Jesucristo

ESCUDO EPISCOPAL SAIZ

El pasado día 1 de marzo se presentó la Carta Placuit Deo de la Congregación para la Doctrina de la Fe, publicada con aprobación del Papa Francisco en la fiesta de la Cátedra de san Pedro. Se trata de un documento escrito a los obispos de la Iglesia Católica, y más en general, a todos los fieles, sobre algunos aspectos de la salvación cristiana que tal como señala el texto, “hoy pueden ser difíciles de comprender debido a las recientes transformaciones culturales”. Nos podemos preguntar el por qué de esta Carta, y el por qué se publica en este momento.  Conviene recordar que el Papa Francisco, en su Magisterio ordinario, a menudo se refiere a dos tendencias que se asemejan, en algunos aspectos, a dos antiguos errores doctrinales: el pelagianismo y el gnosticismo.

Por el “neo-pelagianismo”, el individuo, radicalmente autónomo, pretende salvarse a sí mismo, sin reconocer que depende, en lo más profundo de su ser, de Dios y de los demás, mientras que el “neo-gnosticismo” presenta una salvación meramente interior, encerrada en el subjetivismo, que consiste en elevarse «con el intelecto hasta los misterios de la divinidad desconocida». Con la Carta se responde a estas tendencias reduccionistas que amenazan el cristianismo actual y se reafirma que la salvación se recibe a través de nuestra unión con Cristo. La fe en Cristo nos enseña  que nada de lo creado puede satisfacer al hombre por completo, porque “Dios nos ha destinado a la comunión con Él y nuestro corazón estará inquieto hasta que descanse en Él”, como escribe San Agustín. Respecto a las antiguas doctrinas gnósticas, la salvación que la fe nos anuncia “no concierne solo a nuestra interioridad, sino a nuestro ser integral”: Es la persona completa la que ha sido creada a  imagen y semejanza de Dios, y está llamada a vivir en comunión con Él.

La Buena Nueva de la salvación tiene nombre y rostro: Jesucristo, Hijo de Dios, Salvador. La esencia del cristianismo es la persona de Cristo y la vida cristiana arranca de un encuentro con Él; en él tiene lugar la revelación plena y definitiva de Dios, por eso  “no se empieza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva” (Benedicto XVI, Deus caritas est, n. 1). El Hijo de Dios,  Redentor del hombre y del mundo, concebido por obra y gracia del Espíritu Santo y nacido de María Virgen, que “con su encarnación se ha unido, en cierto modo, con todo hombre. Trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre. Nacido de la Virgen María, se hizo verdaderamente uno de los nuestros, semejante en todo a nosotros, excepto en el pecado” (Gaudium et Spes 22).

El Misterio Pascual de su muerte en cruz y su resurrección está en el centro de la Buena Nueva. La muerte en la cruz no es un hecho aislado, es la culminación de su existencia, toda ella salvífica; es el gesto supremo de la intervención salvadora de Dios y del ofrecimiento de su gracia a la humanidad, es un acto de amor inmenso. Podemos repetir con san Pablo: “El Hijo de Dios  me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gal 2,20). Pero la vida de Cristo, entregada por amor hasta la muerte, no acaba en la cruz. Resucitado por el Padre, llega hasta nosotros como principio y fundamento de nuestra propia resurrección. A Jesús, Dios lo ha exaltado como Jefe y Salvador (cf. Hechos 5,31). Desde Cristo resucitado se nos revela el futuro de plenitud que puede esperar el ser humano y la garantía última ante el fracaso, la injusticia y la muerte; él es la esperanza de la humanidad.

+ Josep Àngel Saiz Meneses Obispo de Terrassa

+ Josep Àngel Saiz Meneses

Obispo de Terrassa