En la segunda lectura de este tercer domingo de Pascua, tomada del libro del Apocalipsis, se nos habla de Cristo con una imagen que los comentaristas no dudan en calificar como la más rica de todo el libro del Apocalipsis. La imagen del Cordero contiene una profunda significación cristològica y es el resultado de la inspiración en tres modelos: el siervo de Isaías ("como cordero llevado al matadero"), el cordero pascual (Éxodo) y el cordero victorioso del mal y de la muerte (Apocalipsis). Misterio de inmolación, de redención-liberación y de victoria, que corresponde a Cristo muerto, resucitado y enaltecido a la derecha del Padre como abogado de la humanidad. "Al que se sienta en el trono y al Cordero la alabanza, el honor, la gloria y el poder por los siglos de los siglos (Apocalipsis 5, 11-14).
Es significativo que en hebreo los términos siervo y cordero se expresan con una misma palabra. Benedicto XVI parte de esta imagen tan propia del tiempo pascual en el que estamos al recordar que la meta última de la misión de Cristo aparece ya a orillas del Jordán, cuando Juan Bautista ve venir a Jesús y exclama: "Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo" (Jn 1, 29). "Es significativo -añade el Papa en su Exhortación apostólica Sacramentum Caritatis- que la misma expresión se repita cada vez que celebramos la santa Misa, con la invitación del sacerdote para acercarse a comulgar: 'Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Dichosos los invitados a la cena del Señor.’"
El tiempo de Pascua es especialmente oportuno para reafirmar nuestra fe en que Jesús es el verdadero Cordero pascual que se ha ofrecido espontáneamente en sacrificio por nosotros, realizando así la nueva y eterna alianza. La Eucaristía contiene en sí esta novedad radical, que se nos propone en cada celebración. El Papa utiliza en su exhortación apostólica una expresión de gran fuerza y belleza: "La Eucaristía nos adentra en el acto oblativo de Jesús; nos implicamos en la dinámica de su entrega y Él nos atrae hacia sí. La conversión sustancial del pan y del vino en su cuerpo y en su sangre introduce en la creación el principio de un cambio radical. Como una forma de fisión nuclear, por usar una imagen bien conocida hoy por nosotros, que se produce en lo más íntimo del ser; un cambio destinado a suscitar un proceso de transformación de la realidad, cuyo término último será la transfiguración del mundo entero, el momento en que Dios será todo para todos" (n. 11).
Quienes sigan las enseñanzas de Benedicto XVI recordarán sin duda que esta imagen de una fisión nuclear en el orden del espíritu, operada por Jesucristo, la utilizó ya el 21 de agosto de 2005 en su homilía en la Jornada Mundial de la Juventud, durante la Misa celebrada en la explanada de Marienfeld, cerca de Colonia. Quienes tuvimos el gozo de estar físicamente presentes en aquel acto -y las muchas personas que lo siguieron en directo a través de la radio y la televisión- nunca olvidaremos una de las afirmaciones fundamentales de las palabras que el Papa dirigió a los jóvenes: el amor generoso y entregado, aunque aparece como débil e impotente ante los poderes del mundo, es una realidad invencible. Porque "Jesucristo nos enseña que la verdad del amor sabe también transfigurar el misterio oscuro de la muerte en la luz radiante de la resurrección" (n. 35).
Mi mayor deseo es que los cristianos de hoy sean conscientes de que la Misa contiene toda la novedad cristiana y que las comunidades cristianas hagan de la eucaristía dominical el principio dinamizador de su vida y de su testimonio cristiano en el mundo de hoy.
+ Josep Àngel Saiz Meneses
Obispo de Terrassa