Homilia de Mons. Josep Àngel Saiz Meneses a la Santa Església Catedral Basílica del Sant Esperit de Terrassa

Salutacions

Sigueu tots benvinguts a aquesta celebració de la Santa Missa, a la nostra catedral del Sant Esperit. Una salutació ben cordial al Srs. Bisbes, germans en l’episcopat, als preveres concelebrants, als diaques, religiosos i religioses. Una salutació ben cordial a les autoritats presents. Una salutació molt especial als joves presents provinents de diferents països: Itàlia, Estats Units, Polònia, Canadà, França, Alemània, Venezuela, Ecuador, Pakistán Zimbawe, Irlanda, Hungria, Corea, també als joves de la nostra diòcesi, i a tots els presents en aquesta celebració.  

  1. La Asunción de María, esperanza para el pueblo de Dios

El día 15 de agosto se celebra la más popular de las fiestas de María en nuestra tierra: su gloriosa  Asunción al cielo. Como nos recordaba el Papa Pablo VI1, “es la fiesta de su destino de plenitud y de bienaventuranza, de la glorificación de su alma inmaculada y de su cuerpo virginal, de su perfecta configuración con Cristo resucitado; una fiesta que propone a la Iglesia y a la humanidad la imagen y la consoladora prenda del cumplimiento de la esperanza final; pues dicha glorificación plena es el destino de aquellos que Cristo ha hechos hermanos”.

La Asunción es una gran fiesta de María, una gran fiesta de la fe cristiana y una gran fiesta para la Iglesia. Es una gran fiesta de María porque es su "tránsito"  a la gloria, a compartir el destino celeste de su Hijo. Es una gran fiesta para la fe, porque la Asunción nos hace presente la unión de María con Jesucristo. Esta unión, que se manifiesta ya desde la concepción del Salvador y en la participación de la Madre en la misión de su Hijo y sobre todo en su asociación al sacrificio redentor, no puede por menos de tener una continuación después de la muerte, con su glorificación en alma y cuerpo, en la totalidad de su persona.

La fiesta de la Virgen de agosto expresa, en este sentido, un profundo realismo. Es el realismo de la salvación de Jesucristo. Lo que la fe nos promete lo contemplamos realizado en Cristo y en su madre, que es glorificada ya a imitación de su Hijo.

Este es siempre el gran servicio de María a la fe de la Iglesia: llevarnos a Cristo, a reconocer la realidad de la encarnación del Hijo de Dios, que es primicia y garantía de la salvación y la glorificación integral de las personas y del mundo, como fruto de la resurrección del Señor.

La fiesta de la Asunción es, por ello, un gran motivo de esperanza para toda la Iglesia, para todos los hombres y para todos los pueblos. Ella vive ya aquello que cada creyente, la Iglesia entera y toda la humanidad anhela vivir un día: la vida plena en Dios. Como dice el Concilio Vaticano II, María, glorificada ya en los cielos en cuerpo y alma, es "signo de esperanza firme y de consuelo para todo el pueblo de Dios que está todavía en camino" (LG 68).

  1. Liturgia de la Palabra

¡Dichosos los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen!

En la Historia de la Salvación encontramos grandes figuras de oyentes de la Palabra de Dios: Abraham, Moisés, los profetas, los apóstoles, etc. En esta Historia, la Virgen María tiene una misión de particular trascendencia.

El acontecimiento de la encarnación  es la propuesta de Dios que abre al ser humano y a la historia humana unas dimensiones infinitas. Tiene lugar en un clima de oración, de silencio y de misterio y supone una irrupción poderosa e impensable de Dios en la vida de María. El ángel le anuncia un mensaje desconcertante: la propuesta de convertirse en la madre del Mesías.

Ella responde aceptando el plan de Dios y da su consentimiento humilde y generoso. En su respuesta no hay otra seguridad que su confianza en la Palabra de Dios. Ella responde con una fe absoluta, una fe que desempeña un papel decisivo en este momento único e irrepetible de la historia de la humanidad. En este momento María inicia un camino de fe y de unión con su Hijo que mantendrá  hasta el final.

Este momento de la anunciación y los años que seguirán son como una desinstalación, un éxodo, un ponerse en camino; son una experiencia profunda de pobreza, de confianza absoluta en Dios, en totalidad y radicalidad, porque ella ha creído que para Dios, ciertamente, no hay nada imposible. De ahí la felicitación que recibe de su prima Isabel: «¡Feliz tú, que has creído!» (Lc 1, 45). Esta es la primera bienaventuranza que se menciona en el Evangelio.

María nos da ejemplo de escuchar y cumplir la Palabra de Dios a través de una existencia llena de amor y de servicio. Es llamada por Dios a prestar un servicio singular: ser la Madre del Mesías, hacer llegar al mundo, a través de su maternidad, a aquel por el que Dios da la plenitud de la vida eterna. Este es su servicio materno. La vida de María se resume en una entrega total de servicio a los designios de Dios, y a la vez vive también la actitud de servicio al prójimo.

El servicio materno de María consiste en aceptar el plan de Dios y ofrecer totalmente su existencia, viviendo una unión progresiva y perfecta con su Hijo, Jesucristo, desarrollando su maternidad espiritual sobre los discípulos y su función mediadora. Por lo tanto, a ella se aplica de modo eminente lo que ha dicho Jesús en el fragmento del Evangelio que hemos escuchado: «Dichosos los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen».

  1. La Jornada Mundial de la Juventud

Nos disponemos a participar en la JMJ de la mano de María. Ella « avanzó en la peregrinación de la fe y mantuvo fielmente la unión con su Hijo hasta la Cruz » (LG 58). Esta perspectiva de peregrinación nos ayuda a entender lo que es en sustancia la JMJ, una peregrinación de la fe. Es un  “momento significativo de pausa” en nuestro camino de fe que facilita el encuentro con otros jóvenes provenientes de otros países y continentes con los que podemos compartir nuestra fe, nuestras inquietudes y problemas, con los que podemos intercambiar experiencias. Para ello se invita a los jóvenes periódicamente a convertirse en peregrinos por los caminos del mundo construyendo puentes de fraternidad y de esperanza entre personas,  pueblos y culturas.

La peregrinación se hace de la mano de María, Madre y Maestra. La peregrinación de la vida no está exenta de dificultades y de oscuridades  de todo tipo. María es  la estrella que nos guía hacia el puerto seguro que es Cristo. La vida toda ella es una peregrinación y el joven cristiano es un peregrino por los caminos del mundo que se dirige hacia la casa del Padre. En ese peregrinar, la JMJ será una experiencia intensa de fe y de comunión, que ayudará a afrontar y responder los interrogantes más profundos de la existencia y a asumir responsablemente el lugar que corresponde en la Iglesia y en la sociedad.

Según el beato Juan Pablo II, “la finalidad principal de las Jornadas es la de colocar a Jesucristo en el centro de la fe y de la vida de cada joven, para que sea el punto de referencia constante y la luz verdadera de cada iniciativa y de toda la tarea educativa de las nuevas generaciones. Ese es el ‘estribillo’ de cada Jornada Mundial. Y todas juntas aparecen como una continua y apremiante invitación a fundamentar la vida y la fe sobre la roca que es Cristo”.

Vamos a participar en una fiesta de la fe. Vamos a vivir en un clima de alegría, de encuentro fraternal y de entusiasmo sincero. Vamos a participar en celebraciones litúrgicas solemnes y multitudinarias, escucharemos atentamente la Palabra de Dios y también disfrutaremos con las actividades del Festival de la Juventud.

Nos disponemos a vivir una experiencia fuerte de fe, un encuentro con Cristo, que se convertirá en el centro de nuestra vida, en el punto de referencia constante y la luz que ilumine nuestros pasos; viviremos también una experiencia de comunión con la Iglesia que nos ayudará a asumir nuestro lugar en la comunidad eclesial; también será preciso un encuentro consigo mismo, destapando las heridas del corazón para que el Señor las pueda sanar. De esta manera, podremos comprometernos en la tarea de la nueva evangelización y en la construcción de un mundo mejor.

Final

Queridos jóvenes: la JMJ constituye también una manifestación de la confianza que la Iglesia deposita en vosotros, de la importancia y la atención que toda la Iglesia otorga a las jóvenes generaciones. Por eso se convierte en la jornada de la Iglesia para los jóvenes y con los jóvenes.

Vivamos esta JMJ con toda intensidad y apertura a la Palabra de Dios, a la gracia y amor de Dios. Acabo con la recomendación que nos hacía el Santo Padre Benedicto XVI en la Celebración de la Eucaristía de su inicio de ministerio: “¡No tengáis miedo a Cristo! Él no quita nada, y lo da todo. Quien se da a Él, recibe el ciento por uno. Sí, abrid, abrid de par en par las puertas a Cristo, y encontraréis la verdadera vida”. María, Madre y Maestra, nos guiará en este camino de encuentro con Cristo.