El futuro de la humanidad se fragua en la familia

El Santo Padre Benedicto XVI viene la primera semana de julio a Valencia a presidir el V Encuentro Mundial de las Familias, que tiene como tema "la transmisión de la fe en la familia". Hace 25 años, el día 22 de noviembre de 1981, en la conclusión de la Exhortación apostólica Familiaris Consortio (n. 86), Juan Pablo II nos decía que “el futuro de la humanidad se fragua en la familia”. Y a la vez hacía una llamada no sólo a los católicos sino a todas las personas de buena voluntad, pidiéndoles un esfuerzo para salvar y promover los valores de la familia.  
Vivimos un momento histórico de profundas transformaciones. Se percibe en ocasiones una cierta hipertrofia de subjetivismo, acompañada de anemia cultural y de una progresiva hegemonía de la técnica. En el centro del escenario, se va eclipsando lentamente el sentido de Dios, el sentido de la vida y también el sentido de la persona y de la familia. Cada vez cuesta más clarificar las realidades y el sentido de las mismas, como si los principios y las ideas perdieran vigor frente a una especie de nebulosa relativista.
Posiblemente, la familia es la institución de la sociedad que ha sufrido unas transformaciones más profundas. Después de muchas horas de conversaciones con padres e hijos, se pueden constatar graves dificultades para mantener los fundamentos tradicionales de la institución familiar. En algunos casos, los padres abandonan impotentes su cometido educador mirando hacia otro lado; en otros casos, se llega a justificar la disolución de la familia apelando a los nuevos tiempos. El peligro está en perder el sentido profundo de la familia, y optar por unas relaciones personales superficiales y transitorias.
La Iglesia es consciente de la importancia de la familia como institución y también sabe que la misma Iglesia está formada por multitud de familias o iglesias domésticas. Por eso, quiere ofrecer su ayuda, consciente de las dificultades actuales, pero también consciente de que el futuro está en la familia. No se trata de repetir principios grandilocuentes, sino de acercarnos a las familias concretas en su cotidianidad, en sus problemas de cada día.  
Afortunadamente, se han dado avances en campos como la igualdad del hombre y la mujer o en la superación de diversas discriminaciones; también ha mejorado la  promoción de la dignidad de la mujer, la capacidad de diálogo y de tolerancia, de respeto a las personas y a las ideas y la  aceptación del pluralismo y la diversidad. Ha aumentado asimismo  la  libertad personal, y esto es positivo, pero no debería debilitar las relación entre los esposos y ni las relaciones de los padres con los hijos.
¿Qué ha de pensar y hacer el creyente ante esas realidades? Discernir valores y contravalores y quedarse con lo bueno, como aconsejaba san Pablo a los primeros cristianos. Y, sobre todo, hemos de tener fe en la familia, que para nosotros responde a un designio de Dios y está por encima de los deseos o las estrategias de grupos de presión o de poder. El creyente sabe que las personas y la familia no son  el resultado de una evolución ciega y casual, sino que responden a un designio de Dios, que es amor, como nos ha recordado Benedicto XVI en su primera encíclica. Y desde esa fe, el cristiano procura vivir la realidad familiar con sentido positivo y con esperanza. No es fácil, ciertamente, pero es absolutamente imprescindible, porque se trata de algo tan importante como es la familia.

+Josep Àngel Saiz Meneses
Obispo de Terrassa