Homilia de Mons. Josep Àngel Saiz Meneses en l’ordenació presbiteral del P. Manuel Hernández, OFM. Parròquia de Sant Francesc, de Sabadell, dissabte 17 de febrer de 2018, a les 11 h.
Salutacions
Benvolguts Ministre provincial i membres de la familia franciscana; preveres, i diaques; membres de la vida consagrada; feligresos d’aquesta parròquia i d’altres comunitats; benvolguts Fra Manuel, pares, familiars i amics; benvolguts tots, germanes i germans presents avui en aquesta celebració.
Te nombré profeta de los gentiles
La primera lectura que hemos escuchado nos presenta la llamada del profeta Jeremías. Una llamada en tiempos de gran dificultad que en principio le asusta porque es hombre frágil y ha de anunciar al pueblo un mensaje que resultará desagradable e impopular. Él es consciente de su debilidad y se siente del todo incapaz. El profeta Jeremías será el prototipo de profeta fiel a su vocación y a su identidad, imagen de tantos profetas que recibirán una difícil misión en tiempos adversos.
Pero junto a la misión Dios le asegura su ayuda: "yo estoy contigo". Por eso Jeremías debe aceptar su ministerio sin miedo y con prontitud. El Señor le dará su fuerza, su Espíritu, para que no desfallezca en el empeño y pueda resistir frente a la adversidad. Si es fiel a la palabra, el Señor hará que su debilidad se convierta en fortaleza y resistencia en la lucha. Su camino será arduo y difícil, lleno de dolor y persecución, pero tendrá la garantía de la asistencia del Señor.
También tú, querido fray Manuel, eres llamado al sacerdocio en tiempos complejos y difíciles. No te faltará la fuerza y el consuelo de Dios. “El Señor es mi pastor, nada me falta”. En el salmo responsorial hemos manifestado alegría y gratitud porque Dios está presente y cuida de nosotros, en la vida, en la misión que nos encomienda; y nos muestra el camino, y aunque caminemos por cañadas oscuras en la vida y en el ministerio, a través de dificultades, problemas, crisis, Él está siempre a nuestro lado, llenando de gozo nuestra vida, consagrada a Él y a los hermanos.
Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo
En la lectura del evangelio hemos escuchado el relato del encuentro de Jesús resucitado con los discípulos, que están encerrados en casa por miedo a los judíos. Un miedo que les oprime el corazón y les impide salir al exterior. El Maestro ya no está, y el recuerdo de su Pasión alimenta el desconcierto y el temor. Jesús resucitado se hace presente en medio de ellos y les dice: «Paz a vosotros», y les enseña las manos y el costado. Los discípulos se llenan de alegría al ver al Señor. Él repite: “Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo”.
El hecho de que repita la expresión “paz a vosotros” da a entender que no es un mero saludo. Se trata de un don, el don que el Resucitado quiere hacer a sus amigos, y al mismo tiempo es una consigna: esta paz, adquirida con su sangre, es un don para ellos y también para toda la humanidad, y los discípulos deberán llevarla a todo el mundo, deberán ser instrumentos de la paz del Señor. Más aún, el Señor les hace partícipes del envío que Él ha recibido del Padre: “Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo”.
La misión de la Iglesia continúa y desarrolla a lo largo de la historia la misión misma de Cristo, que quiere conducir a todos los hombres y las mujeres a la fe, a la libertad y a la paz, de manera que lleguen a vivir la plena participación en el misterio de Dios. La Iglesia ha de seguir el camino que Cristo ha trazado, es decir, el camino de la pobreza, de la obediencia, del servicio y la entrega total. La misión es universal, es un envío a todas las personas, de todos los lugares, de todos los tiempos.
Pero Jesús es consciente de que los discípulos son débiles y temerosos. Por eso exhala su aliento sobre ellos y los renueva con su Espíritu. En su tarea evangelizadora no estarán solos sino que recibirán la fuerza y los medios para desarrollar su misión. El fundamento es la presencia y el poder del Espíritu, y la presencia de Cristo resucitado en medio de ellos todos los días hasta al fin del mundo. La misión de los discípulos es colaboración con la de Cristo y no se cimenta en las capacidades humanas sino en el poder del Señor resucitado presente en su Iglesia.
Andar como pide nuestra vocación
¿Cuál es la condición indispensable para que esta misión pueda fructificar? San Pablo exhorta a la comunidad de Éfeso a mantener la unidad por encima de todas las cosas, ya que Dios nos ha llamado a una gran y única esperanza. Las relaciones entre nosotros, la convivencia, se ha de distinguir por la humildad y la amabilidad, por la comprensión y el amor, manteniendo la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz.
El Espíritu Santo es el principio de unidad y de diversidad. El Espíritu Santo une a los creyentes con Cristo y los une entre sí. Unifica a la Iglesia en comunión y ministerio, la renueva incesantemente, la provee con dones diversos tanto jerárquicos como carismáticos. El Romano Pontífice en la Iglesia universal, cada Obispo en la Iglesia particular, y en definitiva, cada miembro de la Iglesia, todos estamos llamados a construir y preservar la unidad.
La vivencia de la unidad, de la comunión eclesial, no significa un reduccionismo que limite la vida y el dinamismo evangelizador. La comunión eclesial no significa una uniformidad que no aprecie las características propias de las diversas personas, grupos y pueblos humanos que se integran en ella. San Pablo lo recuerda: «Hay diversidad de carismas, pero el Espíritu es el mismo» (1 Co 12, 4). Puesto que el Espíritu es el mismo, la diversidad de los carismas no debe provocar divisiones, al contrario, supone un enriquecimiento y una complementariedad dentro de una unidad orgánica y dinámica en la que todos los dones del Espíritu son importantes para la vitalidad del conjunto. Ahora bien, la unidad es imprescindible para la misión. No podemos ser creíbles si estamos divididos.
Final
Querido Manuel, pido al Señor que sigas el ejemplo de Jesucristo Buen Pastor, que no vino a ser servido, sino a servir hasta dar la vida. Que seas un hombre de alegría y esperanza, que transmite el gozo de una vida plena, la felicidad del servicio a Dios y a los hermanos. Que el sacerdocio te ocupe las veinticuatro horas del día, que llene todos los espacios de tu vida. Que como san Francisco, vivas en relación amorosa con el tiempo, el lugar y las personas a las que has sido enviado y vivas el santo abandono en manos de Dios descubriendo su amor en todas las criaturas y acontecimientos. Confía plenamente en el Señor y en su palabra como Pedro y los Apóstoles, como Francisco y Clara, como tantos otros que nos han precedido. Que así lo vivas, de la mano de María, Mare de Déu de la Salut, madre amorosa y cercana, que peregrina junto a nosotros. Que así sea.