueño, ha encontrado preparado y con las luces encendidas. La luz de su servicio al rebaño encomendado, de su testimonio del Evangelio, de su trabajo generoso, de su fidelidad a Cristo.

Al servicio de la Iglesia y del mundo

Mn. Daniel nació en Mollet del Vallés, el 21 de julio de 1927. Ingresó en el Seminario Conciliar de Barcelona y fue ordenado sacerdote el 4 de marzo de 1951.

Ejerció primero como vicario en Cornellà de Llobregat en 1951. En 1952 fue nombrado capellán de las Hermanas Hospitalarias de la Santa Cruz en la casa-noviciado de Horta. En 1955 fue nombrado rector de la parroquia de San Pablo de La Guardia (El Bruc) y 1960 regente y luego rector de la parroquia de Sant Fost de Campsentelles. En el año 1961 empezó a ejercer de profesor de religión en el colegio de las Carmelitas de la Caridad de Vedruna en Sabadell. También fue confesor en el Seminario Menor de Santa María de Montalegre.

Con la creación de la diócesis de Terrassa el 15 de junio de 2004 quedó incardinado y se jubiló en 2010, pasando a residir en la Residencia de San José Oriol en Barcelona, ​​donde murió ayer.

Despedimos un hermano que ha cumplido su etapa en la tierra. El Señor nos dice que "si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda solo; pero si muere, da mucho fruto". Podemos decir que Mn. Daniel fue depositado para dar su vida en el surco de esta parroquia, de este pueblo, y la dio sin reservas. El Señor nos dice también que quien quiera salvar su vida la perderá, pero el que la pierda por él, la encontrará. Caer en tierra y morir a sí mismo por amor a los demás es el camino para dar un fruto abundante, para vivir con firmeza e intensidad y para alcanzar la vida eterna.

Debemos dejar que el Señor vaya transformando nuestra vida para llegar a la madurez cristiana a través de una peregrinación de fe que se inicia en el bautismo y en el caso del presbítero, también se vive por la configuración con Jesucristo Buen Pastor. Mn. Daniel lo ha vivido así, con fidelidad. El pasado 12 de octubre se cumplieron 65 años de su llegada a San Fost. Era un hombre espiritual y piadoso, devoto de la Virgen; austero, acogedor y caritativo; un rector encarnado en la parroquia y el pueblo, servidor de la feligresía y de la ciudadanía, como padre de todos; con un profundo sentido diocesano; que acompañó el crecimiento del pueblo y trabajó mucho con el centro parroquial. Aunque los últimos años se preocupaba para construir un lugar de culto en los barrios nuevos. Siempre fue muy respetuoso con los obispos y además los amaba. Hace unos días, el pasado martes 6, voy a ir a la Residencia San José Oriol a ver una conferencia sobre los primeros 10 años de vida de la diócesis de Terrassa, y él estaba allí, en primera fila, disfrutando de los frutos y de la vida de un camino que él mismo había compartido.

Hacia la contemplación del Señor

La Eucaristía nos ayuda a vivir esta entrega al Señor ya los hermanos, con la mirada puesta en la casa del Padre, nuestro destino definitivo. Nos da la fuerza para llevar a cabo esta peregrinación. Con esta celebración encomendamos nuestro hermano al Señor con la confianza de que san Pablo expresaba a los Romanos: "Mientras vivimos, vivimos para el Señor, y cuando morimos, morimos para el Señor. Por ello, tanto si vivimos como si morimos, somos del Señor ... "(Rm 14, 7-8). No somos el resultado de una evolución ciega, no estamos aquí sin saber de dónde venimos ni hacia dónde vamos; por el contrario, somos el fruto de un designio de amor de Dios. Por ello, a pesar del dolor por la pérdida de un ser querido, tenemos el convencimiento profundo que nuestra vida está en manos del Señor y que nuestra muerte no es una separación definitiva, sino un traspaso a la casa del Padre.

Celebramos la Eucaristía en sufragio de Mn. Daniel. La Eucaristía, que él celebró a lo largo de más de 64 años, 50 años en este mismo altar. Actualizamos el misterio pascual del Señor para la salvación del mundo. Que desde la casa del Padre interceda por nosotros para que como familia diocesana caminamos sin miedo, por caminos seguros, siempre por amor del Señor. Descanse en paz.