Misa Crismal en la Catedral de Terrassa el día 11 de abril de 2017

Saludo

Cada año nos reunimos alrededor de este altar para celebrar la Eucaristía y renovar las Promesas Sacerdotales. En esta celebración consagramos el crisma y bendecimos los santos óleos. Hemos pedido a Dios en la oración colecta que, participando de la consagración de Jesucristo, nos conceda ser en el mundo testigos de su obra redentora. Un cordial saludo a los Sres. Obispos, hermanos en el episcopado, el Vicario Judicial, a los Vicarios Episcopales, Secretario General y Canciller, arciprestes, sacerdotes y diáconos; de una manera especial a quienes celebráis los 50 y los 25 años de su ordenación sacerdotal: P. Miguel Carabias y P. Lluís Victori los 50; Mn. Jaume Casas, Josep Esplugues y Joan Josep Recasens los 25. También un saludo especial a los seminaristas, a los miembros de la Vida Consagrada y todas las hermanas y hermanos presentes.

Partícipes de la consagración de Jesucristo

Participamos de la consagración de Jesucristo. La Iglesia es pueblo sacerdotal, y en consecuencia, toda la comunidad eclesial participa en la obra redentora de Cristo. Ahora bien, tal como señala el Concilio Vaticano II en el Decreto Presbyterorum Ordinis, "el mismo Señor, constituyó algunos ministros que, ostentando la potestad sagrada en la sociedad de los fieles, tuvieran el poder sagrado de la Orden, para ofrecer el sacrificio y perdonar los pecados, y ejercer públicamente, en nombre de Cristo, la función sacerdotal "(núm. 2). Por lo tanto, los presbíteros, en comunión con la orden episcopal, forman parte de la comunidad eclesial y, al mismo tiempo, son constituidos pastores y guías, por voluntad de Cristo y en continuidad con la obra de los apóstoles. La celebración de la Misa Crismal actualiza y visibiliza este misterio. Los sacerdotes, por el sacramento del Orden, son configurados a Cristo Sacerdote, Maestro, Pastor y Siervo. Participan de su único sacerdocio y de su misión salvífica como colaboradores de los obispos. La configuración con Cristo los hace participar de una manera específica, en la potestad y en la misión santificadora, magisterial y pastoral del mismo Cristo, viviendo de esta manera específica su unión con Él. En él han llegado a plenitud el sacerdocio, la alianza y el sacrificio de la Antigua Alianza. Él es el Buen Pastor que ha venido a reunir las ovejas perdidas de la casa de Israel y conducirlas al Reino de Dios y ha dado la propia vida en sacrificio por la salvación de todos. Él es el Hijo de Dios, que ha asumido la condición humana, que se ha hecho siervo hasta la muerte en cruz y que ha lavado los pies de los discípulos, pidiéndoles que sigan su ejemplo de servicio. Ahora bien, cabe preguntarse ¿Cómo llevamos vivir nuestra consagración? ¿Cómo llevamos a cabo nuestra misión? En primer lugar, sirviendo los hermanos con mansedumbre y humildad de corazón; conscientes de que predicamos la Palabra en nombre de Cristo y de la Iglesia, siendo unos maestros de la Palabra que con su vida son anuncio, testimonio y transparencia de la Palabra de Cristo; ministros de los sacramentos, conscientes de que somos servidores de Cristo y de los hermanos, administradores de los misterios de Dios. Si ejercemos el ministerio con estas actitudes, el Señor nos bendecirá con un fruto abundante. A la vez, como nos recuerda a menudo el Papa Francisco, tratamos de evitar todo tipo de "clericalismos" así como también de "secularismo". Nuestros planteamientos sean deben ser siempre sobrenaturales, desde la fe, porque la Iglesia no es una simple institución humana; miramos de vencer también la tentación de populismo, de la búsqueda del aplauso fácil; miramos de no caer en la tentación de dominar a los fieles que nos han sido encomendados; no olvidemos que no son nuestros, que no nos pertenecen, más bien nosotros los pertenecemos a ellos, porque somos sus servidores. El presbítero, pues, está llamado a vivir los sentimientos y las actitudes de Cristo en relación con la Iglesia y el mundo, con un corazón como el de Jesús, que da la vida por las ovejas. Esta es, en definitiva, la esencia última del liderazgo, del que ahora que se habla tanto en todos los ámbitos de la sociedad y también a la Iglesia y del que que en nuestra casa, en nuestro presbiterio, estamos haciendo un curso de formación liderazgo pastoral. La concreción última es el servicio, la quintaesencia: dar la vida. Buscar el bien de las ovejas, sacrificarse por ellas, dejarse la vida para que puedan crecer, adaptarse a ellas. Como nos dice el Papa Francisco: "El pastor que hace crecer a su pueblo y que siempre con su pueblo. Algunas veces, el pastor tiene que ir delante, para indicar el camino; otras veces, en medio, para conocer qué pasa; muchas veces, detrás, para ayudar a los últimos y también para seguir el olfato de las ovejas que saben dónde está la hierba buena ".

Ser en el mundo testigos de su obra redentora

Van pasando los años en la historia de nuestra joven diócesis. El próximo 15 de junio haremos 13 años de vida diocesana. Algunos miembros de la familia de nuestro presbiterio celebran 50 años de su ordenación y otros 25; otros quizá sólo 5 o menos. En este tiempo, nuestro mundo va evolucionando con mucha celeridad y nos presenta desafíos y tentaciones en relación al ministerio y la vida del presbítero, en parte similares a los de toda la vida y en parte diferentes. Precisamente La nueva Ratio para la formación de los futuros sacerdotes, "El Don de la vocación presbiteral", se hace eco de algunos aspectos. En primer lugar, no es extraño que tarde o temprano constatamos la propia fragilidad, así como la magnitud de las dificultades externas. La experiencia de las propias debilidades, el choque con la cultura dominante, los conflictos, el desencanto con respecto a las expectativas pastorales que nos habíamos generado y que no se han cumplido formamos parte de este conjunto de situaciones donde experimentamos la debilidad . Quizás pensábamos que sería más fácil la pastoral con los niños y los jóvenes o con las mismas familias, y vemos que en muchas ocasiones hay que partir de cero y evangelizarlos casi de uno en uno; quizá pensábamos que cambiaríamos las estructuras económicas y sociales injustas, y vemos nuestra mínima incidencia; quizá pensábamos que evangelitzaríem el mundo de la cultura, y encontramos unas barreras casi infranqueables, un mundo y una cultura posmodernos que piensan que no necesitan Dios. Ojalá esta experiencia de la propia fragilidad y de las dificultades externas nos lleve a una mayor humildad y confianza en la acción de Dios y una comprensión benévola en la relación con los demás y a crecer en la virtud de la paciencia. También se puede hacer presente en nuestra vida sacerdotal el peso de la rutina, la dificultad para mantener la ilusión en el día a día, el desánimo al ver que no podemos cambiar las cosas al ritmo que quisiéramos. Esto puede debilitar el celo apostólico y la generosidad en la entrega al ministerio. También podemos experimentar el riesgo de sentirse como una especie de profesionales o funcionarios de lo sagrado, como una especie de empleados a cargo de la comunidad, sin corazón de pastor, sin celo por la evangelización. Finalmente, el peligro de la atracción del poder y de la riqueza: la aparición de ansias de poder, de dominar a los demás o de un deseo de riqueza, con la consecuente falta de disponibilidad a la voluntad de Dios, a las necesidades del pueblo que tenemos confiado y al mandato del obispo. Cuando el Señor deja de ser el centro, el auténtico tesoro, no es extraño que nos aferramos a las personas oa las cosas materiales, y que el corazón sea ocupado por otros afectos, buscando compensaciones afectivas y debilitando entonces el ejercicio de la caridad pastoral. Ser testigos de Jesucristo y de su obra redentora en nuestro mundo no es nada fácil. No faltan Encontramos obstáculos y espinas en el camino. Ahora bien, de forma similar a San Pablo, a nosotros nos dice también el Señor: "Te basta mi gracia; mi poder resalta más, cuanto más débiles son tus fuerzas "(2 Co 12, 9). Nosotros participamos de la consagración de Jesucristo. Debemos vivir la unión con Él como sus amigos, que han sido llamados y enviados para dar un fruto abundante. La unión con Cristo no nos aleja de las personas ni del mundo. Al contrario, nos da la luz y la fuerza para llevar a cabo todo lo que hay en nuestro ministerio. Fundamentar nuestra existencia en Dios por medio de una intensa vida de oración hará que podamos superar las tentaciones y los desafíos. A pesar de que parezca a veces que estamos solos en medio de un ambiente secularizado y neopagà en buena parte, siempre podremos decir como San Pablo: "Me veo con corazón para todo, gracias a Aquel que me da fuerzas" (Flp 4, 13 ).

Final

En unos momentos consagraremos el crisma y bendice los aceites. Recordemos también el don recibido en el día de nuestra ordenación sacerdotal. Reavivamos esta gracia conformando nuestra vida a Cristo Buen Pastor, nosotros, que somos partícipes de su consagración y testigos en el mundo de su obra redentora. María, fuente de salud, madre de los sacerdotes, interceda para que vivamos con fidelidad nuestra consagración y testimonio.

Os agradezco una vez más en nombre del Pueblo de Dios vuestra dedicación y trabajo en las parroquias, comunidades e instituciones de la diócesis haciendo presente la misericordia de Dios, su amor, el servicio generoso, la caridad.